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La herencia humana

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Cuando se habla de la herencia humana, es clásico citar un famoso pasaje del Libro 11 de los Ensayos de Montaigne:
¿ Qué monstruo es esta gota de semen, de la que provenimos y que lleva en sí grabada no sólo la forma corporal sino también los pensamientos e inclinaciones de nuestros padres? ¿Dónde guarda esta gota de agua número tan infinito de formas? ¿De qué manera lleva esos factores de semejanza que actúan de modo tan atrevido y desconcertante que el bisnieto se parece al bisabuelo y .el sobrino al tío?


Este párrafo, que data del siglo XVI, es notable desde todo punto de vista. No sólo presenta el problema de la transmisión de los caracteres físicos, de la herencia corporal, sino también el de la herencia psíquica; hace notar el capricho y la fantasía que, aparentemente, presiden esta transmisión y, sobre todo, expresa la sorpresa, el azoramiento del espíritu ante el grandioso fenómeno de la herencia.


Han transcurrido ya más de cuatro siglos desde que Montaigne escribió el trozo citado; es evidente que sabemos ahora mucho más que él acerca de las condiciones y del mecanismo de la transmisión de los caracteres, pero el progreso de nuestro conocimiento no impide que sigamos maravillándonos, tan vivamente corno el ilustre autor de los Ensayos, ante la idea de que tantos elementos del ser físico y del ser espiritual puedan caber dentro del minúsculo germen que da origen al ser humano. Nuestro asombro de hoy está, simplemente, mejor informado, nutrido de imágenes más precisas que antaño. Sabemos que el hombre no es producido por una gota de semen sino por un germen, un huevo, es decir, por una célula o ínfima vesícula de materia viva, y que para la constitución de este huevo -único lazo de unión entre las generaciones- es necesaria la cooperación de dos células distintas y de diferente procedencia.
Ambas células -llamadas células reproductoras o gametos- son emitidas, respectivamente, por dos individuos progenitores: una por la madre (el óvulo), otra por el padre (el espermatozoide).


No podemos describir aquí con detalle la estructura y constitución de las células germinales en las que, claro está, debemos buscar el principio de toda semejanza hereditaria y de toda similitud entre procreadores y procreados, entre padres e hijos. Baste saber que ambas células reproductoras son muy diferentes entre sí, por sus dimensiones como por su forma.


La célula masculina, provista de una larga cola o flagelo, parece sumamente grácil en comparación con la femenina, que se presenta como una especie de esfera. Mientras el óvulo es más o menos perceptible a simple vista 2/10 mm.de diámetro, el espermatozoide mide 70/1.000 mm. y solo se revela bajo un aumento bastante considerable del lente microscópico. Su volumen es 500 veces menor que el del óvulo.


El óvuloes absolutamente inmóvil: la mujer no produce más que uno por mes. Los espermatozoides, extremadamente activos, nadan rápidamente en el líquido seminal como renacuajos en el agua; una gotita de semen contiene varios millones de espermatozoides.
Cuando se efectúa la unión sexual uno solo penetra en el único óvulo y lo fecunda. Poco después de ser fertilizado - ahora convertido en huevo- se divide en dos células, cada una de las cuales, a su vez, se divide en otras dos y así, sucesivamente, hasta que merced a una serie de estas biparticiones, se forman los trillones de células que constituyen el cuerpo del nuevo individuo.


El óvulo es absolutamente inmóvil; la mujer no produce más que uno por mes. Los permatozoides, extremadamente activos, nadan rápidamente en el líquido seminal como renacuajos en el agua; una gotita de semen contiene varios millones de espermatozoides. Cuando se efectúa la unión sexual, uno lo de los espermatozoides penetra en el único rulo: lo fecunda. Poco después de ser fertilizado, el óvulo --convertido en huevo- se divide en dos células, cada una de las cuales, se divide, a su vez, en otras dos y así sucesivamente, hasta que, merced a una serie de tales biparticiones, se forman los trillones de células que constituyen el cuerpo del nuevo individuo.


Una vez recordadas estas nociones elementales se comprende que el problema de la herencia queda reducido, en último término, a un problema de orden celular. Si el hijo se parece a los padres es porque tiene su origen, sU punto de partida, en una célula mixta, fruto de la unión de elementos provenientes de ambos progenitores; una célula que resulta de la conjunción de otras dos, una paterna una materna.
El huevo o célula primaria no es una célula cualquiera, común, puesto que es capaz de producir un individuo completo que es un problema embriológico por excelencia y creemos conveniente precisar un poco este concepto de la determinación serminal o hereditaria. De un huevo humano -no se requiere ser biólogo para saberlo- sólo puede salir un ser humano, del mismo modo que de un huevo sale solo un ave.
He aquí un aspecto de la herencia que se cumple indefectiblemente; la ley de herencia pecífica es absoluta, al menos en el presente estado de relativa fijeza de las especies vivientes: jamás un ser determinado dará nacimiento a otro que no sea de su misma especie. Ahora bien, si tomamos los caracteres raciales bien definidos, comprobaremos que obedecen a una ley análoga. De un huevo producido por y negro y una negra sólo puede resultar un dividuo negro; de un huevo formado por la unión de un blanco con una blanca no puede nacer sino un hijo blanco. No hay excepción posible a esta regla de la herencia racial.