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"La medicina es mi esposa legitima y la literatura es mi amante."
Una de las pequeñas ironías que ofrece la historia de
la literatura es que Antón Paviovich Chejov, que amaba el elemento
cómico de la vida y fue conocido por la mayor parte de sus
compatriotas como autor de incontables narraciones humorísticas,
sea celebrado en la actualidad como un escritor que fundó una
nueva literatura de incertidumbres que no se resuelven, literatura
escrita en tono menor y con colores amortiguados, que daba expresión
a la dolorosa sensación de aislamiento del hombre y a su incapacidad
para comprender al prójimo.
Chejov nació el 16 de enero de 1860 en la población
de Taganrog, a orillas del Mar de Azov. Sus antepasados fueron de
condición inferior a la plebeya, pues su abuelo paterno fue
un esclavo que, gracias a sus hábiles manejos, pudo comprar
la libertad. El padre de Chejov, Pavel, tendero de escasos recursos,
era hombre vano, mezquino y padre tiránico; su madre fue hija
de un comerciante en paños. Hubo seis hijos en la familia;
Antón, el tercero, tuvo dos hermanos mayores y dos menores,
a más de una hermana. No fue un hogar feliz. "El despotismo
y las mentiras desfiguraron nuestra niñez a tal grado -recordaba-
que me repugna y horroriza pensar en ella". Fanático de
las prácticas religiosas, el padre golpeaba a los niños
por cualquier infracción de las reglas, hasta que éstos
consideraron con recelo cualquier clase de relaciones humanas íntimas.
"Cuando niño -escribía Chejov a los veintinueve
años- fui tratado con tan poca benevolencia que ésta
me parece algo extraordinario. Me gustaría ser bondadoso con
la gente, pero no sé cómo." Antes de llegar a la
edad adulta, los dos hermanos mayores, Alejandro y Nicolás,
bebían, jugaban y rehuían toda obligación. A
Antón le tocaría hacerse cargo de todas las responsabilidades;
a las ocho de la mañana se encontraba ya trabajando en la tienda
familiar. No obstante, era alegre por naturaleza, amante de los placeres
modestos. Niño hermoso, agradaba a las gentes -especialmente
a las mujeres- sin proponérselo. Como él mismo decía,
fue "iniciado en los secretos del amor a la edad de trece años".
Cuando tenía dieciséis, su padre, cuyos negocios habían
fracasado, huyó para escapar de los acreedores. Toda la familia
siguió a Pavel a Moscú, con excepción de Antón,
quien se quedó en Taganrog para terminar sus estudios viviendo
con un amigo de la familia a cuyo hijo daba lecciones a cambio de
techo y comida. Aunque no fue un estudiante sobresaliente, porque
salió mal en un examen, ingresó en una escuela de oficios
para estudiar sastrería; obtuvo un número suficiente
de lecciones para ahorrar algún dinero, cuya mayor parte enviaba
a su familia, que pasaba hambre. Cuando tenía casi diecisiete
años se vio atacado por una enfermedad grave, por lo que se
interesó en la Medicina y resolvió estudiar para médico.
A pesar de todo, no se extinguió su natural alegría,
que se desbordaba en bromas, anécdotas y obras ligeras que
enviaba a su hermano Alejandro, quien trabajaba para algunos periódicos
cómicos de Moscú. Su hermano logró que algunos
de sus articulillos fueran publicados, lo que significó que
ganara algunos rublos más para los Chejov.
Tenía diecinueve años cuando por fin salió con
bien en el examen, obtuvo una beca para la Escuela de Medicina y persuadió
a otros dos estudiantes para que se alojaran con su familia, a la
que se unió en Moscú. Los dos hijos mayores habían
abandonado la casa, y el resto de la familia, apiñada en un
piso de los arrabales, luchaba por sobrevivir. Chejov se hizo cargo
de ellos; "su voluntad -decía Miguel, uno de los hermanos
menores- era la que dominaba". No fue sólo el apoyo económico,
sino también moral; amonestó al errabundo Nicolás
y firmó la carta "tu hermano severo, pero justo".
