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Tal vez, de manera menos efectista que la industria y las técnicas,
pese a que la medicina y la higiene más lentas en hacer visibles
sus efectos, éstas contribuyeron poderosamente en la metamorfosis
del aspecto de Europa. La mortalidad infantil disminuyó ostensiblemente
y el promedio de duración de la vida se hizo a la vez mayor.
Desde que, en el año 1796, el inglés Jenner hizo retroceder
el peligro de la viruela, las victorias de la medicina fueron incontables.
Basta mencionar los nombres de los ingleses Parkinson, Bell, Hodgkin
y Addison, de los franceses Bichat, Laennec, Broussais y Dupuytren
o los alemanes como Virchow, Traube y Wunderlicht o el húngaro
Semmelweis, que acabó con la fiebre puerperal..
El Londres que describe de Dickens, en 1840, tenía menos de
2 millones de habitantes, pero cuarenta años más tarde
se acercaba a los cuatro millones. El centro de la ciudad se reservó
para el mundo de los negocios, el mundo en que se alojaba Oliver Twist,
un extenso y regular trasiego de transportes urbanos, del centro a
los aledaños le dio a Londres un aspecto singular. Esta vida
agitada llevó a los ingleses a crear el "descanso de fin
de semana -the week end-, hábito que se extendió, poco
a poco, a todos los países europeos.
El movimiento urbano fue menos importante en Francia, país
de aldeas y en las dos terceras partes de sus provincias hubo un rápido
aumento de la población rural. Bajo Napoleón III y el
impulso de Haussmann, París se convirtió en un muy importante
centro urbano de Europa; su población de 1.000.000 de habitantes,
se duplicó. Otras ciudades importantes de Europa oriental la
seguían: San Petersburgo, Moscú y Viena, con 800 mil,
600 mil y 700 mil, respectivamente.
Un siglo antes, José II había hecho un paseo público
del famoso Prater de Viena, tan famoso como los Campos Elíseos,
de París.
Berlín, en muy poco tiempo pasó a ser una de las mayores
ciudades del mundo; los 150 mil berlineses de 1800, ochenta años
más tarde pasaron a ser una población de 1.150.000,
convertida en la capital industrial y comercial de Alemania, sin rival
en el comercio de granos.
Se construyeron dársenas en las desembocaduras del Sena, del
Escalda, del Támesis, del Elba, que recibían a los barcos
de todo el mundo descargando mercaderías de lejanos países.
Hamburgo se transformó en el primer puerto del continente,
como lo fue Liverpool en Gran Bretaña. Marsella, bajo Napoleón
III , sintió llegada su hora, construyendo dársenas,
muelles y almacenes.
El Mediterráneo recobraba la importancia que le había
hecho perder el uso de la ruta de El Cabo, y si Venecia era centro
para dirigir los negocios internacionales, contaba con puertos como
Trieste, Génova y Brindisi para disputarse la ruta de la Indias.
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