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C U E N T O S  y   E P I S O D I O S

A Victoria Benado R.

Cuentos y EpisodiosLaura

La llegada de Laura, la nueva profesora de Inglés, fue determinante en la vida de Carlos Garmendia.

Laura era una mujer de unos treinta años, que vestía con una sobria elegancia, poseedora de una fuerte personalidad y de finas maneras. El profesorado masculino se sintió impresionado por su belleza y, desde el primer momento, formaron corro para atenderla; el señor Garmendia debió esperar hasta el término de la primera jornada para abordarla de modo casual y decirle que él daba Literatura, agregando: - Si puedo serle útil en algo, por favor, no tenga reparos en decírmelo.

Laura le dedicó una amplia sonrisa de simpatía para corresponder a esta gentileza. Garmendia nunca había comprendido que él era un rutinario. En el colegio se esforzaba por ser buen profesor y preparaba sus clases concienzudamente; en casa, se empeñaba en ser un buen hijo para su madre, achacosa desde hacía años y que ahora vivía recluida en su dormitorio. El señor Garmendia, desde niño, había dependido de esta mujer volun-tariosa. Ella lo educó y le impuso sus gustos e inclinaciones, su manera de pensar y de comportarse, es decir, lo había moldeado a su capricho. Y este hecho se acentuó, primero, con la muerte del padre y, después, con el casamiento de su única hermana.

La madre del señor Garmendia, profesora jubilada, lo indujo a seguir la carrera pedagógica. La imagen de Laura estaba en la mente del señor Garmendia durante muchos momentos de cada día, pero no le era posible hablarle porque, constantemente, la rodeaban los otros profesores. Sin embargo, una tarde que él se encaminaba a la Inspectoría, Laura lo abordó: - Carlos, se diría que evitas encontrarte conmigo. - Laura, no digas eso. ¿Hay algo que pueda hacer por ti? - Me gustaría mucho que nos fuéramos a tomar un té. El señor Garmendia vaciló un momento: eso significaba un atraso en su llegada a casa y sabía que su madre se inquietaba a la menor tardanza. Sin embargo, dijo: - ¿Te parece bien el "Café Suizo"? El profesor de Literatura se sentía incómodo.

Él estaba acostumbrado al manejo sutil de su madre y Laura había sido muy directa. Lo que no sabía Garmendia era que tendría otra demostración de la personalidad, porque cuando trató de enhebrar la conversación refiriéndose a asuntos del colegio, Laura lo interrumpió: - Por favor, Carlos, dejemos eso; hablemos de nosotros. !Ni yo sé nada de ti ni tú sabes nada de mí! ¿verdad? - Tienes razón. - ¿Comienzo yo? - Me parece muy bien. - Te contaré algunas cosas de mi familia.

Tengo un padre autoritario y rígido, en conceptos y en costumbres. Nunca he sentido cariño por él; al contrario, cuando era niña, me sentía atemorizada en su presencia. Mi madre es una mujer sentimental, que lo quiere bien y está enteramente sometida a su voluntad. Nunca vi un gesto de amor entre ellos y, sin embargo, somos cuatro los hijos. En resumen, no puedo decir que tuve una niñez feliz. - Eso es bastante común en los pueblos. Laura - Yo me salvé porque tuve una profesora que se interesó por mí. Me hizo leer mucho y, después, me explicaba todo. Se había dado cuenta de mis penas y angustias hogareñas y me dio un consejo que nunca he olvidado. Me dijo: Laura, no es lo mismo obediencia que sumisión. Puedo decir que yo era su alumna favorita. En una ocasión me pidió que repasara unas materias a la hija de un concejal que estaba bastante atrasada.

Tuve éxito en mi misión, y me gustó enseñar; se corrió la voz y otras niñas vinieron en mi busca para que les explicara lo que ellas no habían entendido. Y desde entonces lo seguí haciendo, pero, cuando fui alumna de los cursos superiores, me convertí en pasante, es cobraba por enseñar. Esa es, más o menos, mi historia - concluyó Laura. !Ahora, cuéntame tú! El señor Garmendia estaba confundido. Mientras Laura iba refiriéndole esos pasajes de su vida, no pudo menos que compararlos con los suyos y tuvo una evidencia más de que su desarrollo había sido siempre dirigido por su madre. Tenía que ser sincero con la profesora y empezó, diciéndole: - Mi caso, Laura, es totalmente diferente. Yo no me he formado solo; en mi trayectoria, en todo momento, ha estado presente mi madre, por quien siento una verdadera adoración; ella me ha guiado y me ha formado en todo.

Mi madre, creo, es la principal preocupación de mi vida, aunque debería mejor decir que ella, mis estudios y el colegio son los objetivos más importantes en mi vida. - ¿Y novias? - Nunca he tenido una, supongo, por falta de tiempo. - Pero, ya que estás conmigo, dime, ¿te gusto? El señor Garmendia sintió que los arreboles invadían su rostro, pero comprendió que tenía que decir algo. !Todos en el colegio sentimos admiración por ti! -dijo - ¿Todos? Entonces, ¿tú también? - Sí, también yo - dijo en apenas un hilo de voz. - !Cómo ha costado sacártelo! En cambio, yo no tengo empacho en decirte que tú me gustas horrores y deseo que seas mi novio, ¿te parece, Carlitos? - dijo en tono muy mimoso. - Laura ... Yo ... - No digas nada: si estás de acuerdo, dame un beso para que sea oficial, ¿no lo crees así? Laura, sin duda, era una chica que no se andaba por las ramas.