Se entregó por igual a sus estudios médicos y a escribir
sátiras ligeras, parodias y otras obras hechas de prisa para
ganar algún dinero. Tenía sólo veinte años
cuando vendió su primera viñeta, pero comprendió
que carecía de valor literario y la firmó con su nombre
de letras; "Antoshe Chejonte".
Los cuentos fueron adquiriendo colorido gradualmente y su tono se
hizo más grave. Comenzaron por ser críticos; la protesta
era más importante que el argumento. Pero, cuando-tenía
veintisiete años, a tiempo que trabajaba como médico
interno y terminaba un enredo amoroso para iniciar otro, había
escrito ya unos seiscientos cuentos cortos. Aunque era un hombre de
gran estatura y de aspecto vigoroso, las continuas privaciones minaron
su salud y contrajo la tuberculosis antes de los treinta años.
Desde un principio reconoció los síntomas, pero ocultó
a su familia la naturaleza de la enfermedad y él mismo procuró
no dar importancia a su mal, sabiendo que le sería imposible
pagar la atención necesaria y que el prolongado tratamiento
le significaría renunciar a la medicina y a la literatura.
Comenzó a practicar la medicina como médico particular
a la edad de veinticuatro años. Bien adaptado, interesado en
el Arte y en la Ciencia, poseedor de un gran anhelo de vivir, se consideraba
un hombre "útil". Contradiciendo lo que afirman algunos
críticos, no existió conflicto entre sus dos vocaciones.
Gustaba de decir que la medicina era su esposa legítima y la
literatura su amante. "Cuando me canso de una, paso la noche
con la otra -escribía a Suvorin, su editor-. Esto quizá
no sea respetable, pero me salva del hastío... y, además,
ninguna de las dos pierde nada con mis infidelidades alternadas".
Suvorin, que era mayor que Chejov más de veinticuatro años,
se convirtió en el amigo proverbial, el filósofo y el
guía. Gracias a su influencia comenzó a modificarse
el tono de las obras de Chejov. Su primera colección de cuentos
cortos, publicada cuando tenía veintiséis años,
le advirtió que tenía un público lector; Suvorin
contribuyó a que adquiriera conciencia de su responsabilidad
como artista. Intentó escribir una novela que, siguiendo la
tradición rusa, sería más educativa que entretenida;
pero no estaba capacitado para una obra que sería una vasta
culminación de Historia, Filosofía y Sociología.
Se ha pensado que su fracaso como novelista asumió proporciones
trágicas en la vida de Chejov, pero no se entregó a
los titubeos. En vez de ello, escribió un drama, Ivanov, que
fue todo un éxito. Se le concedió el premio Pushkin
por sus cuentos -un honor extraordinario para un autor que aun no
cumplía los treinta años-, pero Chejov era demasiado
modesto para creer que merecía ocupar un lugar perdurable en
la literatura. Tenía la esperanza de que nadie recordaría
sus primeras obras: "Chejonte escribió muchas cosas -decía
con sequedad- que Chejov no puede aceptar".
Al igual que todos los escritores de su época, Chejov quedó
subyugado por el resplandor de Tolstói. En realidad, se sentía
más atraído por el espíritu mortal de Tolstói
que por su fe mística. "Chejov era un radical y un agnóstico
-dice David Magarschack en "Chejov: una vida"- y continuó
siendo radical y agnóstico durante toda su vida. Su aceptación
temporal de la filosofía de Tolstói no modificó
su actitud hacia la religión, pues fue la doctrina moral de
Tolstói, y no la religiosa, así como su dogma de la
no resistencia al mal, lo que por un tiempo ejerció una poderosa
influencia sobre él". Chejov amaba al hombre y reverenciaba
al artista; pero, discrepando del filósofo, desconfiaba del
moralista. Finalmente tuvo que repudiar al Tolstói que consideraba
al sexo incompatible con el amor cristiano.
Decía Chéjov :
-"Lo más importante en la vida familiar es el amor, el
deseo sexual, la unidad de la carne".
Su reputación literaria era tan grande antes de cumplir los
treinta años, que Suvorin lo instó a que renunciara
a su carrera médica. Pero, a pesar de que su salud empeoraba
continuamente, comprendió que necesitaba de ambos recursos.
