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Un alumno sumerio

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El curioso texto que se va a leer, tiene una antigüedad de 4.000 años.


Pero, primero hay que dar algunos antecedentes, tomados del libro "La historia empieza en el Sumer", obra de Samuel Noah Kramer, uno de los sumerólogos más eminentes de un mundo olvidado durante cuatro mil años, a tanto que hasta se había olvidado su nombre Sumer y de sus habitantes, los sumerios. Incluso, los hombres sabios de la antigüedad clásica, como los hebreos y los griegos, si bien hablan a menudo de Egipto, no dicen ni una palabra de sus lejanos antepasados sumerios. Es posible que tal cosa haya sucedido, porque Sumer, a diferencia de Egipto, no dejó testimonios de su antiguo esplendor.
Sin embargo, para justificar el título elegido por Kramer para su libro, hoy sabemos que las primeras instalaciones humanas, se remontan a 100.000 años, en las laderas de las montañas del norte de Iraq, principalmente en el país kurdo, donde en el siglo XX se han encontrado los vestigios de esta civilización y se ha logrado reconstruir este mundo olvidado.


Este documento, uno de los más humanos de todos los que hayan salido a la luz del día en el Próximo Oriente, es un ensayo sumerio dedicado a la vida cotidiana de un estudiante. Compuesto por un maestro de escuela anónimo, que vivía 2.000 años antes de la era cristiana, revela en palabras sencillas y sin ambages hasta qué punto la naturaleza humana ha permanecido inmutable desde millares de años.
El estudiante sumerio de quien se habla en el ensayo en cuestión ,que no difiere en gran cosa de los estudiantes de nuestros días, teme llegar tarde a la escuela y que el maestro, por este motivo, le castigue. Al despertarse ya apremia a su madre para que le prepare rápidamente el desayuno. En la escuela, cada vez que se porta mal, es azotado por el maestro o uno de sus ayudantes, detalle del que estamos comple-tamente seguros, ya que el carácter de escritura sumeria que representa el castigo corporal está constituido por la combinación de otros dos signos, que representan, respectivamente, el uno la baqueta y el otro la carne. Agreguemos que el salario del maestro parece que era tan mezquino como lo es hoy día, por lo que deseaba tener ocasión de mejorarlo con algún suplemento de los padres.

Este ensayo, redactado, sin duda alguna, por alguno de los profesores adscritos a la casa de las tablillas (la escuela) , comienza por esta pregunta directa al alumno:
- ¿Dónde has ido desde tu más tierna infancia?
-He ido a la escuela.
-¿Qué has hecho en la escuela?
-He recitado mi tablilla, he desayunado, he preparado mi nueva tablilla, la he llenado de escritura, la he terminado; después me han indicado mi recitación y, por la tarde, me han indicado mi ejercicio de escritura. Al terminar la clase he ido a mi casa, he entrado en ella y me he encontrado con mi padre que estaba sentado. He hablado a mi padre de mi ejercicio de escritura, después le he recitado mi tablilla, y mi padre ha quedado muy contento. Cuando me he despertado, al día siguiente, por la mañana, muy temprano, me he vuelto hacia mi madre y le he dicho:
- Dame mi desayuno, que tengo que ir a la escuela.
Mi madre me ha dado dos panecillos y yo me he puesto en camino y yo me he ido a la escuela. En la escuela, el vigilante de turno me ha dicho:
-¿Por qué has llegado tarde?
Asustado y con el corazón palpitante, he ido al encuentro de mi maestro y le he hecho una respetuosa reverencia.


Pero, a pesar de la reverencia, no parece que este día haya sido propicio al desdichado alumno. Tuvo que aguantar el látigo varias veces, castigado por uno de sus maestros por haberse levantado en la clase, castigado por otro por haber charlado o por haber salido indebidamente por la puerta grande y fue peor todavía, puesto que el profesor le dijo:
- Tu escritura no es satisfactoria; después de lo cual tuvo que sufrir nuevo castigo.
Aquello fue demasiado para el muchacho.


En consecuencia, insinuó a su padre que tal vez fuera una buena idea invitar al maestro a la casa y suavizarlo con algunos regalos, cosa que constituye, con toda seguridad, el primer ejemplo de pelotilla de que se haya hecho mención en toda la historia escolar.
El padre prestó atención a su sugerencia. Hicieron venir al maestro de escuela y, cuando hubo entrado en la casa, le hicieron sentar en el sitio de honor. El alumno le sirvió y le rodeó de atenciones, y de todo cuanto había aprendido en el arte de escribir sobre tabletas hizo ostentación ante su padre.
El padre, entonces, ofreció vino al maestro, le obsequió un traje nuevo y le colocó un anillo en el dedo; por esta generosidad, reconforta al aspirante a escriba en términos poéticos, diciéndole:
- Muchacho: Puesto que no has desdeñado mi palabra, ni la has echado en olvido, te deseo que puedas alcanzar el pináculo del arte de escriba y que puedas alcanzarlo plenamente... Que puedas ser el guía de tus hermanos y el jefe de tus amigos; que puedas conseguir el más alto rango entre los escolares... Has cumplido bien con tus tareas escolares, y hete aquí que te has transformado en un hombre de saber.
El ensayo termina con estas palabras entusiastas.
Sin duda, el autor no podía prever que su obra sería desenterrada y reconstruida cuatro mil años más tarde, en el siglo XX, y por un profesor de una universidad. Esta obrita, por suerte, en esas épocas lejanas ya era una obra clásica muy difundida. El hecho de haber encontrado veintiuna copias de ella lo atestigua claramente.