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Mucho antes que Roma, los etruscos estuvieron a punto de unificar
en su beneficio la península y de modificar así completamente
el curso de la historia. Los antiguos no desconocían el poderío
que había alcanzado el imperio etrusco en su apogeo. Escribió
Tito Livio "Tal era el poderío de Etruria, que su renombre
cundía por tierras y por mar, de uno a otro confín de
Italia, desde los Alpes hasta el estrecho de Mesina". La historia
del desenvolvimiento de este imperio y luego de su declinación
y caída final ocupa los primeros siglos del destino de Italia.
El material arqueológico contenido en las tumbas del siglo
VI atestigua que en esta lejana fecha el arte y la civilización
etruscos conocían un desarrollo brillante y rápido.
Las cámaras funerarias, abiertas en los tumuli de tierra y
de piedra, ofrecen en abundancia oro, plata, marfil, y el decorado
lineal y geométrico de los elementos villanovanos del siglo
precedente, dejó paso libre a una decoración nueva y
compleja en la cual ocupan un sitio de preferencia los motivos tomados
de animales salvajes y seres fantásticos. La inspiración
indígena cede lugar a una inspiración de origen oriental
de características fundamentalmente distintas. Populonia y
Vetulonia, con las tumbas del Duce y del Lictor; Marsiliana d'Albegna,
con los circoli de los Marfiles y de las Fíbulas; Tarquinia;
Vulci, con la tumba de Isis; Cervéteri, con el sepulcro Regolini-Galassi,
son las localidades de Toscana donde fueron más abundantes
y fecundos los descubrimientos correspondientes al siglo VII.
La increíble cantidad de objetos de origen o de influencia
exótica, fenicia, chipriota o griega, demuestra una gran prosperidad
económica, y un vasto poder adquisitivo que debía de
emanar de la explotación de las minas de hierro y cobre, tan
abundantes en el país toscano, y sin duda de la exportación
de dichos metales. En el presente, el progreso de las investigaciones
arqueológicas permite descubrir los rastros del comercio etrusco
con el exterior: se encuentran vestigios de procedencia toscana, y
en particular, la cerámica típica de Toscana, el búcchero,
no solamente en Italia misma, en el Lacio y en Campania, sino fuera
de la península propiamente dicha, en Sicilia y en Cerdeña,
a lo largo del arco de las costas ligures e ibéricas, desde
Marsella hasta Cataluña, en Cartago e, inclusive, en Grecia.
Estos intercambios comerciales y culturales presuponen una fuerza
marítima apreciable. Según Plinio el Viejo, el ancla
sería de origen etrusco. No es rara la representación
de navíos en las figuras de los más antiguos monumentos
de Etruria. Los etruscos tropezaron en los mares con dos temibles
rivales: los fenicios y los griegos, y se vieron obligados, a fin
de mantener una recelosa preeminencia en ciertas zonas, a aliarse
con los unos y combatir a los otros.
El Mediterráneo occidental fue teatro de una tenaz lucha por
una talasocracia que, en realidad, no pudo ser establecida por ninguno
de los tres pueblos marinos.
La talasocracia es el dominio sobre los mares y sistema político
cuyo poder reside en este dominio.
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