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IGNAZ SEMMELWEIS           

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        Hasta bien entrado el siglo XIX, los hombres padecían enfermedades que la ciencia no sabía cómo explicar.En la década del 60, Pasteur todavía no había escrito su libro Teoría de los Gérmenes Patógenos, a los que popularizó con el término general de microbios, los mismos que ahora llamamos microorganismos.

        El médico húngaro, Ignaz Semmelweis (1818+1865), que ejercía su profesión en Viena, al igual que todos los médicos que habían sido hasta entonces, nunca supo de la existencia de los microbios.Y, sin embargo, Semmelweis, contribuyó a combatirlos porque ayudó a desarrollar el conocimiento y control de las infecciones, que causaban muchas muertes.

        Lister, a quien se llama el padre de la cirugía moderna, juzgando su labor, dijo: A este gran húngaro la cirugía le debe muchísimo; sin él mis logros no serían nada. ¿A qué se debía una afirmación tan rotunda?

        Esta es la historia.

        La fiebre puerperal era una verdadera plaga en las maternidades de los hospitales: luego del parto, morían muchas mujeres. Semmelweis, desde sus tiempos de estudiante de medicina se había sentido intrigado por qué la fiebre no afectaba a las mujeres acomodadas, que parían en sus casas particulares. Y se propuso averiguarlo

        El húngaro había observado que las mujeres contraían la fiebre, cuando los ayudantes en el parto eran estudiantes que venían directamente desde la sala de cadáveres, donde habían estado realizando sus prácticas de anatomía.

        Entonces, sucedió que a un médico, amigo suyo, se le infectó una herida que se había hecho mientras estaba trabajando con el cadáver de una mujer muerta por la fiebre. El amigo, también, murió. Fue la ocasión en la que Semmelweis pensó que los estudiantes eran los portadores de la infección.

        Pidió autorización a la Dirección del hospital para que todo profesional que ayudara a una parturienta, previamente, debía lavarse cuidadosamente las manos con jabón y un desinfectante. Esta simple medida, en seis meses, rebajó el número de muertes.

        Pero los médicos, envidiosos de su éxito, se declararon ofendidos de que se les achacara esas muertes y se juzgaron humillados por la obligación de lavarse las manos. Además, el espíritu corporativista de los médico le hizo notar a Semmelweis  su condición de extranjero, obligándole a renunciar.

        Ignaz Semmelweis volvió a su país e impuso las mismas medidas higiénicas que ya había experimentado en Viena e hizo que las salas de parto fueran desinfectadas, a diario. En su hospital ninguna mujer, obrera o burguesa, contrajo la temida fiebre.

        Al aparecer el libro de Pasteur sobre los microbios, ya ningún médico dejó de reconocer la sabia intuición del húngaro Ignaz Semmelweis y, desde entonces, todos los hospitales implantaron estas medidas higiénicas.