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Ya desde una época muy remota, la muerte era considerada en
Egipto como un tránsito a
otra vida semejante a la vida terrenal. Pero la suerte que, en la
existencia ultraterrena esperaba
a los faraones, era muy distinta de la que estaba reservada a sus
súbditos. Mientras a estos
últimos les esperaba una existencia oscura y miserable, los
soberanos, mediante la aplicación de
los ritos mágicos que habían resucitado a Osiris, alcanzaban
una inmortalidad gloriosa, convertidos
en un Osiris triunfante y justificado. Osiris, personificación
del Nilo, que regaba el desierto
árido y seco, según un viejo mito egipcio, era un rey
poderoso a quien mató su hermano Seth,
Gracias a la sabiduría de su esposa Isis, la tierra fértil,
que reconstruyó su cuerpo y lo hizo
incorruptible mediante las prácticas de embalsamiento que le
enseñó Anubis, Osiris se transformó
en un dios inmortal, que reinaba sobre los muertos. Era venerado en
todo Egipto, aunque
su templo principal radicaba en Busiris.
Se le representaba bajo la forma de un rey coronado que sostenía,
en sus manos cruzadas,
el cayado de pastor y el látigo de boyero. Ante su tribunal
era pesado el corazón del difunto
para ver si permanecía en equilibrio con el símbolo
de la justicia y la verdad, colocado
en el otro platillo de la balanza. En caso afirmativo, era admitido
a la vida eterna, transformado
como el faraón de otros tiempos, en un Osiris justificado ;
de lo contrario, era devorado por un
monstruo de cuerpo de hipopótamo y cabeza de cocodrilo que
esperaba, al pie del trono divino,
la sentencia.
El libro de los Muertos, colección de plegarias, que, como
talismán, era depositado
sobre la momia del difunto, relataba y representaba este juicio. Llamado
a ocupar tan alto lugar
en la otra vida, el hombre del pueblo mejoró también
de condición en la vida presente.
La democratización del culto funerario fue una consecuencia
de la elevación de las clases
humildes a una situación de mayor igualdad , durante la dinastía
XII, con respecto a los nobles y
aun con relación al mismo faraón. Aunque la tierra siguió
considerándose propiedad del soberano,
que era su señor eminente, el campesino, desde el Imperio Medio,
poseyó ya libremente su lote,
que podía transferir por donación, venta o cambio, o
legar por testamento a los suyos. El
artesano dejó de ser la cosa de los talleres reales, o de los
señores, o de los templos, para
convertirse en un trabajador libre que disponía del fruto de
sus afanes : todos, en fin, tenían
acceso a las funciones públicas; desapareció el abismo
entre las clases sociales, y el faraón
garantizó a todo el mundo sus derechos. Todo este avanzado
edificio social empezó a
desmoronarse en las dos dinastías siguientes y rápidamente
en tiempos de la dinastía XIV,
bajo el impulso de la invasión de los hicsos.
Hacia el año 1650 a.C., los egipcios vieron llegar a su país
a estos nómadas asiáticos procedentes
del Nordeste, del lado de Palestina. Llevaban armas de hierro y caballos,
y con estos medios de
guerra, que los egipcios desconocían, obtuvieron una fácil
victoria.
Los nuevos amos cometieron en el país toda clase de excesos;
destruyeron templos,
esclavizaron al pueblo, y la tradición egipcia recordó
siempre, con horror, su paso por las tierras
regadas por el Nilo. Pero no consiguieron subyugarlo por entero, sino
que su dominio quedó
limitado al Bajo Egipto, mientras los príncipes de Tebas se
hicieron fuertes en el Alto Egipto
(XVII dinastía) y emprendieron desde allí la reconquista
del país. El príncipe tebano Ahmes,
o Amosis, logró, finalmente, expulsarlos de todo el Egipto
(1600 a. de J. C.) y abrió una nueva
período que llenan las dinastías XVIII y XIX, durante
la cual, Egipto alcanzó su mayor esplendor
y poderío. Era la época del Imperio Nuevo o del segundo
Imperio Tebano.
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