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La ciencia es la gran aventura del género humano. Cada generación
ve más cambios, y la curva de estos cambios asciende con una
rapidez que aumenta sin cesar. No se puede prever a dónde llevará
a la Humanidad: quizá al desastre, tal vez a las estrellas.
En la historia humana, nunca antes había ocurrido nada parecido
a la actual explosión de la ciencia, y de la tecnología
basada en la ciencia, etapa iniciada en el siglo XVI.
Las antiguas civilizaciones de Mesopotamia, Egipto, China y Grecia
llegaron a un gran refinamiento, pero ninguna de ellas adoptó
los métodos científicos que han sido la clave del éxito
de la cultura occidental. Los antiguos, con monótona regularidad
llegaron a una culminación para luego hundirse en la decadencia.
Ninguno de ellos alcanzó ese punto crítico, el umbral
de un futuro sin límites, que el Occidente pasó hace
400 años.
Los antiguos griegos fueron los que estuvieron más cerca de
romper el ciclo de apogeo y decadencia. Hacia fines de su período
de grandeza, un poco antes de la Era Cristiana, algunos de sus filósofos
empezaron a usar una combinación de observación objetiva
y razonamiento teórico que es la esencia de la investigación
científica. Algunos de sus trabajos dan la impresión
de ser modernos. Eratóstenes, que nació hacia el año
273 a.C., calculó la circunferencia terrestre con asombrosa
exactitud usando un método (medición de las sombras
del Sol en diferentes lugares) que todavía es válido.
Los médicos griegos disecaban los cuerpos humanos para estudiarlos,
procedimiento evidentemente necesario que fue prohibido en los siglos
posteriores. El matemático Arquímedes empleó
su famoso principio (el peso de un cuerpo sumergido en un fluido se
reduce en una cantidad igual al peso del fluido desalojado) para medir
la densidad de los objetos de forma irregular. Éste es un excelente
ejemplo de una teoría científica aplicada a la práctica.
Cuando su ciudad natal de Siracusa fue atacada por los romanos el
año 212 a.C., se dedicó, como un científico moderno,
a lo que hoy se llama investigación y desarrollo militar, y
diseñó mejores catapultas y otras armas nuevas.
En la época de Arquímedes, la ciencia del último
período griego parecía estar ganando importancia. Varias
ciudades tenían grandes bibliotecas públicas, y el famoso
Museo de Alejandría, colonia griega en Egipto, era en parte
un instituto de investigación científica. Progresaba
el conocimiento teórico junto con la tecnología práctica,
estimulándose mutuamente, como sucede hoy. Los griegos del
siglo II a.C. tenían el derecho de pensar que vivían
en una maravillosa época de descubrimientos, en que la Naturaleza
cedía en todas partes ante el poder del intelecto humano.
De haber continuado este espíritu, la época actual de
cambios explosivos, que empezó alrededor del año 1600,
pudo haberse iniciado 1700 años antes, y quizá la primera
colonia terrestre en la Luna habría hablado griego. Pero el
progreso científico de los griegos no duró mucho. Poco
después del año 100 a.C., el mundo griego perdió
su vitalidad y fue conquistado por los prácticos romanos, quienes
eran excelentes ingenieros, pero científicos poco originales.
Luego vino el cristianismo, que exaltó el misticismo, no la
ciencia. Incluso antes de que los invasores bárbaros trajeran
la llamada Edad del Oscurantismo a Europa, el pensamiento científico
de ésta había cesado. La civilización grecorromana,
como todas las anteriores, había llegado a la culminación
y empezado a decaer.
Después de mil años de ignorancia y superstición,
la ciencia europea empezó a recobrarse lentamente. En el siglo
XIII, algunos hombres audaces, como Roger Bacon, fraile franciscano
de la Universidad de Oxford, rechazaron los hábitos teológicos
del pensamiento y empezaron a observar y razonar como el mejor de
los griegos. Pero lo más importante de todo fue su actitud
filosófica radical. Instaba a sus discípulos a experimentar
y observar, y a no aceptar más que lo que procedía de
la Naturaleza. Esta manera de pensar es la clave del progreso técnico
y científico y, que con extraordinaria visión, Bacon
predijo que capacitaría al hombre para construir barcos que
se moverían por sí mismos y vehículos terrestres.
Incluso predijo que habría naves que se sumergirían
en los océanos y que volarían por los aires.
Bacon se adelantó varios siglos a su época. Las autoridades
eclesiásticas, que consideraban su razonamiento independiente
una amenaza para la ortodoxia religiosa, lo encarcelaron y lo hicieron
callar.
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