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Los fenicios, en lo religioso, comenzaron por adorar piedras y árboles,
a los que consideraban objetos divinos. Las piedras sagradas que llamaban
Metilos, es decir, morada de Dios, eran comúnmente guijarros
duros y negros con formas cónicas o de huevo, a veces aerolitos
caídos del cielo. Los árboles sagrados eran unas veces
árboles verdaderos, otras columnas de bronce adornadas, que
terminaban en un cono.
Los fenicios en los altos lugares, es decir, en la cima de las montañas,
erigían, también, altares hechos con una piedra grande
y columnas de la misma materia. Todos los fenicios creían en
un dios que llamaban Baal, es decir, el dueño, y en una diosa
que llamaban Baalit, es decir, la señora, o Astarté.
Baal era el sol bienhechor que iluminaba la Naturaleza y esparcía
la vida, pero también podía ser sol ardiente que seca
las plantas y da la muerte. Se le representaba, a veces, como figura
humana, otras como un toro, o una figura humana y cabeza de toro.
Se le creía caprichoso y sanguinario. Para satisfacerle se
degollaban seres humanos, y creían que le era particularmente
agradable el sacrificio de los hijos propios.
Baalit, o Astarté, era la luna, la reina de los cielos, la
diosa del amor y de la primavera, que se representaba con figura de
mujer con una media luna encima de la cabeza. Curiosamente, para nosotros,
cada ciudad tenía su Baal y su Astarté, que los habitantes
adoraban en calidad de señores y protectores.
El Baal de Tiro se llamaba Baal-Melkart, señor de la ciudad.
Se le representaba como guerrero victorioso y gran navegante. Se referían
sus expediciones a los países de occidente, y a las montañas
de Marruecos que dominan el estrecho de Gibraltar las llamaban Columnas
de Melkart. Los griegos, que confundían a Melkart con su héroe
Hércules, las llamaron Columnas de Hércules. Melkart
tenía en Tiro un templo muy antiguo en el que se conservaba
una gran esmeralda brillante que se adoraba como morada del dios.
Hubo también templos de Melkart en casi todas las ciudades
fundadas por los tirios.
El Baal de Cartago, llamado también Moloch, es decir, el rey,
estaba representado por un coloso de bronce. Cuando la ciudad se.
veía amenazada de un gran peligro, sacábase en consecuencia
que el Baal estaba irritado y que era necesario un gran sacrificio
para calmarle. Entonces los jefes de la ciudad y las gentes de las
familias más ricas llevaban cada uno a su hijo primogénito
al pie de la estatua. Se encendía una gran hoguera en la que
los niños eran quemados vivos al son de las flautas y de las
trompetas y asistiendo los padres en traje de fiesta.
El Baal de Byblos, que se llamaba también Adonis, es decir,
el Señor, tenía su templo en lo alto de la montaña
que domina la ciudad y. también un santuario en Afaka, en el
sitio donde el río Adonis sale de la montaña en el fondo
de un circo de rocas. Dos veces al año, en primavera y en otoño,
los adoradores del dios se reunían en este lugar.
Adonis era representado en figura de joven admirablemente hermoso.
Decíase que estando de caza en el Líbano, fue muerto
por un dios envidioso que tomó la forma de jabalí. Su
mujer, Astarté, que le amaba tiernamente, le había buscado
por la montaña y le había encontrado lleno de sangre
y, arrojándose a sus pies, había Horado sobre el cadáver.
Pero el dios había resucitado pocos meses más tarde.
Todos los años, en el momento de los grandes calores, cuando
el estío mata a la primavera, se celebraba en Byblos una gran
fiesta fúnebre. En el templo se alzaba un catafalco coronado
por un féretro. El dios Adonis era representado por una estatua
de madera pintada, con una venda ensangrentada al costado. Se aparentaba
buscar esta estatua durante algún tiempo, luego era encontrada
y metida en el féretro. Al lado se ponía una estatua
figurando un jabalí. Se lloraba al dios durante algunos días,
se le ofrecían sacrificios, luego se enterraba la estatua y
se ponían, en vasos llamados 'jardines de Adonis, ramas verdes
que pronto se secaban al sol. Mientras tanto mujeres en tropel, unas
desmelenadas, otras con la cabeza afeitada, corrían por las
calles con los vestidos hechos jirones, golpeándose el pecho,
lanzando gritos de dolor y arañándose la cara.
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