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La iglesia en la edad media

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En todos los países cristianos, ya en la Edad Media, la Iglesia había acabado de organizarse. Todo el territorio estaba dividido en diócesis, cada una sometida a un obispo. Como la Iglesia prohibía el establecimiento de obispados en otros lugares que no fueran una ciudad, los reyes de Alemania habían fundado ciudades para poner en ellas obispos. Cada obispo tenía un territorio muy vasto y una escolta de caballeros, siendo por tanto un gran señor. En Alemania, donde los obispos habían recibido del rey territorios considerables, habían llegado a ser príncipes.


En los campos, los grandes propietarios habían mandado edificar iglesias y las habían dotado con tierras. El sacerdote vivía del producto de aquella tierra, y de las ofrendas de los fieles. Se le llamaba cura, porque tenía el cuidado y la cura de las almas. El territorio sometido a un cura se llamaba parroquia. Todos los aldeanos de la parroquia habían de acudir a su iglesia y obedecer al cura. Todas las aldeas tuvieron su iglesia, donde los fíeles se reunían para el culto; las iglesias tenían un campanario que se veía desde lejos y las campanas se tocaban para anunciar los actos del culto, pilas bautismales para bautizar a los niños, y alrededor de la iglesia un cementerio para enterrar a los muertos. Los aldeanos podían entonces celebrar todas las ceremonias religiosas sin acudir a la ciudad. La iglesia se consagraba a un santo que se adoraba como patrono (protector) de la aldea. Hoy todavía, la fiesta del patrono es la fiesta del pueblo y un número muy grande de pueblos llevan el nombre de su patrono San Juan, San Pedro, San Pablo, San Miguel.


Los obispos y los sacerdotes hacían vida común con los fieles a quienes guiaban, y así eran llamados secular (que vive en el siglo). Los monjes constituían el clero regular (sujeto a una regla). Vivían lejos del mundo, en comunidad, en un terreno extenso. El monasterio comprendía siempre varios grandes edificios, que muchas veces rodeaba un recinto fortificado. Delante se alzaba el hospicio donde se alojaban los visitantes, la morada del abad, la escuela, la iglesia. Detrás el convento, formado frecuentemente por cuatro edificios alrededor de un patio, comprendía el dormitorio de los frailes, las celdas donde trabajaban, el refectorio donde comían, la cocina, el frutero, la despensa, los depósitos, los talleres y la biblioteca. El patio estaba muchas veces rodeado de galerías cubiertas que se llamaban claustros.


Alrededor del convento se alzaban otros edificios, las granjas, los graneros, los establos, el lavadero, la panadería, el lagar; más tarde las viviendas de los criados y de los aldeanos que cultivaban las posesiones conventuales. Era siempre por lo menos un pueblo grande, a veces una pequeña ciudad; más de cien ciudades en Francia, por ejemplo, fueron dominios de conventos -Vézelay, Abbeville, Saint-Maixent-.
Los frailes seguían la regla de San Benito, que determinaba el empleo de todas las horas del día. Empezaban antes de amanecer por ir a la iglesia a cantar los maitines. Varias veces al día volvían al templo para otros oficios {prima, tercia, sexta, nona, vísperas). El resto del tiempo lo dedicaban al cuidado de la gente que tenían en el campo, haciendo ornamentos de iglesia, copiando manuscritos. Tenían que obedecer todas las órdenes del abad, casi siempre, un gran personaje que no vivía con los monjes.


Se creía entonces que lo que se daba a. un convento se daba a Dios o a un santo, o al patrono del convento, que sabía agradecérselo al donante. Los donaciones se hacían, no a un fraile o a un abad, sino al santo (a San Pedro, a San Martín). Los fieles, sobre todo los grandes propietarios y sus esposas, daban tierras "por la salvación de su alma" o "por el perdón de sus pecados", o para ser enterrados en la iglesia del convento. Los conventos seguían aumentando sus tierras y se fundaban nuevos conventos.


La excomunión- Los obispos y los sacerdotes daban los Sacramentos, de los que nadie se atrevía a prescindir, por miedo a quedar condenado. Podían también negarlos y prohibir la entrada en la iglesia, y a esto se llama excomulgar, es decir, excluir de la comunión. El obispo o el sacerdote, con un cirio encendido en la mano, pronunciaba una fórmula de maldición, como ésta, por ejemplo:
"En virtud de la autoridad divina conferida a los obispos por San Pedro, arrojamos al culpable del seno de la Santa Madre Iglesia, y le condenamos al anatema de una maldición perpetua. Sea. maldito en la ciudad, maldito en los campos. Malditos sean su granero, sus cosechas, sus hijos y el producto de sus tierras. Que ningún cristiano le dé los buenos días, ningún sacerdote le diga la. misa ni le dé los sacramentos. Sea enterrado con los perros. Sea maldito dentro y fuera, sus cabellos, su cerebro, su frente, sus oídos, sus ojos, su nariz, sus huesos, sus mandíbulas. Y de igual modo que hoy se apagan estos cirios que arrojo de mi mano, la luz de su vida se extinga en la. eternidad, a menos que se arrepienta y satisfaga a la Iglesia de Dios enmendándose y haciendo penitencia". Luego el sacerdote arrojaba el cirio al suelo.


La excomunión vino a ser un medio para defender las iglesias y sus tierras de las intrusiones de los seglares. Cuando un caballero maltrataba o metía en prisiones a un sacerdote o a un fraile, cuando entraba a saco en las tierras de un convento o se apropiaba bienes de una iglesia, el obispo o el abad le excomulgaba.
La excomunión servía también para obligar a los seglares a obedecer las reglas de la Iglesia. Se excomulgaba a los herejes y a los que les apoyaban. Se excomulgaba a los señores que se casaban contra las prohibiciones de la Iglesia. Estaba prohibido casarse con una prima, aun en cuarto grado, o con la madrina de un niño del cual se hubiera sido padrino. El rey de Francia Roberto se había casado con su prima Berta (995). El Papa reunió un Concilio que declaró nulo el casamiento y ordenó separarse a Roberto y a Berta, y hacer penitencia durante siete años, so pena de quedar excomulgados. Excomulgó al arzobispo de. Tours que había bendecido el matrimonio. Roberto, que amaba a su mujer, no quiso separarse de ella. Ambos fueron entonces excomulgados, y todos sus criados, excepto dos, los abandonaron.


Los señores poderosos no siempre tomaban en cuenta la excomunión. Tenían a su servicio capellanes que seguían diciendo misa para ellos y dándole los sacramentos. Felipe Augusto y Juan sin Tierra estuvieron excomulgados durante varios años.