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Psiquis

Psiquis, era la menor de las tres hijas de rey del Asía, era hermosa a.m. el sol, pero de Mitología griega, carácter tan ligera e inconstante que nada podía formalizarla. Ningún agasajo la halagaba, ninguna fineza lograba conmover su corazón: el soplo del céfiro y el vuelo de la mariposa serían las únicas cosas que podrían dar una ligera idea de lo voluble de su carácter.

Un príncipe poderoso, joven y amable, el mismo Cupido, se enamoró de ella. .Psiques le indicaba un deseo y era cumplido de inmediato, eso ocurría de día, porque durante la noche desaparecía, pero esta situación persistían manteniéndose invisible. Las hermanas envidiosas de Psiquis envidiosas de su dicha, le decían “¿No temes que ese misterioso desconocido, que se esconde y del que solo conoces su dulce voz, teme la luz y no sea sino un monstruo – un vampiro inmenso -, acabará por beber tu sangre? La crédula Psiquis no ve la perfidia que hay en tales palabras y ya no piensa sino en los medios que debe emplear para disipar sus dudas.

Cuando llega la noche y el príncipe descansa de sus fatigas, Psiquis se acerca al diván en que dormita y ¡cuál es su sor­presa al contemplar dormido a aquel a quien desde hace tanto tiempo anda buscando! «Duerme - se dice en voz baja, - apro­vechemos esta oportunidad. Ahora no se podrá escapar a mis miradas: sabré yo si es un vampiro o un mortal; si debo amarle o darle muerte.» Se acerca más y más hasta hallarse junto a él: «¡Dioses inmortales ¡qué veo! ¿Es éste el monstruo que tanto temía yo y que mis hermanas me habían pintado con tan vivos colores? Es el mismo Cupido, el dios del amor, en la flor de su adolescencia. ¡OH felicidad infinita! ¡El es quien me pretende por esposa! Mientras pronuncia estas palabras la curiosa don­cella se inclina para contemplarle sin pensar que este irreflexivo movimiento había de hacer que se derramara la lámpara con que se alumbraba. Una gota del liquido cae sobre el hermoso durmiente que despierta sobresaltado y exclama: ¡Ingrata Piques: ahora me conoces ya. Tu felicidad dependía de tu ignorancia: yo no puedo ser tuyo!.

De repente desaparece el palacio con sus gallardas columnatas. Piques se encuentra en medio de un desierto, árido, inmenso, sola y mal vestida. Por doquier el vacío, el silencio, la desolación. Sólo el ruido de un lejano torrente interrumpe sus gemidos: Piques corre hacia la corriente, que bulle de espuma, para poner allí fin a su existencia, y se arroja al agua, pero la muerte la rehúsa y las aguas la depositan suavemente a la orilla opuesta.

Entonces se decide a ir a Palos, donde está el oráculo de Venus para consultarle; pero Venus, que estaba disgustada de que Piques hubiese conseguido conquistar al Amor, la recibe duramente y en vez de responder a su demanda la condena a diversos trabajos tan repugnantes como difíciles. Psiquis obedece con la docilidad de un niño, en la confianza de que así se expiaría su falta y aplacaría a su bienhechor.

Así pudo cumplir su deseos, ser la esposa de Cupido y asegurar su dicha para siempre.