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Contaminación y medio ambiente

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Nuestra vida, para su desarrollo, necesita aire, tierra y agua, que la mano del hombre está afectando, seriamente, de muchas maneras. A medida que pasan los años una mayor cantidad de individuos de muy distintas sociedades, ha oído hablar de la capa de ozono.
¿Pero, qué es la capa de ozono?
Existe una enorme de gases que forman la atmósfera, entre los cuales está una capa de ozono, situada a unos 25 kilómetros, que tiene la propiedad de filtrar las radiaciones solares, entre ellos los rayos ultravioleta, que puede provocar trastornos e en el ser humano, como cáncer de la piel, extendiendo su capacidad a la perturbación del sistema inmunológico y hasta reducir el crecimiento de los vegetales.
Las observaciones llevadas a cabo desde el año 1979 en la Antártida han demostrado la existencia de un agujero en la capa de ozono cuyo tamaño varía según los meses, pero que parece crecer lentamente. Este filtro natural está, pues, amenazado. El contenido atmosférico de gases halogenados está aumentando. Estos gases halogenados se caracterizan por contener en su molécula átomos de cloro o de flúor que se liberan a la atmósfera debido a la radiación solar. Una vez liberados, estos átomos se combinan con las moléculas de ozono a las que disocian, dicho de otro modo, al disociarlas destruyen en el ozono la condición de filtrar los rayos ultravioleta, lo que significa que, a la vez, la capa protectora que representan estos gases queda anulada.


Hay otro fenómeno que, también, preocupa a los hombres de ciencia, aunque no parece hacerlo en los gobiernos de muchos países: el efecto invernadero. Si han visto alguna vez los cultivos que se hacen en invernaderos, habrán visto que la superficie terrestre de cultivo, se cubre con techos de plástico, con el sabrán propósito de acumular calor para crecimiento de las hortalizas o de las flores. La Tierra necesita tener una temperatura media moderada en su superficie para la agricultura general y ello es posible, porque la atmósfera, gracias a su composición, impide la reemisión al espacio de la mayor parte de los rayos infrarrojos emitidos por la Tierra. El calor queda pues atrapado, como si de un invernadero se tratara.


Los gases que reflejan la radiación infrarroja y provocan el efecto invernadero son, principalmente, el vapor de agua, el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso y los gases halogenados. Desde hace algunas décadas, la proporción de estos gases en la atmósfera no ha dejado de aumentar. Habría que esperar, en consecuencia, un aumento de la temperatura de la superficie terrestre si no se pone coto a las causas productoras de este fenómeno. Los modelos informáticos actuales prevén un aumento de 1 a 4 o 5ºC, si la proporción de dióxido de carbono se dobla. Aparte de un aumento en el nivel de los océanos (debido a la fusión de los hielos polares), tal incremento de temperatura aceleraría el proceso de desertización.


La atmósfera, por la acción del hombre, ha creado la lluvia ácida.
El empleo de combustibles fósiles - como el petróleo - acompañado, como viene, de emisiones de óxidos de azufre y de nitrógeno. Cuando las moléculas de estos óxidos se combinan con el vapor de agua atmosférico, se forman ácidos como el sulfúrico o el nítrico y tantos otros. Entonces se forma una niebla y cae la lluvia ácida, y la acidificación abarca todo el medio; además, a medida que pasan los años, los suelos, las aguas continentales, la vegetación, el mundo animal y hasta las casas que habitamos sufren los efectos de la contaminación y ésta, llevada por los vientos a todos los confines, puesto que este fenómeno no tiene fronteras. Así es que en la península Escandinava o en el continente americano, en Canadá, grandes lagos han dejado de albergar cualquier forma de vida. Lo mismo sucede con los bosques
(hecho comprobado por los científicos) de Alemania y de China, pese a los miles de kilómetros que separan estos países; en estos países, grandes masas forestales y de especies vegetales se han visto diezmadas.


¿Y qué decir de la contaminación urbana?
No se trata solo de los vehículos, sin duda, causantes mayoritarios de la contaminación de la atmósfera de las ciudades, sino que hay anotar las calefacciones domésticas y, también, la actividad de las industrias, que funcionan en las afueras del radio urbano, que contaminan alrededores de las ciudades. Los más frecuentes son los óxidos de carbono, de azufre y de nitrógeno. Estos últimos, por acción de la radiación solar, producen ozono, cuya concentración en las capas bajas de la atmósfera aumenta peligrosamente. Por otra parte, no hay que despreciar la contaminación por los aerosoles, el plomo, los hidrocarburos no quemados, también los polvos (hollín), metales pesados, etc. El efecto nocivo de estos gases y aerosoles afecta directamente al hombre y se manifiesta en los sistemas respiratorio, cardiovascular y sensorial. A ello hay que añadir los daños causados a las edificaciones y a las plantas, éstas que sufren los efectos de los plaguicidas, que están formados por una gran variedad de productos orgánicos de síntesis utilizados para luchar contra los parásitos y animales perjudiciales para los cultivos; entre los insecticidas algunos son organoclorados, como el D.D.T. y el lindane, indiscutiblemente contaminantes, poco o nada biodegradables, que se acumulan en los ecosistemas. Algunos insecticidas organofosforados pertenecen a la misma familia química que ciertos gases de guerra. La contaminación de los suelos se produce en el momento de la aplicación de los plaguicidas. La agricultura mundial utiliza anualmente alrededor de 150 millones de toneladas de fertilizantes.