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Por considerar de gran interés el artículo del profesor
Ortega, le damos cabida en nuestra Web
El libro en español en EEUU ("El País", 3
de agosto de 2003)
Las últimas noticias sobre la inmigración en Estados
Unidos anun-cian que entre 1991 y 2001 los profesionales de origen
hispano han acrecentado sus ingresos en un 110% y han pasado la barrera
de los 100.000 dólares anuales. Son bilingües, biculturales,
y leen en español como una cuestión de principios. Luego
de la fuerte tendencia a la asimilación, los hispanos instruidos,
pero sobre todo sus hijos más jóvenes, miran hacia América
Latina y España como si fuesen una fuente común. Para
ellos hablar y leer español es una declaración de mundanidad,
en la nueva acepción de este término, que seguramente
ingresará en la próxima edición del Dicciona-rio
de la Lengua Española como "inmigrante con derecho de
pi-sos". Hacer la diferencia en un espacio social fronterizo,
por lo demás, excede clases e ingresos; los mexicanos pueden
tener doble pasaporte y votar en las elecciones a ambos lados del
Muro.
No menos elocuente es el hecho de que los inmigrantes mexicanos hayan
duplicado la cantidad de dinero que envían a sus familias.
A tal punto que por pri-mera vez las remesas serán este año
equivalentes al total de la inversión extranjera en México.
Otro tanto ocurre con algunos países centroamericanos. Se sabía
de la ética del trabajo que anima a este flujo migratorio,
por lo cual no debería sorprendernos su capacidad de ahorro
como no sorprende su puntual pago de impuestos. Los trabajadores extranjeros
han incrementado el envío de dinero a sus países de
origen en un 44%, lo que suma 138 billones de dólares. No en
vano la ubicua Western Unión ha tenido el año pasado
un ingreso de 3,2 billones.
Pero hay todavía otro grupo determinante, el de los hijos de
estos trabajadores. Hace unos años preferíamos creer
que termi-naban abandonando el español en los trámites
de la socialización, cuya lengua de pasaje es el inglés.
Pero he aquí que han descubierto que su pérdida del
espa-ñol familiar es un menoscabo de su ciudadanía bilingüe.
No se re-signan a un español doméstico y regional, y
buscan remontar la corriente y recobrar la lengua re-primida. Ante
sus demandas, las escuelas y universidades han debi-do planear nuevos
cursos, llamados de "Español hereditario", dedicados
a la tarea de hacer crecer una lengua desheredada. Como dice mi colega
Doris Sommer, el signo "Con cuidado: es frágil" distingue
a estas tareas. Pero es muy fascinante asistir a esta readquisición
de un lenguaje que devuelve el habla. No es poca cosa que estos muchachos
mejoren su español en las novelas de Eduardo Mendoza y las
películas de Pedro Almodóvar.
Ahora bien, no existe ningún sistema editorial y cultural diseñado
para estos nuevos públicos, que hacen de su lectura no sólo
una parte del tiempo libre o la rutina académica, sino una
forma de la conciencia y un medio de reafírmación. Son,
digamos, los últimos lectores fíeles: leen con una fe
conmovedora en el valor del lenguaje, donde se buscan a tientas. Toda
una generación pasó del abecedario a la literatura en
el famoso libro de texto Cinco maestros (Borges, Cortázar,
Rulfo. García Márquez, Donoso), que compiló John
A. Coleman, profesor de New York University, crítico agudo
y traductor sensible, que acaba de morir en su retiro de Connecticut.
John me contó que no se podía hacer una actualización
del libro porque la editorial, al mudarse, había extraviado
los contratos originales. Claro que hoy habría que hacer uno
dedicado a "cinco maestras".
