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Las siete maravillas del mundo

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Los antiguos designaban con este nombre siete monumentos de unas dimensiones y magnificencia prodigiosas Estos eran el templo de Diana, en Efeso, las pirámides de Egipto, los jardines de Semíramis, en Babilonia, el coloso de Rodas, la estatua de Júpiter Olímpico, la tumba del rey Mausolo y el faro de Ale-jandría.

I. EL TEMPLO DE DIANA, EN EFESO.

Este soberbio edificio medía más de cuatrocientos pies de largo por doscientos de ancho. En el patio interior se podían admirar ciento veintisiete columnas, de sesenta pies de altura cada una, levantadas por otros tantos príncipes en nobilísima pugna por superarse unos a otros en los gastos que se imponían para la suntuosidad de la obra. Todos los reyes del Asia contribuyeron a la construcción y ornato de este templo, que fue terminado al cabo de dos siglos. Estaba decorado con pinturas, estatuas y bajorrelieves que eran obras maestras de los mejores artistas. Las puertas se habían construido con madera de ciprés, los entramados de cedro y la estatua de Diana de oro.
Desde muy lejos acudía la gente a visitar este templo y los forasteros procuraban con todo empeño obtener modelos del mismo para llevarlos a su país. Un fanático llamado Eróstrato, queriendo inmortalizarse con la fama de un gran crimen, incendió este monumento hacia el año 356 a.C. Los efesios lo reedificaron con igual magni- ficencia; pero Nerón lo saqueó, y los escitas lo incendiaron hacia el año a.C. 260.

II LAS PIRÁMIDES DE EGIPTO.

Estas Pirámides, la única de las maravillas del mundo que aún subsiste, fueron levantadas por los antiguos monarcas egipcios para que sirvieran de sepultura a los reyes, a la familia real y a los grandes dignatarios de la nación. Son inmensas construcciones graníticas de base cuadrada, cuyas cuatro aristas concurren en la cúspide. En su interior se abren innumerables subterráneos que conducen a las cámaras sepulcrales abovedadas. La mayor de las pirámides, que se halla en las inmediaciones de El Cairo, mide 142 metros de altura, la misma que la catedral de Estrasburgo, y se puede subir a su cúspide sin mucha dificultad.

III. Los JARDINES DE SEMÍRAMIS.

Semíramis, esposa de Nino, rey de Babilonia, engrandeció esta capital embelleciéndola con palacios, templos, acueductos y principalmente con jardines colgantes que excitaban la admiración universal. Estos jardines quedaban sostenidos en el aire mediante columnas de mármol, sobre las cuales descansaba un piso hecho con vigas de palmera y recubierto de un fondo considerable de tierra. En este suelo artificial crecían legumbres, flores, las plantas más diversas y los árboles más gigantescos; el agua llegaba abundante por medio de canales y máquinas hidráulicas. El historiador latino Quinto Curcio dejó una detallada descripción de este prodigio de arte.

IV. EL COLOSO DE RODAS.

Era una estatua de bronce que tenia 32 metros de altura, y estaba dedicada a Apolo. Se hallaba a la entrada del puerto y sus pies descansaban sobre dos grandes rocas, pudiendo los navíos pasar a velas desplegadas por entre sus piernas. Una escalera interior conducía a la cima de este monumento, desde donde se divisaban, según se dice, las costas de Siria y los bajeles que surcaban el mar de Egipto. Cuarenta años después de haberlo erigido y habiendo sido derribado por un violento terremoto, los pueblos vecinos que deseaban verlo de nuevo en pie enviaron a tal efecto considerables sumas, pero los rodios se repartieron el dinero con el pretexto de que las decisiones del oráculo eran claramente contrarias a que fuese de nuevo colocado en su lugar.
La estatua estuvo caída durante diez siglos; pero al apoderarse de la isla de Rodas los árabes capitaneados por Moawiah (651), el coloso fue descompuesto en piezas y vendido a un judío que cargó con ellas más de novecientos camellos.

