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El barómetro

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Los gases fueron los últimos en ser identificados. A diferencia de los sólidos los gases no eran fáciles de capturar y analizar, tampoco - como a los sólidos -, se les podía partir, doblar, pulverizar o amontonar en las estanterías de los químicos, ni podían, como los líquidos, ser vertidos, empapados, congelados o hervidos. Los conocimientos que el hombre tenía de los gases se basaban principalmente en especulaciones.
Los griegos fueron los primeros en reconocer que el aire tenía consistencia. En el siglo V a.C., Empédocles describió el funcionamiento de la clepsidra, o reloj de agua, recipiente en forma de bulbo con orificios a ambos extremos. Cuando se le introducía en el agua con el orificio superior tapado, no se llenaba; cuando se destapaba de modo que pudiera salir el aire, entonces entraba el agua. Empédocles dedujo que el aire se había opuesto a la entrada del agua. Convencidos de que el aire tenía consistencia, los griegos supusieron que también tendría peso, pero no pudieron confirmarlo experimentalmente.


Un siglo después de Empédocles, el omnisciente Aristóteles, decidió que el espacio vacío no podía existir en la naturaleza. La cómoda frase la naturaleza aborrece el vacío, bastó durante los 2000 años siguientes para explicar los efectos del peso del aire en los primitivos sifones, fuelles y bombas. Pero ningún erudito de los que apoyaban la tesis de Aristóteles podía explicar por qué la aversión de la naturaleza por el vacío se detenía a los 10 metros, algo que sabían todos los fontaneros: el agua no sube más de 10 metros en una tubería en la que se hace el vacío.
Incluso el gran Galileo, cuyos experimentos anunciaron el renacimiento científico de la Europa del siglo XVII, estaba perplejo; pero entonces encontró la solución gracias a un sencillo experimento que demostró que el aire tenía peso. Puso en sus balanzas una vasija cerrada que contenía aire a la presión atmosférica normal, y lo equilibró con un montón de arena. Luego metió aire a presión en la vasija, la volvió a sellar, la puso en la balanza y observó que pesaba más que la arena.


Galileo razonó que el aumento de peso de la vasija sólo podía deberse a la mayor cantidad de aire en su interior. Un discípulo del sabio, el matemático italiano. Evangelista Torricelli, dio un paso adelante en el hallazgo de su maestro. Al iniciar experimentos por su cuenta, observó algo que escapara a Galileo; al introducir una tubería en un pozo y vaciarla, era el aire de alrededor, y que pesaba sobre el agua, lo que la hacía ascender por la tubería. Torricelli adivinó que la atmósfera no pesaba lo bastante para impulsar el agua a más de 10 metros de altura. Ideó un experimento a para demostrarlo. En lugar de agua utilizó mercurio, que es 13,6 veces más denso. Selló el extremo de un tubo de 120 centímetros y lo llenó hasta el borde de mercurio; después de taponar con su dedo pulgar el extremo abierto, invirtió el tubo y lo introdujo en un cuenco que estaba lleno de mercurio. Al quitar el dedo el mercurio bajó hasta cierta altura, dejando un vacío en la parte superior de 760 milímetros, lo que demostraba que la presión del aire sobre la superficie del cuenco compensaba la presión de 760 mm. de mercurio.
Esto ocurrió en el año 1643, y el artificio ideado por Torricelli fue el primer barómetro del mundo