Portada

JAMES C. MAXWELL

Otros textos

 

SE recordará a James Clerk Maxwell por tres razones: fue el primer profesor "Cavendísh" de física experimental de la Universidad de Cambridge; aportó una contribución importante a la teoría cinética de los gases; inventó las ecuaciones del campo electro-magnético que llevan su nombre. De estas tres razones, la última es incomparablemente la más importante: por la sola fuerza del razonamiento, Maxwell mostró que existen ondas electromagnéticas, veinte años antes de que nadie lograra descubrirlas. Es el padre espiritual de la telegrafía sin hilos, cuyas posibilidades se hallan inclusas en su obra, en la cual prueba de manera indudable la naturaleza electromagnética de la luz.


Pero como primer profesor "Cavendish", Maxwell merece una mención, aunque solo sea para recordar cuan reciente es el reconocimiento oficial de la ciencia experimental en las universidades inglesas. De origen escocés, Maxwell nació en Edimburgo en 1831 y cursó sus estudios de matemáticas en Cambridge. No había en aquel tiempo enseñanza organizada de física en las universidades y bastantes grandes hombres que aportaron a la ciencia una contribución excepcional, estudiaron entonces y primeramente las matemáticas durante su período de formación.

El curso comprendía .muchas lecciones sobre las aplicaciones de las matemáticas a los problemas de física y tenía un marcado carácter de competición. Los candidatos eran clasificados por orden de mérito, y para obtener una buena clasificación precisaba mostrar una gran aptitud en la solución rápida de los problemas. Maxwell hizo el examen final, conocido con el nombre de Tripo, en 1854, y fue clasificado en el segundo lugar de su grupo.

Tales son los estudios que habían de conducirle, primeramente, a la edad de veinticinco años, a una cátedra de Filosofía Natural, en Aberdeen, a otra en el King's Collage, de Londres y, por último, en 1870, a su nombramiento en Cambridge, donde le incumbió la tarea de edificar el laboratorio Cavendish. Quizá fuera debido a sus estudios, o acaso por la ausencia en las universidades de aquella época de los elementos necesarios para los trabajos experimentales, su aportación a la ciencia fue más matemática que experimental; la mayor parte de sus investigaciones experimentales las realizó en su propia casa, con la ayuda de su mujer exclusivamente.

Esto dice mucho en cuanto a su competencia, ya que a pesar de todo fue capaz de concebir y edificar el laboratorio que, al menos hasta el comienzo de la segunda guerra mundial, permaneció como centro director de la física inglesa y dio al mundo el descubrimiento del electrón por Thomson, la desintegración nuclear de Rutherford, el descubrimiento del neutrón por Chadwick y tantos otros triunfos del método experimental. El laboratorio se abrió en 1874 y Maxwell murió en 1879, a la edad de cuarenta y nueve años, abandonando a sus sucesores el cuidado de sacar partido de su creación y de edificar la escuela inglesa de física experimental. Sus herederos fundaron una escuela sólida y pragmática, con una confianza instintiva en las partículas, en su calidad de objetos materiales tangibles como las pelotas de cricket de los campos de juego de su país, y con cierta desconfianza hacia las ecuaciones y los principios abstractos y, por consiguiente, hacia las ideas que Maxwell había defendido.


La fuerza de Maxwell fue quizá que, sin dejar de apreciar en la ciencia el valor de los modelos mecánicos y de las partículas (¿qué cosa más tangible y más material que las moléculas redondas e indestructibles de su teoría de los gases?), era al mismo tiempo un maestro en los métodos matemáticos, capaz de dejarse guiar por la belleza, el rigor, la sime-tría de un desarrollo de cálculo superior. En su gran obra sobre la teoría electromagnética, apareció en un tiempo en que la ciencia estaba muy atrás de sus brillantes pensamientos.