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Nació el 14 de enero de 1867 y, desde muy niño, fue
poeta.
Ante las autoridades de Managua leyó las cien décimas
de El libro, escritas especialmente para ganar una beca. El Presidente
nicaragüense, le dijo:
-Hijo mío, si así escribes contra la religión
de tus padres y de tu patria ¿qué será si te
vas a Europa a aprender cosas peores.
Y otra anécdota para completar la presentación del gran
poeta nicaragüense.
- Vete a Chile, Rubén. Es el país donde debes ir - le
aconsejó el poeta salvadoreño Juan J. Cañas.
- Pero, don Juan, ¿cómo me voy a Chile, si no tengo
los recursos necesarios?
- Vete a nado, aunque te ahogues en el camino.
La escuela de primeras letras y una breve asistencia a la enseñanza
secundaria, fue toda la escolaridad de Rubén Darío;
el resto se debió a su espíritu autodidacta aprovechando
las bibliotecas de gente ilustrada, que apreciaba su incipiente don
poético; en ellas, leyó a fondo a los clásicos
españoles. A los 16 años vivió en El Salvador
y ahí escribió dos memorables poemas: La poesía
castellana - historia versificada de la evolución poética
española, imitando el estilo de cada época y la Oda
al Libertador Bolívar.
Viajó a Chile, siguiendo el consejo de Cañas y, en Valparaíso,
fue recibido por dos jóvenes intelectuales, el poeta Eduardo
de la Barra y el escritor Eduardo Poirier. Trabajó en el diario
La Época y publicó Rimas y El canto épico a las
glorias de Chile. Este país sudamericano ya había alcanzado
un precoz florecimiento cultural, y ahí Rubén Darío
publicó Azul calificada como el cabo inicial de la revolución
literaria llamada modernismo, aunque este estilo era más notorio
en su prosa que en sus versos.
Darío volvió varias veces a Centroamérica, Guatemala,
El Salvador, Costa Rica sin obtener apoyo ni reconocimiento, pero
al celebrar España el cuarto centenario del descubrimiento,
en un momento de profunda desesperanza, fue nombrado secretario de
la delegación de Nicaragua. En Madrid, conoció a Marcelino
Menéndez Pelayo, Juan Varela, Gaspar Núñez de
Arce, Ramón de Campoamor, Emilio Castelar y la condesa Pardo
Bazán. Terminada su misión, sin trabajo para financiarse,
regresó a su país, donde fracasó el intento del
ex presidente de Colombia, el poeta Rafael Núñez, para
que fuera nombrado cónsul general de Colombia en Buenos Aires.
Dio un rodeo por Nueva York y París antes de llegar a Argentina
en la primavera de 1893. En Estados Unidos conoció al apóstol
de la independencia de Cuba, José Martí - por quien
sintió una íntima admiración y dos grandes de
la poesía norteamericana, Edgard Allan Poe y Walt Whitman.
En París imperaba el simbolismo de Verlaine, al que siempre
vio en absoluto estado de ebriedad. Cinco años vivió
en Buenos Aires, colaborando en el diario "La Nación",
con escritos en prosa y en verso. Publicó Prosas profanas,
innovando en las estructuras y armonías hasta entonces no oídas
en español, demoliendo la retórica arcaica. Su diario
lo envió a España para verificar el estado en que vivía
después de la guerra con EE.UU. Sus crónicas constituyeron
el libro España contemporánea, aparecido en 1901.
En su segundo viaje a Madrid, coincidió con la llamada generación
del 98, cuyas ansias de novedosas creaciones vio en Darío un
abanderado de sus propias inquietudes. Otra vez, La Nación,
lo envió a París, que celebraba su Exposición
Universal; sus crónicas y diario de viaje figuran en Peregrinaciones,
que se publicó, también, en 1901. Fue un período
intenso de viajes por toda España, Marruecos, Austria, Hungría,
Alemania, Bélgica e Inglaterra, impresiones que aparecen en
su libro Tierras solares, editado en Madrid en 1904. Y al año
siguiente, con motivo del tercer aniversario de la publicación
de El Quijote, Darío se unió al homenaje español
con su Letanía de nuestro señor Don Quijote. Por entonces,
hizo un audaz ensayo de adaptación del hexámetro latino
al español componiendo "Salutación del optimista",
que es la proclamación de su fe en España, y aparecieron
- su gran obra - Cantos de vida y esperanza - Los cisnes y otros poemas.
Hay otros episodios en su vida, como sus dos matrimonios - Rafaela
Contreras, mujer de gran sensibilidad literaria; Rosario Murillo,
que su novia de adolescencia y su vida de pareja con una humilde y
agraciada campesina avilesa, Francisca Sánchez, inmortalizada
en sus versos. El final de su vida fue triste: abandonado, enfermo
y pobre, tuvo que aceptar la ayuda del presidente de Guatemala, donde
vivió ocho meses y cuando su salud estaba muy quebrantada,
a fines de noviembre de 1915, lo llevaron a Nicaragua, donde murió
el 6 de febrero de 1916,
Sus restos están depositados al pie de una columna en la catedral
de León.
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