Si alguien ha terminado de contarlos, son 40 millones de hispanos
de todos los orígenes idiomáticos. La mayoría
escucha la radio en español; una parte, los canales de televisión
en español; otra lee alguno de los miles de periódicos
en español que aparecen y desaparecen en todas las ciudades
del país. Hay que decir que el idioma sufre en esos medios
de varias aflicciones verbales: trivialidad, divagación, énfasis...
Para no hablar del Show de Cristina, Laura de América. Como
en la misma España, los programas de tertulia y cotilleo denigran
por igual al idioma y la mujer, con todo, los noticieros pueden ser
menos pacatos que los de las grandes cadenas, muchas veces cacofonías
del poder.
En un país de 200 millones de habitantes, donde la mitad nunca
leerá un libro después de la escuela, la población
hispana, en descargo de su bajo promedio educativo, cultiva el valor
del libro y, no sin candor, la figura del escritor como gloria cultural.
Éstos son los lectores que han hecho de Gabriel García
Márquez una suerte de tótem de la Colombia reubicada
en Nueva York, que es un territorio migratorio en estado emotivo,
capaz de hacer habitable cualquier espacio contrario gracias a Gabo,
Shakira y Los Juanes. He tenido estudiantes colombianos que se han
encontrado a sí mismos en las novelas de García Márquez
al leerlas como verdaderos árboles de familia. No es casual,
entonces, que el primer best seller de un libro publicado en español
en Estados Unidos haya sido Vivir para contarla.
Se publican 10.000 nuevos libros cada año en este país,
pero sólo 100 de ellos llegan a best sellers. Esto es, llegan
a vender 100.000 ejemplares en una semana. Sólo lo han logrado
García Márquez, Isabel Allende, Laura Esquivel y Carlos
Fuentes Pero no menos impactante es la lectura de algunos autores
nuestros en estos nuevos públicos. Los puertorriqueños
Rosario Ferré y Edgardo Rodríguez Julia probablemente
son más leídos de este lado. Diamela Eltit es más
estudiada en estas universidades que en las de su país, Chile.
Carlos Monsiváis es leído en México como un crítico
del sistema, en Estados Unidos como un vocero de las fronteras. Hay
lectores que están convencidos de que Carlos Fuentes es el
primer gran escritor mexicano-americano. No menos fascinante es que
un escritor pueda ser otro para nuevos y distintos públicos.
Juan Goytisolo fue celebrado primero por sus formas abiertas, luego
por su humor crítico, hoy por su ardiente independencia. Estos
lectores trashumantes inventan al escritor que requieren.
Por lo demás, con Internet se han multiplicado las dicciones
regionales, el periodismo provinciano, las ediciones instantáneas,
el poema descafeinado por el correo electrónico. Casi todo
hispano de Nueva York es sospechoso de haber escrito un libro. Gracias
al Instituto Cervantes, en Nueva York y en Chicago, hay una clara
conversión intensa al bilingüismo y una feria cultural
perpetua. Es un hecho que nunca ha tenido el español tantos
lectores practicantes. Y habría que decir más sobre
las artes, desde las muestras impactantes de Cristina Iglesias y Luis
Gordillo hasta los memorables montajes de Francesc Torres.
Las grandes editoriales norteamericanas empiezan a acercarse a estos
públicos a través de nuevas colecciones en español,
pero quizá la diversidad de estos lectores requiere todavía
de unas estrategias de menos volumen y más calado. El español
en Estados Unidos está inventando de nuevo la escritura y la
imprenta, el libro y la lectura. Es un idioma tan nuevo que los libros
empiezan apenas a .escribirse. Los clásicos se vuelven noticia;
los modernos, recientes, y los contemporáneos hacen méritos.
Martí está de moda entre los jóvenes. Sor Juana
Inés de la Cruz, entre las chicas. Y Don Quijote volverá
a la escuela con motivo de su nuevo centenario. Abrir un libro es
aquí un conjuro.
Julio Ortega es profesor de Estudios Hispánicos en la Universidad
de Brown, Providence, EE UU.
"El País", 3 de agosto de 2003
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