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La Naturaleza es extraordinaria, no es una afirmación novedosa,
tampoco es original. Ella ha construido helechos gigantes, y después
los ha abandonado; si podemos hacer una similitud con Miguel Ángel
que modeló a medias sus gigantes de mármol, y luego,
los abandonó.
Después de la decadencia de los bosques carboníferos
hubo unos 100 millones de anos de tranquilidad en la Tierra. En la
zona polar actual, que entonces tenía un clima más templado,
avanzaron los árboles hacia el sur en masas cerradas. Luego
empezó en una región, en la que no era posible preverse
nada, una invasión que podría compararse a la aparición
de los godos, los árabes y los hunos en la historia de la humanidad,
gozando, como ya se informó, de un clima más templado,
avanzaron los árboles hacia el sur en masas cerradas. No llevaban
palmas ni hojas, sino agujas. Eran las coníferas, las portadoras
de piñas; una raza lúgubre, tranquila, fuerte, ruda.
Representaban en la historia de las plantas a los legionarios romanos.
Unos regimientos curtidos, aguerridos, pero muy uniformes, que avanzaron
como zapadores sobre los páramos, los conquistaron en una lucha
tenaz y crearon un extenso imperio, que, pobre en color y en aroma,
se parece al imperio romano de la historia de la humanidad. Sus raíces
rompieron las rocas y formaron el suelo, el suelo de un mundo nuevo
en gestación, que lo mismo que el de los bizantinos y los árabes,
que sucedió a los romanos, estaba orientado precisamente al
revés, ligero y alado, lleno de aroma y color, poesía
y música: el mundo florido de nuestros días. Debe hacer
apenas 50 millones de años que aparecieron los primeros árboles
de follaje moderno, de hoja caediza. Uno de los patriarcas vegetales
fue el sicómoro. Luego aparecieron sauces, álamos, abedules,
avellanos, robles y, por primera vez desde los tiempos primitivos,
surgió el paisaje florido, que se extiende ante nuestros ojos
cuando pronunciamos la palabra flora.
Hay toda una serie de inventos que caracterizan a las plantas modernas.
La hoja dura y enrollada de las coníferas fue sustituida por
la hoja desplegada de los árboles de follaje caedizo. Éstas
producían una cantidad incomparablemente mayor de almidón,
pero necesitaban más agua y, en consecuencia, mejoraron los
tubos conductores, éstos, hicieron posible un metabolismo más
elevado, con lo que la planta vive más intensamente y crece
más de prisa. Se realizaron transacciones, que no eran posibles
en absoluto; por ejemplo, la caída de las hojas. Gracias al
desprendimiento de las hojas, pudieron predominar en las zonas frías,
los árboles que ante prosperaban en las calientes. Los encuentran
en este mantillo de la naturaleza el calor, la humedad y el alimento
fácilmente digestible que necesitan.
Cuando las plantas vivaces de pequeño tamaño pierden
sus hojas, apenas queda nada de ellas, ya que si formaran yemas se
las comerían los animales hambrientos durante el invierno.
Únicamente pueden existir como plantas vivaces las que dejan
marchitar no solamente las hojas, sino también el tallo, de
forma que sólo subsiste la raíz, escondida en el suelo.
En ella se almacenan todos los alimentos necesarios para la reconstrucción
de la planta al año siguiente, por lo que las raíces,
o los tallos subterráneos, se hinchan formando verdaderas botellas
o sacos: los bulbos y tubérculos. Las plantas bulbosas son
aquellas que desaparecen completamente de la superficie después
de la caída del follaje y solamente invernan con sus raíces
dilatadas. He aquí una serie de bellos inventos: la hoja laminar,
la caída de la hoja, la yema, el humus, el fruto y el bulbo,
y además el aparato que permite que las células sexuales
se mezclen para el rejuvenecimiento sin necesidad del agua ni de la
tierra húmeda: la flor.
Casi podría decirse, aunque esto es una forma humana de pensar,
que a las plantas modernas no les han faltado méritos para
lograr su predominio en el mundo actual.
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