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Es verdad el dicho popular que la
historia se repite.
En el mundo occidental es muy conocido el relato de Moisés,
el salvado de las aguas del Nilo; pero está también
la historia de Sargón, rescatado de las aguas del río
Eufrates, y, como variantes, pueden mencionarse a otros personajes
destinados a desempeñar un papel histórico, cuyas vidas
se vieron amenazadas al nacer, como la reina Semíramis, de
Asiria o Ciro, de Persia. En este trabajo, contaremos aspectos de
la vida de Edipo, hijo de Layo, rey Tebas y de Yocasta. Antes de casarse
decidierom consultar al oráculo de Delfos, que les hizo un
tenebroso vaticinio; le dijo Layo, que su primer hijo, llegaría
a ser el asesino de su padre y esposo de su madre.
Al nacer Edipo, Layo ordenó a un oficial que diera muerte al
niño, pero el servidor, luchando entre la lealtad que debía
a su rey y el instintivo horror que le causaba el cumplimiento de
la orden recibida, se limitó a perforar los pies del nuevo
ser y a suspenderlo, con una correa, de un árbol del monte.
Citerón, que apacentaba los rebaños de Polibio, rey
de Corinto, atraído por los lamentos del niño, lleno
de compasión, lo entregó a Polibio, cuya esposa, Peribea,
lo acogió amorosamente y lo adoptó como hijo con el
nombre de Edipo, que en griego significa el de los pies hinchados.
Cuando Edipo contaba catorce años, ya los oficiales de la corte
habían admirado, en muchas ocasiones, su fuerza y su destreza.
En todos los juegos gimnásticos salía vencedor, excitando
de tal manera la envidia de sus compañeros, que uno de ellos
para mortificarle le echó en cara que sólo era un pobre
expósito, un hijo adoptivo.
Atormentado Edipo por tal reproche empezó a sentir escrú-pulos
sobre su nacimiento, y en diversas ocasiones lo inquirió, lleno
de ansiedad, de la que siempre había tenido por madre; pero
Peribea que le amaba entrañablemente se guardó mucho
de aclarar sus dudas; muy al contrario, se esforzó en persuadirle
de que era su hijo, Edipo quiso tener la certeza de esta afirmación
y se fue a consultar al oráculo de Delfos. El oráculo
por respuesta le dio un consejo: "que no retornara jamás
a su país natal, si no quería ocasionar la muerte de
su padre y desposarse con su madre". Conmovido por estas palabras,
resolvió no vol-ver jamás a Corinto que él consideraba
su patria, y angustiado partió en dirección a a Fócide.
En un camino estrecho se encontró con cuatro personas, una
de ellas, anciano que iba sentado en un carro y que le mandó
con arro-gancia que le dejara el paso libre, acompañando el
mandato con un gesto amenazador. Se entabló una disputa, echaron
mano a las espadas y Edipo mató al viejo sin conocerle: este
anciano era Layo. Después de esta catástrofe que privaba
a la ciudad de Tebas de su rey, una calamidad inaudita desoló
toda la comarca: era la Esfinge. Este monstruo tenía la cabeza,
la cara y las manos de doncella, la voz de hombre, el cuerpo de perro,
la cola de serpiente, las alas de pájaro y las garras de león.
Se situaba en la cima de una colina, junto a Tebas, detenía
a todos los caminantes que por allí pasaban y les proponía
un enigma capcioso, devorando a los que no acertaban a resolverlo.
Muchos millares de desgraciados habían perecido allí.
Creonte, hermano de Yocasta,
que entonces reinaba, sacrificando su propio interés al interés
del pueblo, anunció en toda Grecia que concederla la mano de
Yocasta y la corona de Tebas al que librara la Beocia de esta calami-dad.
La muerte de la Esfinge dependía de la explicación de
un enigma que habla planteado en estos términos: ¿Cuál
es el animal que por la mañana tiene cuatro pies, dos al mediodía
y tres en la tarde?
Edipo, cuya sagacidad corría parejas con el amor a la gloria,
se presentó al monstruo, y al oírle el enigma, sin titubear,
le respondió "ese animal es el hombre", porque en
su infancia anda sobre sus cuatro extremidades, camina de pie en su
edad viril y ya viejo debe usar un bastón como tercer pie.
La Esfinge, furiosa, se lanzó por un despeñadero y se
rompió la cabeza al estrellarse con las piedras que había
en el fondo del precipicio.
Entonces, aceptando lo
prometido por Creonte, se convirtió en Rey de Tebas y tomó
a Yocasta como esposa, que le dio dos hijos: Etéocies y Polinice
y, también, dos hijas, Antígona e Irmene. Pero, otra
vez intervino el oráculo que vaticinó que una peste
que asoló la ciudad, solo terminaría cuando se encontrara
al asesino de Layo, investigacion impulsada por Edipo. Así
descubrió que él era el asesino de su padre y que Yocasta
era su madre. Tal comprobación, llevó a Edipo a una
desesperación sin límites y creyéndose indigno
de ver la luz del día, se arrancó los ojos. Expulsado
de Tebas, de la mano de su hija Antígona marchó hasta
Atenas, donde recibió una hospitalaria acogida en la mansión
de Teseo. Allí vivió hasta su muerte.
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