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Beri -beri

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Enfermedades por carencia


Dos series de pruebas, ambas relacionadas con la nutrición, convergen a comienzos del siglo XX para hacer posible el des-cubrimiento de las vitaminas. Una se refiere a las enfermedades por carencia, la otra surgió del análisis de la dieta.
El conocimiento empírico de las enfermedades por carencia cabe situarlo unos siglos atrás. En la literatura china del siglo XIV se ha encontrado una descripción clínicamente meticulosa del beri-beri, que abarca no sólo los síntomas de tal enfermedad sino los alimentos que la curan.

Muchas de las descripciones antiguas europeas se refieren al escorbuto, con sus encías tumefactas y fofas y sus hemorragias subcutáneas debidas a la fragilidad anormal de los capilares sanguíneos. Los hombres de mar de la época de los descubrimientos, que a menudo pasaban meses enteros embarcados sin alimentos frescos y alimentándose con una dieta salada y en conserva, nos han dejado relatos estremecedores. La mortandad entre ellos era elevada y continuó así durante siglos, pues aunque el efecto curativo de los alimentos tales como las naranjas y los limones se había observado en repetidas ocasiones, tales observaciones permanecieron diseminadas e incidentales. Ya en 1601, sir James Lancaster introdujo naranjas, limones y zumo de limón en la dieta de los buques de la East India Company. El capitán Lind, médico de la Marina inglesa, en 1757 describió cómo incluso los casos graves podían curar-se en una semana mediante "ensaladas y fruta fresca" y otros alimentos similares.


Apenas se le ocurrió a la gente de la época que la fruta podía suministrar un factor nutritivo esencial. La mayor parte de las teorías sobre el escorbuto atribuían la enfermedad a un exceso de sal, y la fruta se suponía que proporcionaba un antídoto y no que remediaba una deficiencia. En cuanto a la naturaleza del principio activo, es comprensible que se atribuyera a la acidez de los frutos cítricos. Esto ayudará a explicar por qué Joseph Priestley preconizaba el uso del agua carbónica; su interés por el anhídrido carbónico (o "aire fijo") había sido estimulado por la circunstancia de vivir cerca de una cervecería en Leeds, y publicó un método para la fabricación de agua carbónica en 1772. No obstante, la Armada británica -tal vez, más por casualidad que por propia decisión- siguió fiel al uso del zumo de limón, cuyo uso muy difundido a partir del final del siglo XVII en adelante la mantuvo relativamente libre de escorbuto y fue un importante factor en sus éxitos.


La posibilidad de curar el beriberi mediante un cambio de dieta fue demostrada por otro médico naval, el almirante Takaki. Hacia 1880, eliminó virtualmente la enfermedad de la Armada japo-nesa aumentando la ración de verduras, pescado y carne en una dieta que por lo demás consistía principalmente en arroz. Sin em-bargo, atribuyó su éxito, no a un nuevo factor alimentario accesorio, sino al aumento del consumo de protema. (Es algo más que una simple coincidencia el hecho de que la medicina naval domine las primeras épocas de la historia de las enfermedades por carencia. Fue el carácter restringido de la dieta de los navíos lo que desencadenó los déficit alimentarios que provocaron el problema en su forma más aguda y constituyó un grave reto para hallar una solución.)


El clima de opinión de las postrimerías del siglo XIX no era favorable para que arraigase la idea de que algunas enfermedades pudieran ser debidas a la falta de cantidades minúsculas de facto-res alimentarios. Desde los trabajos de Pasteur, Koch y Lister hacia 1870, la teoría infecciosa había barrido cuanto se le oponía. Cuando una enfermedad tras otra iban atribuyéndose a microorganis-mos específicos, el mundo científico estaba naturalmente poco dispuesto a aceptar el punto de vista de que algunas enfermedades obedecían a la falta de sustancias cuya naturaleza ni siquiera podía sospecharse, y en cantidades no susceptibles de medida. El concepto de enfermedades por carencia se aceptó únicamente cuan-do fue posible reproducir dichos estados en los animales de expe-rimentación. Hacia 1890 Eijkmann lo consiguió por primera vez en lo que entonces eran las Indias holandesas orientales. Alimen-tando gallinas con arroz descascarillado y pulido, y por lo tanto privado de su salvado, observó que presentaban síntomas nervio-sos que identificó con los del beriberi en el hombre. Estos sínto-mas podían curarse añadiendo salvado a la dieta. Eijkmann extrajo el factor curativo del salvado, lo purificó parcialmente y descubrió que era hidrosoluble y dializable. Pensó que actuaba como antídoto contra algún otro factor productor de la enfermedad, pero su colega Grijns, en 1901, formuló claramente la idea de que era un componente de la dieta distinto de las proteínas, grasas e hidratos de carbono o sales, indispensable por sí mismo para la salud.


Hacia 1912 el tiempo estaba maduro para la sistematización de los conocimientos adquiridos. Realizó esta tarea principalmente Funk, polaco que trabajaba en el Instituto Lister de Londres, en su teoría de las "vitaminas" (llamadas así por creer erróneamente que todas son aminas, cuando la mayor parte no lo son). Funk recogió pruebas del origen dietético de cuatro enfermedades. Dos de ellas eran el beriberi y el escorbuto, debidas respectivamente a la falta de sustancias que ahora llamamos vitamina B1 o tiamina y vitamina C o ácido ascórbico. La tercera era la pelagra, la enfermedad caracterizada por cuatro des -dermatitis, diarrea, demencia y, fínalmente defunción-, la pelagra era endémica hasta 1930 en el sureste de Estados Unidos de Norteamérica. Ahora se atribuye principalmente (aunque con factores complicadores) a la escasez de nicotinato, uno de los miembros del grupo B de vitaminas. La cuarta enfermedad era la deformidad ósea denominada raquitismo, y aquí Funk tuvo que admitir que las pruebas eran contradictorias. Algunas indicaban una asociación con la falta de grasa "buena" en la dieta; en este contexto, grasa "buena" significaba grasa de origen animal. (Sin embargo, las modas en dietética son volubles; actualmente, en el contexto diferente de las enfermedades cardio-vasculares nos dicen que son preferibles las grasas vegetales.) Ahora se sabe que el raquitismo se debe a la falta de vitamina D, en la cual son ricas algunas grasas animales, y las complicaciones son imputables al hecho de que las carencias pueden prevenirse por la luz ultravioleta, factor no dietético que naturalmente confundió la interpretación dietética.