Lo atormentaban tanto los eternos problemas económicos, que
no tenía descanso. El cuidado de su madre y de los hermanos
menores agotó las energías que le restaban; en cierta
ocasión se refirió a ellos como a su "tumor benigno",
pero nunca pensó en extirparlo. Por algún tiempo, cuando
conoció a Lidia Avelova, pareció que su carga emocional
se aligeraba. Pero era mujer virtuosa, casada y madre de familia;
y lo que hubiera podido ser un episodio romántico y frívolo
se convirtió en una pasión desesperada. Para escapar
de ella y para disciplinarse, Chejov emprendió un largo y tedioso
viaje a la conocida colonia penal de la Isla Sakhalin, donde permaneció
por tres meses. Describió la vida entre los prisioneros más
como hombre de ciencia que como artista. "La tierras del Señor
está llena de cosas bellas, pero hay algo que no es bello:
nosotros"
Trabajaba cada día con mayor intensidad. La alegría
de escribir se perdía en la continua premura y la creciente
amenaza del tiempo. El discurso del autor Trigorin en La gaviota es
un reflejo de lo que pensaba Chejov: "Día y noche me acosa
la necesidad de escribir, escribir, escribir. Apenas he terminado
un libro, algo me impulsa a escribir otro, y luego un tercero, y un
cuarto. Escribir sin cesar... No puedo escapar de mí mismo,
aunque siento que estoy acabando con mi vida... Apenas el libro ha
salido de la prensa, se me vuelve odioso. No es lo que yo quería;
incurrí en un error al escribirlo. Me siento irritado y desanimado...
Luego el público lo lee y dice: "Sí, es muy hábil,
muy bonito, pero ni remotamente tan bueno como Tolstói".
Yo también amo a mi patria y a su pueblo. Siento que, como
escritor, tengo el deber de hablar de sus pesares, de su futuro, de
la Ciencia y de los derechos del hombre. Por eso escribo sobre todos
los temas y el público me acosa por todos lados, algunas veces
lleno de ira, y corro y me escabullo como una zorra perseguida por
los perros".
Chejov no podía detenerse. A pesar de que había sufrido
algunos ataques de lo que, al parecer, era una afección cardiaca,
se negó a tomar en serio los síntomas. Sin embargo,
ya no se sentía a gusto sino en la compañía de
sus amigos íntimos. "Sería embarazoso -decía
con una mueca- caer muerto en presencia de extraños".
Recordando el éxito de su primer drama, escribió otro.
El demonio del bosque, en el que cifraba grandes esperanzas y que
fue un fracaso. Descorazonado, pero resuelto todavía a no abandonar
el drama, escribió un tercero, La gaviota. Cuando la leyó
a sus amigos, la respuesta fue débil, y el auditorio la siseó
y abucheó la noche del estreno. Chejov, cuyas ideas no habían
sido comprendidas por el empresario y que había presenciado
la representación lleno de angustia, huyó del teatro.
Por algún tiempo abjuró de la escena, pero volvió
a ella y lo persuadieron de que debía colaborar en la formación
de una organización nacional que más tarde se conocería
con el nombre de Teatro de Arte de Moscú. Aunque no simpatizaba
con el director, accedió a que reviviera La gaviota; con la
pulcra escenificación de Stanislavsky, la obra fue un éxito
inesperado y rotundo.
