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Después de sus conquistas en Europa, partiendo de España,
y en Asia hasta la India, los árabes comenzaron a interesarse
tanto por las civilizaciones de Occidente como por las de Oriente,
a tanto que manifestaron la ambición de heredar la aportación
grecorromana. Al-Manzor (712-775 d.C.) fue el primer califa que estimuló
esta ambición, pues hizo traducir al árabe todos los
libros de los griegos y fundó en Bagdad una especie de universidad,
que comprendía una importante biblioteca y un observatorio
astrológico. Durante varios siglos, el idioma árabe
fue considerado como la lengua de la ciencia, y las gentes de diferentes
países de Europa iban desde muy lejos a Bagdad para beber en
las fuentes de la ciencia antigua salvaguardada por los árabes.
El desarrollo de la ciencia entre los árabes alcanzó
su apogeo hacia los siglos IX y X y, como la astrología gozó
siempre de popularidad en Oriente, fue completamente natural que los
árabes dedicaran una muy particular atención a la Astronomía.
Sirviéndose del Almagesto, traducción árabe del
famoso Tratado de Astronomía, de Ptolomeo, los astrónomos
árabes trataron, en primer lugar, de reducir las teorías
a tablas, de perfeccionar los instrumentos de medida y de multiplicar
las observaciones con más precisión. Pronto se dieron
cuenta de ciertos errores cometidos por el astrónomo alejandrino,
principalmente en lo relativo al tiempo de revolución de la
Luna, los límites de los eclipses solares, las posiciones res-pectivas
de Mercurio y de Venus con relación al Sol.
El descubrimiento más importante hecho por los astrónomos
árabes fue la precesión de los equinoccios. Este importante
aporte, se le atribuye a Al-Battani, también llamado Albatenio,
gran señor, que vivió a finales del siglo IX y a comienzos
del X, año 929 a.C.
Según las observaciones hechas por los antiguos, ya se sabía
que las estrellas no recorrían todo el cielo, sino solamente
ocho grados del Zodiaco, tanto hacia el Este como hacia el Oeste.
Para explicar este fenómeno, Ptolomeo emitió la hipótesis
del acceso y del receso: según él, la esfera celeste
experimentaría un movimiento lento, correspondiendo un grado
cada ochenta años; este movimiento se proseguía en sentido
directo hasta 8 grados, y después cambiaba de sentido hasta
la posición correspondiente a cero grado, momento en que el
movimiento se emprendía de nuevo, pero en sentido contrario.
Así, para tener en cuenta este movimiento de la esfera celeste,
Ptolomeo, dedujo la necesidad de añadir un día al cálculo
había sido fijado por Hiparco, que vivió trescientos
años antes que él. No obstante, Al-Battani observó
que, en realidad, a Hiparco le faltó añadir cuatro días
y medio, según lo que había deter-minado Ptolomeo, pese
a que éste le había añadido un día mas,
mientras que el tiempo que había transcurrido entre Hiparco
y Ptolomeo no era más que de unos setecientos años.
Al- Battani renunció entonces a esta hipótesis del acceso
y del receso, y se hizo el siguiente razonamiento: Para descubrir
la verdad, es preciso hacer observaciones de una manera contínua,
y corregir las antiguas determinaciones aplicando las enseñanza
de las nuevas observaciones, es decir, seguir las pautas que habían
hecho los que vivieron antes que nosotros, que co-gieron las observaciones
de sus predecesores.
Esto quería decir que debía comparar sus propias mediciones
con las que había hecho Ptolomeo. El tiempo y el espacio transcurridos
entre estas dos épocas era bastante largo y ello le permitió
encontrar un valor muy exacto de la velocidad de precesión
de los equinoccios. El valor que Al-Battani había encontrado
era el primero en sesenta y seis años solares. Este valor se
aproxima mucho al verdadero.
Entre los físicos árabes, debe mencionarse a Al-Hazan
(965-1039 a.C.), quien por primera vez trató en su libro de
óptica sobre la ley de la reflexión. El autor mencionó
igualmente el fenómeno de la refracción; no obstante,
no estableció su ley rigurosa sobre estos nuevos conocimientos;
admitía solamente que existía una relación constante
entre el ángulo de incidencia y el ángulo de refracción.
Por último, su libro contiene la primera descripción
del principio de la cámara oscura, así como una descripción
detallada del ojo humano con el humor acuoso, el cristalino, la córnea
y la retina.
Prosiguiendo el sueño de los egipcios, los árabes dirigieron
sus esfuerzos hacia la alquimia. Sobre transmutación de los
metales ordinarios en oro, observaremos que, con el progreso actual
de la ciencia los núcleos atómicos, es efectivamente
posible fabricar núcleos de oro a partir de los núcleos
de mercurio, elemento que ocupa la casilla inmediata al oro en la
clasificación periódica de los elementos, siendo el
orden creciente de los pesos atómicos. Pero conviene observar
que, en el tiempo de los árabes, la cuestión de la transmutación
en oro, no tenía enteramente el mismo aspecto, y se trataba
sólo de una simple especulación. Debemos decir por último
que, si los alquimistas árabes no lograron hallar la piedra
filosofal, llegaron por lo menos a preparar ciertas aleaciones y amalgamas
y encontraron numerosos ácidos y alcoholes. Así que
podemos decir con sobrada razón que tienen el mérito
de haber penetrado en los caminos de la metalurgia y de la química.
Si se estudia la civilización de los árabes, se comprueba
que tanto su ciencia como su arte suelen tener un carácter
híbrido y que, a veces, carecen de originalidad, pero sea como
fuere los árabes tienen el indudable mérito de haber
salvado y enriquecido la ciencia antigua. Tienen también derecho
a nuestro reconocimiento por haber introducido en Occidente la civilización
extremo-oriental.
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