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El espacio que separa las masas no puede ser la nada, pues a través
de él se ejercen fuerzas a distancia. Recibimos la luz procedente
del Sol, y la Luna eleva las aguas produciendo las mareas.
Como es natural, todos los espíritus estudiosos se han ocupado
de esta acción a distancia. Lo mismo que en la historia de
las ciencias y de las artes no faltan ejemplos de que los primeros
hayan llegado más lejos que todos los sucesores (los pintores
rupestres en el dibujo de animales, Homero en la épica, los
presocráticos en la explicación de la naturaleza, Moisés
en la ética social, los góticos en la construcción
de catedrales), así jamás ha existido una teoría
que reúna la ciencia y la ética como la filosofía
de los antiguos indios. Schopenhauer calificó la traducción
de las Upanishadas como el mayor acontecimiento intelectual del siglo
XIX.
Los indios consideran que el mundo está lleno de una materia
llamada Brahma. Ésta desempeña en el pensamiento indio
el mismo papel todopoderoso que Dios en el Antiguo Testamento. Leed
lo más bello que se ha escrito jamás sobre la esencia
del mundo:
"Al principio no existía el Ser ni el No Ser. Todavía
no existía el aire ni el cielo sobre él, ni el agua,
la altura y la profundidad. No había ninguna diferencia entre
el día y la noche, la muerte y la vida. Estaba oscuro y las
sombras ocultaron el principio de la Creación. Sólo
Uno estaba allí, fuera de él nada: Brahma. Pero todavía
no poseía ningún movimiento. Tampoco estaban allí
los dioses, pues no vinieron al mundo hasta más tarde. Por
tanto, nadie conoce el principio de Brahma, ni siquiera los dioses,
pues han sido los sabios los que han encontrado esta relación
entre el Ser actual y el No Ser de otros tiempos".
¡Qué visión de la esencia de la ciencia: la ciencia
es un invento de los sabios!
"Es invisible y, sin embargo, está en todas partes. La
mano no puede cogerlo, pero él lo coge todo. No puede ser visto,
pues de él procede la luz. No puede ser sentido, pues toda
sensación procede de él. De él viene que el mundo
es una creación aún incompleta, que tiende a su plenitud.
El hombre es una parte de aquél y, como dicen los místicos,
no debe caer por sus maldades en los brazos del Dios creador: así,
no se debe perturbar el Tao, sino realizar la armonía con el
hombre, la naturaleza y la divinidad por medio del trabajo y el orden".
En oposición al fatalismo indio, una concepción del
mundo bella y positiva, ha dado al pueblo chino un impulso civilizador
enérgico. La ciencia y la técnica alcanzaron entre los
chinos en los siglos primitivos un nivel asombroso. Conocieron la
electricidad por frotamiento y la fuerza del vapor, y viajaron con
la brújula. Inventaron el papel, escribieron las obras más
espirituales y discutieron en el más rico de los lenguajes.
Sus conocidas virtudes: la afición al trabajo, el esmero en
la ejecución de las tareas, la reglamentación rigurosa
de la vida familiar, la afabilidad en el trato con los vecinos, la
alegre afirmación de la vida y la sumisa conformidad con todos
los golpes del destino, su aplicación en el arte y su familiaridad
con las intimidades de la naturaleza, todo ello ha florecido a la
luz de las enseñanzas del Tao.
La India y China demuestran la intensidad y la diversidad con que
las concepciones científicas del Universo pueden influir sobre
la conducta y el destino de naciones enteras.
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