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Jacinto Benavente – 1866-1954

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El Teatro Español no tiene otra figura comparable a Be­navente durante la primera mitad del siglo XX, con dos excepciones: Pérez Galdós, que era eminentemente un nove­lista, y García Lorca, sobre todo un poeta lírico. Jacinto Be­navente domina la escena hispana desde que estrena en 1907 Los intereses creados hasta el día mismo de su muerte. El nom­bre de Benavente en la cartelera de un teatro significó en Es­paña y en toda la América española la máxima garantía de éxito y de categoría dramática, en contraste con la mediocridad de la restante producción española -aparte algunas obras de los hermanos Alvarez Quintero y de Arniches-, que derivó en forma alarmante hacia el "astrakán", deformación payasesca del género cómico, en que reinó Muñoz Seca.

La obra más simple de Benavente contenía siempre un diá­logo ingenioso, personajes bien delineados y una innegable dig­nidad literaria. Era un verdadero maestro de la construcción teatral hasta el punto de que muchas de sus comedias, com­puestas a la diabla para proveer a numerosas compañías que lo apremiaban de modo constante, no son más que una lucida esgrima de agudezas entre personajes que sólo se sostienen por la extrema habilidad de su manipulador. A la larga, en la ingente producción benaventiana prevalecerá este tipo de co­media improvisada por un cerebro excepcionalmente dotado para la creación teatral. Por esto, se le ha comparado muchas veces con la del gran Lope de Vega, agobiado también por los cómicos de su tiempo con peticiones de comedias que en oca­siones satisfacía con obras que, en menos de horas veinticuatro, pasaron de las musas al teatro.

Benavente ha puesto en boca de sus personajes justificaciones a esa labor a marchas forzadas que no permite la debida concentración; así, en La noche del sábado oímos decir a su protagonista: "Un gran ideal, sólo desmenuzado en migajas puede lograrse. De aquel bloque mismo de mármol de Carrara, en que debí esculpir mi obra soñada, labré esas mil figurillas que habéis visto en exposiciones y escaparates, primero, después en saloncitos y boudoirs elegantes; eran lindas y graciosas, pero en vez de crear una sola obra gigantesca en una llamarada de una llamarada de inspiración ... ¡Y pensarán que así realizo mi ideal artístico ¡Y por mis obras juzgarán mi espiritualidad! ..

Amarga deducción que coincide con aquellas consideraciones un tanto cínicas de Lope de Vega en su Arte nueva de hacer comedias:

Pues como las paga el vulgo, es justo

hablarle en necio para darle gusto ...

El estilo de Benavente revolucionó la forma teatral española, oponiendo la sencillez y la naturalidad en los temas y diálogos al énfasis y a los convencionalismos de los demás autores de fines de siglo XIX. Le costó no poco a Benavente desplazar del gusto del público las grandes tiradas de versos, escasamente poéticos, y las rebus­cadas situaciones melodramáticas de aquellos autores para plan­tear sencillos conflictos entre la aristocracia o la clase media española. Satirizó en casi todas sus comedias a esa aristocracia y a esa clase media, cuando ésta se sale de sus casillas, sin perdonarle pullas a políticos, militares, jueces y hasta a eclesiásticos.

Su ironía tiene algunos puntos de contacto con la de Ber­nard Shaw -sin llegar a la acritud del irlandés- y provocó siempre grandes explosiones en el público, jubilosas las más de ellas, como aquella ocasión en que lo llevaron en hombros des­de el teatro a su casa tras el estreno de La ciudad alegre y confiada. Lo que originó, dada su enorme popularidad, que algunos gobiernos prohibiesen sus obras (Para el cielo y los altares, durante la dictadura de Primo de Rivera) o la suspensión de toda su producción durante el año 1946. Benavente fue siempre un inconforme, sin llegar a ser un rebelde, porque aceptó de buen grado los homenajes oficiales tributados por no importa qué régimen, incluso en épocas de gran agitación po­lítica, sin adscribirse jamás a una determinada ideología.

Las concesiones que hubo de hacer en sus comedias y que tanto le censuraron los intelectuales estaban determinadas por el ambiente demasiado restringido de la escena española con respecto, por ejemplo, al resto de la Europa occidental, lo que inspiró a Ramón Pérez de Ayala aquella acerba crítica del tea­tro benaventiano en su famoso ensayo titulado Las máscaras. Benavente replicó a esta actitud con sus también conocidísimas palabras:"El teatro es por su historia, por su origen, un género literario que solo en el pueblo halla su propio ambiente. El teatro para eruditos, para intelectuales, no tiene razón de ser. La obra dramática en estas condiciones será demasiado libro para el teatro y demasiado teatro para el libro"

El prestigio y la fecundidad de Benavente, nacido en Madrid el 12 de Agosto de 1886, incluso en los últimos años de su prolongada existencia, fueron tan formida­bles que resistió sin ceder todos los embates de las nuevas co­rrientes teatrales. Para las nuevas generaciones, el viejo maestro, que había sido en su momento un revolucionario de la escena, estaba ya anticuado, era una gloriosa supervivencia de un estilo condenado a desaparecer. Sin embargo, en el teatro español no ha surgido todavía un nuevo estilo ni una figura en la que pudieran depositarse las esperanzas de un heredero del puesto dejado vacante por Jacinto Benavente.