No es posible clasificar los dramas de Chejov en las categorías
acostumbradas. "Tenues, apagadas, frágiles en todos sus
aspectos, se desenvuelven en la atmósfera de relámpagos
cálidos de un mundo incoherente que agoniza -decía Walter
F. Kerr en el New York Heraid Tribune al hacer la reseña de
La gaviota-, El dramaturgo tradicional presenta los sucesos en primer
plano, bosquejando tan sólo el fondo necesario para darles
un colorido local. Chejov invierte el procedimiento. El colorido local,
el movimiento indefinido de los personajes preocupados, se apoderan
del centro y de los flancos de la escena convirtiéndose en
la textura misma de la obra. Los acontecimientos se escuchan en las
alas, como un susurro". El crítico del New York Times,
Brooks Atkinson, hizo eco a Kerr: "Bajo la superficie, Chejov
se ha apoderado de las grandes verdades de la vida -la indiferencia,
el egoísmo, el hastío de la existencia civilizada-,
la cándida verdad de la sociedad humana, cómica en su
incapacidad para comprender los hechos fundamentales de la vida social,
trágica en sus consecuencias". La gaviota es un ejemplo
particularmente adecuado de una obra entretenida y conmovedora a la
vez, un drama con tonalidades dolorosas y final trágico. Es
también una refutación al reproche de que "nada
sucede" en un drama de Chejov. Bajo las conversaciones casuales
y aparentemente sin objeto se desenvuelven situaciones intolerables
y crisis violentas. El tema, implícito, pero nunca expresado,
es la reversión del aceptado tributo sentimental a la magia
redentora del amor; es, por el contrario, un desenmascaramiento del
poder funesto del amor. Una muchacha del campo, vehemente y atraída
por la celebridad, huye del hogar, es seducida, da a luz un niño
que muere, se ve abandonada por el novelista en cuyos brazos se arrojó
y termina como miserable cómica de la legua. Otra joven, enamorada
sin esperanzas del hombre al que no puede unir su destino, se casa
con un maestro de escuela al que desprecia, arruinando así
su vida y la del marido. Un joven escritor, al que eclipsa su madre,
célebre estrella enamorada de sí misma, es desdeñado
por la muchacha a quien ha dedicado su vida y su obra, destruye sus
manuscritos y se suicida. Chejov no sufre con las cuitas de sus personajes.
Los amantes neuróticos, la madre narcisista, el poeta experimental
fracasado, el autor famoso, pero ya agotado, y la falta general de
todo propósito en su sociedad provocan más ironía
que piedad. Chejov muestra cierto apego a sus personajes mal adaptados,
pero de ninguna manera se apasiona por los individuos que se abandonan
y engañan a sí mismos, los "inútiles"
que sólo cometen torpezas en el mundo.
La voz de Chejov se deja oír en La gaviota, en la quejumbrosa
protesta de Constantino Treplev contra las convenciones:"Tengamos
nuevas formas o renunciemos a ellas". Pensando en esas nuevas
formas, Chejov revisó El demonio del bosque, al que dio el
nuevo nombre de El tío Vania, que fue aplaudido con delirio.
Había penetrado en la agitada vida interior que bulle bajo
los aspectos superficialmente tranquilos de la realidad. Ya para esta
época se encontraba ligado al teatro por lazos personales y
literarios.
Se había enamorado de Olga Knipper, actriz alsaciana del grupo
del Teatro de Arte de Moscú, diez años mayor que él,
y era evidente que ella también lo amaba. Pero Chejov no podía
hablar de matrimonio. Obligado a vivir lejos por el estado precario
de su salud, casi todo el amorío se desarrolló durante
sus viajes o por correo. Chejov se sentía ligado a una familia
a la que había dejado que se apoderara de él; estaba
enfermo sin esperanza; sabía que lo más que podría
hacerse sería .retardar su muerte. Pero si Chejov estaba condenado
a sufrir, Olga se negó a dejarlo sufrir a solas. Necesitó
casi dos años para persuadirlo -Olga tuvo que hacer la proposición
de matrimonio, y se casaron el 25 de mayo de 1901. Chejov era todavía
tan enfermizamente tímido y medroso, que el matrimonio se mantuvo
en secreto. La mayor parte de los que, como Tolstói, lo conocieron
sin conocerlo bien, consideraron a Chejov como a un hombre sencillo
y bueno. Pero David Magarshack hace notar que "ni siquiera su
esposa, quien durante los últimos años de su vida supo
hacer manar el hondo manantial de ternura y afecto en él, pudo
romper el impenetrable muro que había levantado entre él
y el mundo exterior".
Sólo le quedaban tres años de vida, que serían
a la vez de recompensa y agonía. Fue elegido miembro de la
Academia Rusa a los treinta y nueve años; dos años más
tarde contribuyó a que su amigo Máximo Gorki fuera también
elegido. Poco después las autoridades censuraron las opiniones
políticas de Gorki, y la Academia, servilmente, invalidó
su elección. Chejov confirmó su oposición al
régimen autocrático renunciando como protesta. Escribió
otros dos dramas que resultaron ser los más populares: Las
tres hermanas, inagotable y siempre vibrante, y El jardín de
los cerezos. Chejov había querido que la obra fuese una comedia
benévola aunque irónica sobre las normas antiguas y
los nuevos valores, mas Stanislavsky la presentó como un amargo
conflicto, la derrota de una aristocracia agonizante por un materialismo
naciente e implacable, una tragedia de vana elegancia y arrepentimientos
inútiles.
