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La Tierra Bajo el Mar

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Hace un siglo, muchas personas creían que los océanos no tenían fondo. Hoy, la mayoría de los fondos océanicos, que constituyen cerca del 70 por ciento de la superficie del planeta, ha sido delineada con sondas acústicas que exploran las profundidades usando ondas sónicas. En 1960, Jacques Piccard, hijo del fallecido físico suizo Augusto Piccard, descendió al punto más profundo de la Tierra, a más de 11.500 metros de profundidad, en el Pacífico, en un batiscafo presurizado.

Con estas exploraciones, los geólogos saben ahora que el terreno submarino se asemeja a la superficie terrestre en muchos respectos. Por las plataformas continen­tales -tierra sumergida relativamente a poca profundidad- corren valles que cortaron ríos y glaciares cuando la tierra estaba descubierta. En algunas zonas, las corrientes de marea, que se mueven a velocidades hasta de 19 kilómetros por hora, continúan la erosión. Otras corrien­tes más rápidas, hasta de 80 kilómetros por hora, descienden a veces por las escarpadas laderas más allá de las plata­formas, abriendo barrancas y rompiendo los cables telegráficos que se encuentran en el camino. Estas corrientes son pro­vocadas quizá por derrumbes en las lade­ras. Otras corrientes recientemente des­cubiertas forman ondas en el sedimento de las grandes profundidades.

En lucha contra estas fuerzas de la ero­sión hay otras fuerzas que construyen la tierra y levantan grandes cordilleras y vol­canes desde el fondo del océano. Asi, los mismos lentos procesos geológicos de levantamiento y allanamiento continúan sin cesar, aun en las oscuras profundidades.

Mares Agitados y Destructores

Hora tras hora, día tras día, siglo tras siglo, las olas baten las costas y las des­hacen. A veces las orillas se modifican violentamente debido a las olas que gol­pean con una fuerza de 70 toneladas por metro cuadrado o a una ola provocada por un terremoto que tienen más de 30 metros de altura. Pero casi todos los cambios se producen con lentitud. Las rocas blandas, como el esquisto, desa­parecen primero, dejando salientes de roca más resistente, como el granito. Pero a la postre, también el granito desaparece.

Como las olas arrojan casi toda su fuerza contra las salientes de la tierra, las irregularidades de una costa se endere­zan en un largo periodo de tiempo. Esta tendencia a enderezarse se opone a la acción de las corrientes que amontonan pedazos de rocas para formar lenguas de tierra, barras y playas. Dichos depósi­tos retardan la erosión de las olas porque sirven de rompeolas. A pesar de todo, las olas se tragan la tierra a razón de unos centímetros por año en el Cabo Cod, y de cinco metros anuales en un punto de la costa inglesa. Pero al mismo tiem­po que prosigue esta destrucción, la cor­teza terrestre se levanta en muchos si­tios, arrebatando tierra al mar en la gue­rra interminable entre el agua y la roca.