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PLINIO y las ABEJAS

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Cayo Plinio , llamado el Viejo, leyó mas de 2.000 volúmenes de autores griegos y latinos antes de redactar su Naturalis Historia, que consta de 37 libros y que es la única obra que se ha salvado, pese a que escribió, desde la gramática al arte bélico. Era almirante de la flota de Messina y murió el año 29 d.C. durante una erupción del Vesubio, mientras trataba salvar con sus naves a los habitantes de la costa y, al mismo tiempo, observar el fenómeno de cerca.


En las narraciones de Plinio hay una mezcla de lo verídico y lo fantástico. Veamos lo que escribe sobre las abejas:
"Entre los insectos, las abejas ocupan el primer lugar y merecen ser admiradas de manera principal, porque son las únicas, entre todos aquéllos, creadas a favor del hombre. Extraen la miel, jugo dulcísimo, muy sutil y sumamente sano... Trabajan, realizan labores, constituyen a modo de una república, tienen sus consejos y sus jefes, y lo que es más admirable, una moral. Además, sin ser mansas ni fueras, es tanto el poder de la Naturaleza, que de un animalito insignificante ha hecho un ser incomparable. ¿Qué fuerza muscular y qué genio humano pueden compararse con tanta industria y tanta eficacia? Y, además, con la ventaja de no poseer nada sino en común. No hablemos del alma: acep-temos sólo que tienen sangre, pero ¿cuánta habrá en un cuerpo tan pequeño..? Cuando les sorprende la noche en una expedición, velan acostadas sobre el dorso, con objeto de pro-teger sus alas contra el rocío...Las abejas, cuando van cargadas, se confían a los vientos favorables; si sobreviene una tormenta, se lastran con una piedrecita; y hay quien afirma que la cargan en su espalda...

Todas las celdillas son hexagonales, y cada lado es obra de una de sus patas. La miel procede del aire, y adquiere toda su pujanza con el orto de las constelaciones, y, sobre todo cuando Sirio alcanza el máximo brillo, nunca antes de la salida de las Pléyades, al rayar el alba... Es como un sudor celeste, saliva sideral o jugo de los aires, que se purgan de él, pero cayendo de tanta altura se ensucia mucho durante el descenso y se infecta con los efluvios terrestres. Por otra parte, es sorbida de las hojas y de las hierbas, acumu-lada en los utrículos de las abejas (y vomitada después), corrompida por los jugos de las flores, macerada en las colmenas y totalmente alterada; mas, por su naturaleza celestial, es una pura delicia. La miel más exquisita siempre procede de la que conservan en su seno las mejores flores.Al aparecer en el cielo cada una de las constelaciones, sobre todo las principales, o cuando surge el arco iris, si no va seguido de lluvia, y el rocío se templa con el sol, no son ya mieles lo que se produce, sino medica-mentos: dones celestes para sanar los ojos, las úlceras y las vísceras. Si se recoge esa miel a la salida de Sirio, caso de que coincida en el mismo día la de Venus, de Júpiter o de Mercurio, lo cual es frecuente, la suavidad de esa miel y su virtud de reanimar a los mortales no son menores que las del néctar divino...

Entre los eruditos, la generación de las abejas ha dado motivo a grandes discusiones, porque nunca se las ha visto acoplarse. Muchos las han creído originadas por las flores; otros creen que proceden del acoplamiento de un solo individuo de cada enjambre, llamado rey. Sólo éste es ma-cho. Esta opinión, que podríamos considerar como probable, no puede conciliarse con la aparición de los zánganos. En efecto, ¿por qué razón nacerían abejas perfectas e imperfectas de un mismo ayunta-miento?.

Realmente, cierto es que las abejas empollan a la manera de las gallinas. El rey tiene desde un principio color de miel, como producido por una selección de toda clase de flores; no es un gusanito, sino que tiene alas desde que nace.

Finalmente, se rompen las membranas que envuelven a cada una, como el huevo al polluelo, y toda la bandada sale al exterior. Así se ha visto en la casa de campo de un consular, en las cercanías de Roma, con las colmenas hechas del cuerno transparente de las linternas. Indáguese ahora si hubo varios o un solo Hércules, y cuántos Bacos, y otras cues-tiones smidas en las profundidades de la Antigüedad. He aquí una pequeña cosa, que vemos todos los días y, sin embargo, los autores no están de acuerdo acerca de si sólo el rey carece de aguijón, armado únicamente de su majestad, o si, habiéndole concedido uno la Naturaleza, le negó, en cambio, el poder de emplearlo. Lo cierto es que el rey no hace uso del aguijón. Y lo admirable es que la plebe le preste obediencia.