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El Islam y la música

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Al hablar de música árabe, es preciso tener presente que hay un antes y un después
de Mahoma (570-632 d.C.), fundador del Islam, cuya expansión más allá de Arabia solo
empezó tras su muerte. En el periodo preislámico, en los campamentos de las tribus de la
península Arábiga, del Yemen, en las ciudades y también en las cortes de los reinos árabes
autónomos, se practicaba un tipo de música esencialmente vocal, cuyas características son
escasamente conocidas.


El hida, o canto de los camelleros, era el canto más practicado entre los beduinos;
en su origen pudo estar vinculado a una suerte de encantamiento mágico contra los malos
espíritus del desierto y es muy posible su semejanza a la buka, lamentación funeraria. En
general, se trataba de cantos de gran simplicidad pero con acompañamiento instrumental
a cargo del mizhar (laúd), de la qussaba (flauta) y del duff (tambor); su influjo en los
cantos actuales de los beduinos está, en cualquier caso, bastante claro. En las ciudades,
por contraste, existían cantos más evolucionados y más instrumentos, como dos clases
de arpa llamadas wann y jank, un laúd conocido como tunbur y un tipo de oboe llamado
mizmar. Todos estos instrumentos eran tañidos por la mujer. Dado además que la poesía
preislámica era cantada en gran parte, no es difícil ver en ello el origen de la declamación
cantada del Corán.


Con la expansión del Islam, todas las parcelas de la creatividad humana sufrieron
una mutación, y entre ellas la música; en puridad, los nuevos dominadores supieron otorgar
una sorprendente unidad a cuantos elementos recibieron por distintos que éstos fuesen.
Es bien conocido que Mahoma fue hostil a la música, que sólo la aceptaba en la lectura
de los libros sagrados, en la llamada a la oración y en las fiestas familiares; ello acarreó
la supresión de la música profana.


Ahora bien, la música árabe, al establecer contacto con la de los pueblos sometidos
(especialmente con Persia) perdió progresivamente su carácter severo y sereno para
convertirse de modo paulatino en un elemento ornamental.


El virtuosismo y el deseo de renovación estilística permitieron la aparición de un
puñado de músicos famosos que fueron muy requeridos por príncipes y soberanos. Los
filósofos advirtieron de los peligros que entrañaba este exhibicionismo y lujo artístico y,
bajo el califato omeya, el músico Ibn Misgah se convirtió en adalid de una música
musulmana libre de influencias que trastornaban su espíritu tradicional. Pero la verdadera
discordia entre "antiguos" y "modernos" se produjo durante el califato abasí: sus más
destacados representantes fueron Ishaq al-Mawsíli y el príncipe Ibrahim ibn al-
Mahdi. Al-Mawsili defendió el espíritu de la música antigua, criticando el concepto de
virtuosismo en el arte y el gran número de ornamentaciones que convertían la música en
un arte amanerado. Venció al-Mawsili, ya que se alcanzó una relativa normalización en
el arte musical de la época. Su discípulo más brillante, Ziryab, tuvo que abandonar Bagdad
a causa de los celos de su maestro y se estableció en Andalucía, donde fundó un centro
musical que incluía nuevos métodos de enseñanza. Desde aquella época y hasta la rendición
de Granada, en 1492, la música tuvo un papel esencial en la España musulmana, que
desarrolló un estilo peculiar, que se extendería después al Magreb.