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Hay que saber que de los miembros del sistema planetario tres son
constantes y otros tres son inconstantes. Los primeros son el Sol,
los planetas y las lunas. Siempre están en el lugar que exigen
las leyes del Universo, por eso, se pueden estudiar con la frecuencia
y duración deseadas. Los inconstantes son los cometas, los
meteoritos y las estrellas fugaces. Aparecen inesperadamente; el cálculo
no las precede, como a los planetas, sino que renguean tras ellos,
y antes de que nos demos cuenta de lo que sucede ya se han ido.
Los cometas son cuerpos todavía más pequeños
que los planetoides y son muy características las elipses alargadas
que describen alrededor del Sol; por esta causa, se alejan tanto durante
la mayor parte de su trayectoria que no son visibles. Solamente hacen
su aparición cuando se aproximan al Sol y empiezan a resplandecer
bajo su influencia. Sus órbitas son tan extensas que transcurren
miles de años antes de que vuelvan, pues la velocidad de su
vuelo disminuye en proporción inversa a su distancia del Sol,
de tal modo que un automóvil podría marchar al lado
de un cometa alejado del Sol. Pero la Naturaleza tiene paciencia.
Un buen día la línea encorvada da la vuelta y entonces
aumenta su velocidad como la de una piedra que cae después
de ser arrojada hacia lo alto, primero lentamente y luego cada vez
más de prisa hasta pasar zumbando por las cercanías
del Sol y rodearlo en pocas horas.
Mediante la fotografía y el telescopio se descubre cada dos
semanas un cometa en alguna parte del cielo. Pero su posición
desfavorable respecto a la órbita celeste, o la amplitud de
su arco que rodea al Sol a gran distancia, hace que pasen inadvertidos
para nosotros, en la Tierra. Los cometas luminosos son tan raros que
un hombre puede considerarse feliz cuando sus ojos pueden disfrutar
una vez en la vida de tan magnífico espectáculo. No
sabemos lo que son los cometas y es inútil discutir sobre ellos,
cuando ni siquiera se está de acuerdo en si son miembros del
sistema planetario o simplemente huéspedes accidentales procedentes
del Universo. Los persas tienen una bella sentencia: No injuries la
piedra que no puedas levantar. Bésala y déjala quieta.
Puesto que los cometas se mueven en estado frío en las lejanías
del Sol, no son probablemente más que fragmentos volantes,
que ni siquiera merecen el nombre de rocas, pues parecen ser tan ligeros
como el polvo. En 1770 se aproximó uno casi a 2.000.000 Km.
Sólo con que hubiese poseído la millonésima parte
de la masa de la Tierra se hubiera percibido una perturbación.
Las estrellas fugaces son las cenizas de los cometas. Constan
de un polvillo que pesa un gramo a lo sumo, o que sólo consta
de algunos átomos. Durante su penetración ionizan los
átomos del aire aproximadamente a 100 kilómetros de
altura. Lo que vemos formando la estrella fugaz no es el polvillo
cósmico; éste es demasiado pequeño para que se
pueda ver a tal distancia; vemos el efecto luminoso que deja detrás
de su trayectoria, a semejanza del electrón, invisible en la
cámara de Wilson pero que al pasar produce la condensación
de las moléculas del vapor de agua para producir gotitas visibles.
Se calcula que diariamente caen en forma de lluvia en la atmósfera
terrestre 100 millones de estrellas. En las épocas en que la
Tierra atraviesa la cola de los cometas desaparecidos, aumenta su
número. Son conocidos los días de agosto en los que
relucen las Perseidas, en la dirección de la constelación
de Perseo, y los días de noviembre en los que se observan las
Leónidas en la dirección de León. Tampoco éstas
son bandadas emigrantes que vuelven de un modo seguro a través
de los milenios. Esos grandes enjambres que se observaron en 1799,
1833 y 1866, se han debilitado desde entonces. O bien se han disipado
o bien su camino se ha desplazado, de modo que la Tierra no atraviesa
el enjambre en su giro anual. ..
Los meteoritos
Cuando en 1800 cayó en una aldea de Gascuña una piedra
procedente del cielo sereno y se envió un informe con las firmas
de 300 testigos a la Academia de Ciencias de París, se recibió
la siguiente respuesta: "La Academia comprueba con sentimiento
que en nuestra época ilustrada existen todavía cabezas
tan supersticiosas, que creen que pueden caer piedras del cielo".
Naturalmente que caen piedras del cielo, cada día, cada hora,
y en el curso de la historia terrestre han debido de ser millones,
de las cuales sólo se ha recogido una pequeña proporción,
pues la mayoría de ellas están formadas por hierro,
el hierro se oxida, y por tanto sucede con los meteoritos lo mismo
que con los esqueletos de los saurios o de los hombres prehistóricos:
apenas se encuentran en las zonas húmedas, mientras que abundan
en las secas, y no es una casualidad que el cráter meteoríto
más célebre de Norteamérica, se encuentre en
el desierto de Arizona.
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