V. ESTATUA DE JÚPITER OLÍMPICO.

Esta estatua, obra de Fidias, estaba hecha de oro y marfil, y representaba a Júpiter coronado de olivo, sentado sobre un trono de oro, sos-teniendo en su mano derecha una Victoria y empuñando en su izquierda un cetro que terminaba en un águila, En los cuatro ángulos del trono se veían esculpidas otras tantas Victorias que estaban en actitud de darse la mano como para danzar. Las Gracias y las Horas, obra maestra del mismo cincel, se inclinaban dulcemente sobre la cabeza del soberano de los dioses. Cuando Fidias hubo terminado su obra, rogó a Júpiter por una señal que le hiciera patente que aprobaba el trabajo tan felizmente realizado. Inmediatamente, los truenos retumbaron en el espacio y el pavimento del templo fue herido por el rayo sin que dejara huella en parte alguna. Este monumento estaba instalado en el templo de Júpiter, en Olimpia, y el templo mismo podía considerarse una maravilla.

VI. EL SEPULCRO DE MAUSOLO.

Mausolo, rey de Caria y uno de los príncipes más ricos y poderosos de su tiempo, fue a su muerte tan llorado por su esposa Artemisa II que ésta para enaltecer la memoria de su amado, mandó construir en Halicarnaso un magnífico sepulcro, cuyo esplendor eclipsaba todo lo que en este género se había visto hasta entonces. Medía 400 pies de circunferencia, 140 de altura y contenía en su recinto 36 columnas. La pirámide que coronaba el monumento tenía por remate un carro de mármol tirado por cuatro caballos.
Muchos célebres escultores, Timoteo, Escopas y Leócares, entre otros, lo habían enriquecido con estatuas y bajorrelieves. Desde entonces el nombre de Mausoleo ha sido aplicado a todos los monumentos fúnebres levantados en honor de un príncipe u otro personaje notable.

VII. EL FARO DE ALEJANDRÍA.

Se da el nombre de faro a una torre que se levanta a la entrada de un puerto o en sus proximidades y sobre la que durante la noche se encienden potentes luces para que sirvan de guía a los barcos que se acercan a la costa. El faro de Alejandría, en Egipto, construido en el reinado de Tolomeo II, se componía de muchos pisos, .cada uno de los cuales iba estrechándose y por esto todo el conjunto tenía forma piramidal.
Cada piso, sustentado por columnas de mármol blanco, quedaba hermoseado por una galería exterior. Estaba constituido por centenares de habitaciones y gran número de escaleras dispuestas y entrecruzadas con tal arte, que formaban una especie de laberinto. Tenía 135 metros de altura, si hemos de dar fe a los escritores orientales, y la luz de su fanal podía verse a una distancia de 200 leguas, lo que resulta increíble (1).
Un terremoto derribó gran parte hasta dejarlo reducido a una mitad, un segundo trastorno sísmico lo disminuyó hasta los doscientos treinta codos y un tercero lo dejó a cincuenta. Se mantuvo largo tiempo a esta modesta elevación hasta que en 1303 una última y terrible sacudida completó su ruina, dejando de él solo insignificantes vestigios.
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Ciertos autores señalan otras maravillas en lugar de algunas de las citadas. Omiten la estatua de Júpiter Olímpico y los jardines de Seramíramis y los reemplazan por el Laberinto de Creta y por el Palacio de Ciro en Ecbatana o por el Lago Meris en Egipto, practicado junto a la ciudad de Mentis para recibir las aguas del Nilo cuando afluían con demasiada abundancia, y repartirlas después, por medio de esclusas, sobre la llanura en las épocas en que el río fertilizador no se desbordaba. El faro de Nieuwediep al extremo septentrional de Holanda-Norte, esté formado por la reunión de 34 lámparas y su luz se ve a una distancia de unos 44 Km. El de Belle-Isle (Morbihan), que es de lámparas giratorias, tiene un alcance de 50 Km.
El Laberinto de Egipto era muy superior al de Creta por su magnificencia. Formaba un conjunto de doce palacios que contenían entre todos 1500 habitaciones con luz natural, y otros tantos subterráneos abiertos en la roca viva: estas cámaras subterráneas eran templos y sepulcros.