La sociedad en el siglo XVII.. El clero |
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Las abadías no se daban a frailes. El rey las ponía en encomienda, las daba a personas extrañas al convento y que muchas veces ni siquiera eran sacerdotes, a magistrados, a rortesanofi, a niños aún. Algunos vivían en la Corte, vestidos casi como seglares, con sotana corta que llegaba a las rodillas y manto de esclavina corta, y usaban barba y peluca. Se les llamaba "abades de Corte". Los curas, por el contrario, no contaban con ingresos regulares. Cada iglesia pertenecía a un patrono, que era un obispo, un abad o un señor heredero del que en otro tiempo la había fundado. El patrono tenía el derecho de nombrar al cura titular, que percibía la mayor parte de las rentas. Por lo común, este titular no servía directamente la iglesia, tenía un suplente. El cura encargado del servicio vivía pobremente de una pequeña parte de las rentas, llamada congrua, y del pie de altar (se daba este nombre al dinero que daban los feligreses por los casamientos, bautismos y entierros). Los frailes y las monjas se habían hecho más numerosos. En el siglo XVII se habían fundado varias nuevas grandes Congregaciones. Las más importantes de varones eran: los Oratorianos, formadas por sacerdotes dedicados a estudios; los Lazaristas, fundados por San Vicente de Paúl para ir a las misiones al extranjero; los Trapenses, que trabajaban en el campo; los Hermanos de las escuelas cristianas, fundados para regentar las escuelas primarias. Las principales órdenes femeninas eran; las Carmelitas, fundadas
en 1603, que vivían recluidas en conventos; las Ursulinas,
creadas en 1608; las Visitandinas, fundadas en 1619 por San Francisco
de Sales, y cuyos conventos fueron muy pronto internados de señoritas;
las Hermanas de la Caridad, que instituyó en 1633 San Vicente
de Paúl para cuidar a los enfermos (más tarde fueron
llamadas "hermanas de San Vicente de Paúl"). No era posible casarse más que en la iglesia, y era necesario un permiso del clero para poder enterrar en el cementerio. Cuando el Gobierno quería hacer pública una orden o una prohibición, la enviaba a los curas, que el domingo la leían en la plática.
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