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El mar se divide

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En el conjunto de la vida en la Tierra , nuestro mundo superior de luz solar, calor y variaciones estacionales es sólo una excepción. En realidad, las condiciones más comunes en nuestro planeta son la oscuridad, el frío, la densidad y la salinidad que imperan en la zona inferior del océano, el habitat más extenso e inclemente, un mundo escasamente poblado, don­de la fauna es muy pobre y la flora no existe por falta de luz. En el océano, a medida que la profundidad aumenta, la biomasa disminuye, hasta tal punto que el 80 % de la vida marina habita por encima de los 1.000 m de profundidad.

El mar se divide en dos grandes reinos, el pelágico y el bentónico. La mayor parte del océano pertenece al dominio pelágico, en el que se distinguen varias capas o zonas, teniendo en cuenca las condiciones de habitabilidad, determinadas por factores como la incidencia de la luz solar, y la temperatura, la densidad y la presión del agua. La superior, llamada zona epipelágica o eufórica («con luz abundante»), empieza en la superficie y acaba a 200 m de profundidad. Por debajo de esta capa superfi­cial, entre 200 y 1.000 m de profundidad, se halla la zona mesopelágica o disfótica («con luz escasa»), y finalmente, entre los 1.000 m de profundidad y el fondo oceánico, se extiende la zona batipelágica o afótica («sin luz»), en cuya parte más profunda, la que está en contacto con el suelo submarino, se encuentra el reino bentónico.

La zona epipelágica constituye una especie de rico epitelio marino, en cuyo seno las minúsculas planeas que forman el fitoplancton efectúan la fotosíntesis y sientan las bases del entramado alimentario oceánico. Las aguas epipelágicas son claras y bien iluminadas, un medio marino donde viven peces como el atún, el pejerrey, el pez vela y el marlíh, verdaderas maravillas de la ictiotecnología, criaturas que parecen salidas de la mesa de trabajo de un ingeniero. El cuerpo del atún, por ejemplo, es fusiforme y está dotado de qui­llas caudales, aletas falciformes y otras características hidrodinámicas. Poseen, además, mecanismos fisiológicos especializados en el intercambio de calor con el medio que les rodea. Sin duda, la zona epipelágica es la región donde la vida marina ha logrado sus más brillantes creaciones, pues también habitan en ella los cetáceos, las criaturas que han desarrollado los mayores cerebros del reino animal.

La zona mesopelágica es un espacio de transición, la frontera entre la luz y la oscuridad, una región donde la densidad de las tinieblas va cre­ciendo con la profundidad. Está habitada por calamares y pulpos, y por peces con ojos de gran capacidad fotosensible y cuerpos provistos de fotóforos, y otras criaturas de extraño aspecto y costumbres sorprendentes, como las estrellas de mar cesta, los sifonóforos, los peces dragón, los peces remo, las anguilas tijera y los peces linterna.

Finalmente, comienza el reino de la oscuridad absoluta, la zona batipelágica o afórica, poblada por una fauna fantasmal de seres que parecen salidos de una pesadilla, como las anguilas voraces o peces pelícano, los peces víbora, los melanostomiáridos, los linofrinos, los peces engullidores, los eperlanes y los peces abisales con colmillos.