El señor Garmendia se sentía feliz de ser el elegido por una mujer tan atractiva; pero le faltaba saber qué es lo diría su madre. Esta no tardó en darse cuenta del cambio. Sutilmente, como a ella gustaba, le obligó a confesar su naciente amor. No dio señal alguna de sentirse molesta o preocupada, pero comprendió que su reinado absoluto, estaba amenazado. Pidió que se la presentara. - !Tendrá que ser muy especial, si te ha gustado, hijo mío! - Se lo diré, mamá. Estoy seguro de que Laura se sentirá encantada en conocerte. Sin embargo, estaba un poco nervioso; no había pensado que su madre pudiera ser un obstáculo para que él amara a otra mujer. Demoró varios días en plantearle la petición a Laura; ésta, lo miró directamente y le dijo: - ¿Puedo hacerte una pregunta? - Dímela. Laura - ¿Qué pasará si yo no soy del agrado de tu madre? - Laura, te ruego que no avances hipótesis. Tomaremos el té juntos, el próximo sábado. Será a las cinco. !Te pido que seas puntual! Desde el primer momento, Laura supo que tenía una enemiga en su futura suegra y no tuvo reparos en decírselo a Carlos, al encuentro siguiente.

El profesor se sentía entre la espada y la pared. !Y Laura era una espada que buscaba el triunfo! Todavía, Carlos sufrió otra conmoción. Estaban en el departamento de Laura prodigándose las caricias propias de los enamorados, cuando ella le dijo: - Carlos, ¿qué esperas? !Quiero ser tuya! Se negó en redondo. - No, Laura, eso no puede ser; lo haremos cuando estemos casados. - Y, ¿cuándo ocurrirá tal cosa? - !Debes darme tiempo para convencer a mi madre! Ya sabes que no es fácil tarea convencerla. Pasaron dos semanas y Laura, hábilmente, esquivó al señor Garmendia; además, él no quería abordarla en el colegio, porque no estaba empeñado en que sus colegas no conocieran la relación que mantenía con la profesora de Inglés. Y, una vez más, Laura tomó la iniciativa, abordándolo directamente; - Me pediste un tiempo para convencer a tu madre, aunque yo no me voy a casar con ella. He pensado que es justo darte esa oportunidad y el tiempo suficiente; por eso, tengo que decirte que he aceptado un curso de postgraduados en el Balliol College y mañana me voy a Londres por seis meses. - ¿Cuándo lo decidiste? - !Te doy seis meses para que resuelvas tu problema!

No quiero ejercer ninguna influencia sobre tu decisión. No te dejaré mi dirección, porque no quiero que me escribas; si cuando vuelva, todavía me quieres, me dirás qué has resuelto, porque yo sigo y seguiré enamorada de ti. Pero, los acontecimientos se precipitaron aún más en la vida del señor Garmendia. Al poco tiempo de marchar Laura, repentinamente, la enfermedad de la madre de Carlos, se agravó, y murió. El profesor Garmendia quedó desolado. !No sabía cómo afrontar la vida sin tener el apoyo de su madre y, para mayor desgracia, tampoco tenía a Laura! Se sentía muy solo y decidió que, terminadas sus clases, debía ir todos los días a la necrópolis a conversar con su difunta madre; pero para poder permanecer junto a la tumba más allá de las horas de visita, tuvo que convencer al guarda con el argumento más sólido: algunas monedas diarias. Ahí permanecía hasta que casi era noche cerrada para llamar al guarda y abandonar el recinto.

Pasaron los meses, llegó el invierno con sus fríos, pero el señor Garmendia no faltó ningún día a su cita. Y así fue como cogió una pulmonía doble, que lo pilló muy débil, porque desde la muerte de su madre, le faltó el apetito, y casi no comía. Su estropeado físico no soportó la aguda enfermedad y murió apenas dos semanas más tarde. Lo enterraron junto a la tumba de su madre. !Todo había sucedido en escasos cinco meses! Laura Laura volvió de Londres, se enteró de estas fúnebres nue vas y quiso visitar la sepultura, llevando algunas flores a la memoria de un amor no realizado.

Estaba junto a la tumba, cuando el guarda se acercó a ella. - Perdone, señorita, el caballero ¿era pariente suyo? - Sí, en cierto modo. ¿Por qué? - Yo sentía lástima por él. Era joven y era bueno, pero creo que estaba un poco chalado. Yo lo oí conversar con la muerta, que era su madre.

Debió quererla mucho. !Yo creo que murió por causa de ella! Se pasaba horas y horas aquí, hasta muy tarde, soportando unos fríos tremendos. Así fue cómo enfermó, creo yo. - No supe nada de su enfermedad. Yo estaba fuera del país y acabo de llegar. -!Ayudándola a sentir, señorita! - Le agradezco sus palabras. - Perdone, ¿puedo hacerle una pregunta? - !Dígame! - Me gustaría saber si Ud., señorita, también vendrá todos los días a conversar con él. !Eso no más!