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Luz solar
La humanidad consume la luz solar en todas las demás formas
durante un año entero. Si bien ahora convertimos para nuestro
uso solamente una pequeñísima fracción de este
torrente de luz solar, tenemos a nuestra disposición una enorme
riqueza de energía radiante y llegará el día
en que podremos capturarla y transformarla a voluntad.
Incluso ahora, ciertas casas, especialmente diseñadas, utilizan
la energía solar para reducir sus cuentas de combustible en
dos tercios. También en diversos países se fabrican
aparatos económicos solares de gran eficiencia para cocinar;
en Mont-Louis, en los Pirineos franceses, se ha construido un horno
gigantesco. En buenas condiciones atmosféricas, ese aparato
produce temperaturas de más de 3000 C, suficientes para perforar
un carril de acero en 30 segundos.
Entre todas las nuevas aplicaciones de la energía solar, quizás
la más importante, hoy, está en el campo de los satélites
espaciales. Estos complejos artefactos, tanto de los EE. UU. como
los soviéticos, están cubiertos de células solares
especiales que convierten la luz del sol directamente en electricidad,
utilizada en instrumentos y en transmisores de radio. Estos ingenios
son tan seguros que uno de ellos, a bordo del Vanguard I, satélite
del tamaño de un pomelo, lleva operando sin interrupción
desde el 17 de marzo de 1958, y se espera que emita señales
durante por lo menos unos 1000 años, asegurándonos así
de su presencia en órbita.
Desde la antigüedad el hombre se ha dado cuenta de que la luz
solar es una fuente poderosa de energía. Desde hace siglos
se sabe que una sencilla lente de aumento concentra la luz del sol
en un rayo tan caliente que puede prender fuego a la madera; lentes
parecidas a juguetes modernos han sido halladas en las ruinas de Nínive,
que datan del siglo VII a. J. En la comedia griega Las Nubes, de Aristófanes,
uno de los personajes habla de enfocar una lente de aumento sobre
una tableta de cera para borrar cierta evidencia escrita. Y existe
la historia, sin duda apócrifa, de que Arquímedes destruyó
la flota de Esparta, que atacaba Siracusa, incendiando sus velas por
medio de una batería de espejos.
En los siglos XVII y XVIII los astrónomos hallaron una prueba
de la fuerza de la luz al observar que las colas de los cometas parecían
ser impulsadas por algún misterioso viento, y adivinaron que
el efecto se debía a una especie de presión de la luz.
En un intento para observar la presión de la luz sobre la tierra,
suspendieron pedazos de papel muy ligeros en potentes rayos de luz.
Si bien luego se ha demostrado que la idea era correcta, la presión
de luz existente no era suficiente para mover el papel en aquellos
experimentos. No fue sino hasta principios de este siglo cuando se
dispuso de instrumentos para detectar la presión de la luz.
A pesar de lo ligera al tacto que acostumbra a ser, la luz es una
de las dos formas de energía radiante que los sentidos humanos
pueden percibir directamente. El ojo es un instrumento tan magnífico
que puede percibir a la distancia de un palmo una milésima
parte de la energía de una sola bujía. La única
otra forma de energía radiante que los seres humanos pueden
sentir es la llamada energía calorífica infrarroja,
puesto que la piel del cuerpo humano cubierta de terminales nerviosos
puede detectar el calor y que, lo mismo que el ojo, son enormemente
eficientes y responden hasta a 0,003 C.
El hecho de que la energía infrarroja es una forma de luz invisible
fue descubierto a principios del siglo XIX por sir William Herschel,
uno de los más grandes científicos de su época,
y uno de los primeros en astronomía estelar, el cual se interesó
por las manchas solares y comenzó a examinar la luz con una
gran variedad de filtros de diversos colores. En 1800 descubrió
que si bien algunos producían un efecto calorífico,
otros no lo hacían, e investigó la causa de esa diferencia,
utilizando un prisma extendió un haz de luz solar formando
la banda continua de color llamada espectro, roja en un extremo, y
que pasa a través del anaranjado y amarillo al verde, azul
y violeta al otro extremo. Observó que el amarillo era la luz
más brillante, que el rojo era el que emitía más
calor, y vio con sorpresa que la mayor temperatura de todas se hallaba
en radiación invisible justo por bajo de la luz roja visible.
Esta luz infrarroja - "bajo el rojo" - es una parte prominente
de la radiación emitida por cualquier objeto caliente.
El infrarrojo como detective
Además de su importancia en lámparas caloríficas
domésticas y en la terapéutica médica, donde
el calor es de utilidad, el infrarrojo invisible se ha hecho, desde
el comienzo de la segunda Guerra Mundial, cada vez más importante
en fotografía. Ciertas películas modernas responden
al infrarrojo de la misma manera que las películas ordinarias
a la luz ordinaria, lo cual hace posible obtener fotografías
en completa oscuridad. La intensidad de la imagen en la película
varía según la temperatura de los diversos objetos fotografiados
-cuanto más caliente es el objeto, tanto más brillante
aparece en la fotografía.
Por razones evidentes los militares utilizan mucho las fotografías
al infrarrojo en vuelos de reconocimiento destinados a localizar,
gracias al calor que emiten, instalaciones tan hábilmente escondidas
que serían totalmente invisibles de día. Otra aplicación
del infrarrojo, el llamado sniperscopio, permite a un tirador de rifle
ver en la oscuridad gracias a un proyector montado sobre un arma que
proyecta un haz de infrarrojos, el cual se refleja volviendo a una
pequeña pantalla también sobre el rifle, y muestra una
imagen semejante a la TV.
Un año después de que Herschel descubriese el infrarrojo,
el investigador alemán Johann Wilheim Ritter observó
que al otro extremo del espectro había otros rayos invisibles
especialmente eficaces en reacciones químicas. El descubrimiento
de Ritter recibió el nombre de espectro químico.
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