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Reconocido como el primer poeta moderno de Cataluña, Joan
Maragall (1860-1911), hijo de un próspero industrial, de su
puño y letra, se juzgó así al cumplir los veinticinco
años:
"Veinticinco años. La flor de la juventud ya ha pasado.
Ya soy hombre. Es notable que uno sea hombre en el sentido de la plenitud
física y de derechos, precisamente cuando ha terminado el tiempo
más hermoso de la vida... La flor de la juventud ya ha pasado
para mí, la edad de los dulces amores.
"He sido dichoso en dos tiempos: hasta los quince años
y de los diecinueve a los veinticuatro. Ahora no soy ni feliz ni desgraciado.
Fui feliz durante los quince primeros años de mi vida, porque
vivía constantemente de ilusiones que creía se realizarían
a su debido tiempo o bien porque las ilusiones me satisfacían
por sí mismas...
"He soñado con la gloria desde mi más tierna adolescencia;
pero no ha pasado de ser un sueño. ¿Por qué?
¿Por qué me ha gustado tanto conocer detalle por detalle
la vida de los más grandes genios de las letras, y ha sido
mi constante y ardiente aspiración llegar a ser como ellos,
y hasta he creído que un día el mundo se interesaría
por las vicisitudes de mi existencia? ¿Por qué en mí
el amor propio ha tomado esa dirección? Pues en verdad que
ni los acontecimientos de mi familia, ni mi educación, ni la
atmósfera en que he vivido, han podido engendrar en mí
este afán. Ello se debe seguramente a mi temperamento: mi carácter
es indolente, todo lo práctico le repugna; está constituido
por una sensibilidad exagerada, a veces hasta extravagante, y un amor
propio que va más allá de lo que pueden pensar los que
me rodean.
"Naturaleza, Arte, Amor, reducidos a superior unidad: es decir,
la Belleza. Ella lo es todo para mí; lo demás (progreso,
ciencia, ambición, civilización, etc.) es polvo, miseria...
o evoluciones de seres de baja estofa con los que no quiero que se
me confunda y a los cuales no conozco distintamente... ¿Soy
un verdadero artista o un artista incompleto, es decir, sencillamente
un dilettante entusiasta? Hace más de diez años que
esta duda me tortura. Pero puedo asegurar una cosa: en conciencia,
me siento más poeta que lo que demuestran ser muchos a quienes
el público reputa de tales.
"La edad crítica, entre los quince y los veinte años,
fue ingrata para mí.
El malestar empezó un año después de haber terminado
el bachillerato. Envanecido porque se me consideraba como "un
talento" y objeto de toda clase de consideraciones y alabanzas;
llena la cabeza de novelas románticas que me hacían
llorar a lágrima viva y despertaban en mí sentimientos
elevadísimos, pero vacíos, quijotescos; obteniendo las
mejores notas académicas; en una palabra, teniendo de mí
mismo un concepto elevadísimo, fui bruscamente arrancado de
los libros y colocado ante una mesa de trabajo en la industria a la
que estaba destinado, y sujeto, en cierto modo, a la condición
de aprendiz. El golpe fue terrible y repercutió en todo mi
ser, y de aquel desbarajuste de aspiraciones contrarias se levantó,
enarbolando el estandarte de la rebelión, mi pasión
por la poesía.". .
El mismo hombre, cinco lustros después, escribía de
nuevo sobre sí mismo:
"Han pasado veinticinco años. Hoy cumplo mis cincuenta.
Estoy casado con la mejor de las mujeres, que me ama con pasión.
Tengo doce hijos que gozan de buena salud, casa propia y espaciosa,
una fortuna suficiente para mantener a toda la familia, un nombre
honrado por mis conciudadanos, una gloria de poeta y una salud de
cuerpo y de espíritu que no me hace echar de menos mis veinticinco
años. Al contrario: en este mismo momento acabo de releer lo
que escribí veinticinco años atrás, y doy gracias
a Dios por haber querido hacer de aquel joven tan decaído moralmente
el hombre que ahora me siento.
"Y doy a Dios las gracias -y a mi padre, que está con
El y me dejó, como fruto del trabajo de toda su vida, en una
posición material desahogada, de donde ha salido mi holganza
moral que ha sido base de la otra-, porque yo no he puesto en ello
ningún esfuerzo mío. Dios, que me ha negado la fortaleza,
ha tenido siempre en su mano mi debilidad, que ha hecho sana y me
ha llevado con ella a resultados admirables y siempre superiores a
mis méritos. He sido un hombre de suerte, una pura criatura
de la Divina Providencia. Todo cuanto soy y tengo lo debo -pero directamente,
¿entendéis?, no mediante ningún esfuerzo mío-
al Padre que está en el cielo y al que me dio aquí en
la tierra.
"Durante estos veinticinco años he pasado, ciertamente,
tribulaciones exteriores, pero ninguna que fuese tan fuerte como para
impedirme que saliera ganando. He pasado muchas inquietudes, muchas
angustias, espantos, contrariedades, mortificaciones, peligros, trastornos
y penas; pero todo eso tan proporcionado a mi debilidad, que en el
momento en que mi cuerpo o mi espíritu iban a quebrarse, el
peso me ha sido quitado de encima y una maravillosa elasticidad de
mi naturaleza me ha enderezado sin que yo supiera cómo.
"Así, a los cincuenta años, me encuentro, yo que
no soy fuerte, con una sensación de agilidad juvenil; yo, temperamento
egoísta de soñador y solitario, me veo convertido en
jefe de una gran familia y con una reputación de patriarca;
yo, hombre de menguado espíritu y menguado trabajo, soy considerado
como uno de los grandes entendimientos de mí lugar y tiempo;
yo, que a duras penas sabría ganarme la vida por mí
mismo, soy respetado como un hombre de posición social independiente
y holgada; yo, que sufro de tantos achaques y debilidades morales,
soy estimado como un hombre puro y fuerte. Aparento ser mucho más
de lo que soy, y todo lo que soy me ha sido dado graciosamente, y,
además de estos dones, me beneficio de aquella apariencia.
¡Señor, Señor, no me soltéis de vuestra
mano, y que al menos mi agradecimiento pueda hacerme digno de vuestros
bienes!"
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