Poco después del estreno de El jardín de los cerezos
se hizo evidente que la condición de Chejov era desesperada.
"Debilitándose físicamente, pero fortaleciéndose
en espíritu -escribía su esposa- adoptó una actitud
sencilla, discreta y hermosa hacia la disolución de su cuerpo,
porque decía:" Dios ha puesto un bacilo en mí".
Con la última esperanza de que el fresco aire de los pinos
de la Selva Negra pudiera retardar el final inevitable, fue conducido
al sanatorio de Badenweiler. Cuando yacía en su lecho de muerte,
uno de los médicos intentó animarlo con engañosas
esperanzas, pero Chejov era un médico demasiado hábil
para dejarse engañar. "Me estoy muriendo", dijo con
tono tranquilo, y expiró. Era el 2 de julio de 1904. Seis meses
después habría cumplido cuarenta y cinco años.
Sin redactar un manifiesto o anunciar un programa, sin siquiera tener
conciencia del papel que desempeñaba, Chejov inició
una revolución contra el drama artificial y pulido y contra
el atildado cuento corto. Sus adictos subrayaron y definieron su objetivo:
decir "la verdad absoluta y honrada" en lugar de urdir una
obra plausible de fantasía. Su primera discípula inglesa,
Katherine Mansfield, dio nuevas tonalidades al cuento corto; en los
Estados Unidos, la voz de Chejov se deja oír en casi todas
las obras de imaginación que aparecen en The New Yorker, así
como en toda compilación anual de cuentos premiados. Chejov
se ocupaba más de las personas que de los argumentos; sus dramas
y sus cuentos se precipitan de inmediato en una situación vivida
y, generalmente, complicada. El autor se preocupa, ante todo, por
proyectar la realidad, un estado de conciencia casi dolorosamente
sensible, la creación de un carácter y no sólo
de un personaje.
Queda por determinar si Chejov se negó a continuar las normas
del drama bien hecho y del cuento cuidadosamente tramado como una
reacción consciente contra ellos o simplemente porque el tiempo
apremiaba y tenía demasiada conciencia de la incalculabilidad
de la vida para dar explicaciones artificiales. En lugar de las-fórmulas
favoritas -la iniciación ligera, el medio dramático
y el final limpio y sorprendente-, Chejov comenzaba por el medio y,
generalmente, dejaba que el lector imaginara el final. Rechazó
los artificios, despreció las pretensiones y al-canzó
sus efectos más dramáticos con el vocabulario más
inocente y familiar. Los momentos culminantes de sus obras terminaban
con frases comunes, como "No importa", "Si pudiéramos
saber", frases cuya misma falta de sabor sugiere que el conflicto
es tan hondo que no puede expresarse. En su Historia de la literatura
rusa dice D. S. Mirsky que sus dramas y cuentos cortos, como "Un
día en el campo", "El duelo", "La sala
número seis", "El doctor", "Mi vida"
y "Kashtanka" -para sólo citar seis de los miles
que escribió en menos de veinte años- revelan "los
rasgos esenciales de un estilo maduro... la biografía de un
estado de ánimo... un estado de ánimo que se desenvuelve
bajo los triviales alfilerazos de la vida, pero que debe su sustancia
a una causa profunda, fisiológica y psicológica".
El hecho de que esa causa permanezca desconocida hace aún más
misteriosos los triunfos de Chejov en detalles aparentemente insignificantes,
los dramas indirectos, la forma en que se levanta una taza de té
o se contiene un gesto. Realizó pequeños pero continuos
milagros en minucias tremendas, en la fusión de lo insustancial
y lo inexplicable, el humor perdido, la zozobra reprimida y la angustia
acallada. Fue el genio de un estilo, la "biografía de
un estado de ánimo", la "rebanada de la vida",
que dio nacimiento a una nueva literatura de la sensibilidad.
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