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Seis son estos elementos
vitales para todos los seres vivos: carbono, hidrógeno, nitrógeno,
oxígeno, fósforo y azufre. Estos seis elementos tienen
algo en común, cual es la necesidad de ganar electrones para
completar los niveles de energía más externos, por lo
que tienen la tendencia a formar enlaces covalentes.
El átomo de carbono
posee cuatro electrones en su capa externa y puede compartirlos formando
covalentes con otros cuatro con otros cuatro átomo de carbono
o de otro elemento distinto. Es esta versatilidad combinatoria del
carbono la que hace posible la construcción de grandes moléculas,
que son la base estructural de todo ser vivo.
También, es bueno saber que una simple célula bacteriana
posee unas 5.000 substancias orgánicas diferentes desempeñando
su papel biológico, substancias que son el doble en una célula
animal o vegetal y son cuatro las clases de moléculas presentes
en grandes cantidades en los seres vivos. Tales son los hidratos de
carbono o glúcidos, los lípidos, las proteínas
y los ácidos nucléicos, todas ellas contienen carbono,
hidrógeno y oxígeno.
Por su parte, los ácidos nucléicos y algún tipo
de lípidos, además, poseen nitrógeno y fósforo,
mientras que las proteínas agregan a su composición
azufre y nitrógeno. Las proteínas son las moléculas
orgánicas más abundantes, puesto que constituyen la
mitad o más del peso seco de un ser vivo; son las que definen
nuestra entidad bioquímica y actúan como enzimas que
catalizan todas las muy complejas reacciones que se suceden dentro
de las células. La bacteria que produce la diarrea, puede albergar
de 600 a 800 tipos de proteínas, realizando alguna función
biológica.
Y si examinamos una célula típica de nuestro cuerpo,
ella contendrá entre 10 y 20 millones de moléculas proteicas
de unas 10.000 clases diferentes.
Cabe preguntarse, con estos antecedentes, si los hombres cuidamos
mínimamente nuestro organismos en las diversas etapas de la
vida de un hombre.
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