Otros textos
|
|
La que pasó a la posteridad con el nombre de Victoria 1 y
fue reina de Gran Bretaña e Irlanda (1837-1901) y emperatriz
de las Indias (1876-1901), nació en el palacio de Kensington,
Londres, en 1819, y fue bautizada con el nombre de Alexandrina Victoria.
Era hija de Eduardo, duque de Kent (cuarto hijo de Jorge III), y de
María Luisa de Sajonia-Coburgo, alemana de nacimiento. Se educó
aislada y bajo el fuerte influjo de su madre y de su tío materno
Leopoldo, futuro rey de Bélgica. En 1837, Victoria sucedió
a su tío Guillermo IV en la corona británica, pero no
en la de Hannover, que pasó en virtud de la ley sálica
al duque de Cumberland. Durante los primeros años de su reinado
estuvo muy influida por lord Melbourne, el primer ministro, quien
le inculcó sus ideas liberales, y por su tío Leopoldo
I de Bélgica, a cuya instancia desposó a Alberto de
Sajonia-Coburgo, en contra del parecer de su madre.
Falleció viuda y rodeada de sus hijos en la isla de Wight a
los 82 años, tras 64 de reinado. Su muerte dio fin a una era
en la que Inglaterra fue el taller industrial del mundo y durante
la que se asistió a la expansión colonial del Imperio
británico.
Victoria, sólo tenia 18 años cuando fue coronada. Se
casó en 1849 con el príncipe germano Alberto, con el
que tuvo nueve hijos, aunque detestaba la maternidad.
Sus hijos la emparentaron con seis casas reales en el Viejo Continente,
por lo que popularmente se la conocía como la abuela de Europa.
En 1861, Alberto murió de fiebres tifoideas, pero, Victoria,
en sus 40 años de luto riguroso no se apartó de la vida
política, donde supo imponer su particular concepción
de la Monarquía parlamentaria. Vio ir y venir a 12 primeros
ministros, de los que el conservador Disraelí se decantó
como su favorito. Especialmente durante los últimos años,
la reina no dudaba en aconsejar a sus ministros, lo que generó
constantes tensiones con el Gobierno.
La reina Victoria, a pesar de respetar escrupulosamente los límites
de la monarquía constitucional, intervino con voz vigorosa
en la vida política de Gran Bretaña que, a lo largo
de sus 64 años de reinado, conoció el apogeo de su poderío
económico y político.
Victoria I se esforzó en jugar su papel de reina respetuosa
con el régimen parlamentario, aunque no dominó totalmente
sus propias tendencias autoritarias, que le condujeron a soportar
difícilmente la gestión del liberal lord Palmerston,
y a exigir el conocimiento previo de toda nueva medida ministerial
o de su modificación una vez que hubiese sido sancionada (1850).
Consecuente con dichas exigencias, obligó a dimitir al jefe
del gobierno John Russell, cuando éste aprobó unilateralmente
el golpe de estado de Napoleón III en Francia (1851). La reina
Victoria jamás asimiló de modo completo la idea de una
monarquía democrática y se opuso a muchos movimientos
sociales e intelectuales de su época o vivió al margen
de ellos. Manifestó una absoluta indiferencia por la suerte
de los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Por otra
parte, siendo mujer se pronunció en contra del sufragio femenino.
Entre sus logros está el haber potenciado la Monarquía
como elemento de cohesión en una sociedad que ya empezaba a
sufrir los primeros problemas deriva-dos de la industrialización.
Añadió a sus títulos en 1876 el de Emperatriz
de la India. A medida que transcurría el reinado fue más
popular. No obstante, nunca entendió el avance de la democracia
ni el sufragio femenino ni los problemas sociales de la clase obrera.
La reina tenía en 1900 una lista civil de 410.661 libras anuales
(equivalentes a 10.266.525 pesetas de entonces) más 60.000
libras para su bolsillo particular y otras 131.260 para los sueldos
de sus servidores y empleados. El Príncipe de Gales (luego
Eduardo VII) gozaba de una renta de 40.000 libras más otras
10.000 para los gastos de su casa. A su muerte, al contrario que en
su coronación, la continuidad de la Monarquía británica
estaba más que garantizada.
Con todo, las intromisiones de la reina se manifestaron sobre todo
en política exterior, en la que acorde con sus lazos familiares,
se mostró favorable a prusianos y austríacos y enemiga
del zar. Discrepó de la política italiana del gabinete
Russell-Palmerston de 1859-1865, y en 1877 llegó a amenazar
con la abdicación si el gobierno británico permitía
que los rusos se instalaran en los Estrechos.
El reinado de Victoria y Alberto alcanzó su apogeo en 1851,
con la inauguración de la gran exposición, la primera
de carácter universal. Alberto organizó la muestra de
comercio internacional, que se convirtió en un emblema de la
era victoriana. La gran exposición, que sirvió de escaparate
para la riqueza y el poder de Gran Bretaña, tuvo lugar en el
Palacio de cristal, un enorme edificio en forma de invernadero levantado
en Hyde Park y construido con elementos prefabricados, muestra impresionante
de las capacidades tecnológicas británicas de la época.
La muerte de Alberto, en 1861,sumió a la reina Victoria en
una profunda depresión que la mantuvo alejada de los asuntos
de gobierno, aunque siguió el desarrollo de la política,
manteniendo apartado del poder a su hijo y heredero, el príncipe
Eduardo, a quien acusaba de estar en el origen de la muerte de su
padre. De su semirretiro la sacó Benjamín Disraeli,
quien la coronó emperatriz de las Indias en 1877. Aunque nunca
visitó ninguna colonia, Victoria I se constituyó en
el más elevado símbolo del imperialismo británico,
tanto en la represión de toda expresión de resistencia
interna, como en el caso de Irlanda o en política exterior
al discrepar de la política favorable a los italiano de sus
ministros Russell-Palmerson, cuando ella se mostraba favorable a los
prusianos y austriacos o, en 1877, cuando amenazó con abdicar,
si el gobierno británico permitía a la rusos instalarse
en el Estrecho.
La Reina Victoria I marcó un período que se llamó
la época victoriana.
|