Había entonces en Atenas un viejo famoso por su saber,
Sócrates. Primeramente, había sido escultor, luego
había renunciado a su profesión para ocuparse únicamente
de filosofía.
Era muy feo, la nariz chata, los labios gruesos, el cuello an-cho
y corto, los ojos saltones y con mucha barriga. Era muy pobre y
vivía miserablemente: pero tenía amigos muy devotos
y se le consideraba el más virtuoso de los atenienses. Era
un ciudadano modelo. Había combatido va-lerosamente en varias
campañas. En Potidea había salvado a su amigo Alcibíades
herido, en otra batalla había sido uno de los últimos
que se retiraron, y los generales decían que si todos hu-bieran
hecho lo que él, se habría logrado el triunfo. El
mismo valor había demostrado en la vida política,
atreviéndose a protestar contra la sentencia de los generales
vencedores en las islas Arginusas y negándose a obedecer
a los Treinta.
Vivía sin ambiciones, de un modo austero. Alcibíades
había querido darle tierras, el rey de Macedonia le había
invitado a ir a su corte, pero prefirió permanecer pobre,
y, para ser independiente, trató ardientemente de dominar
sus necesidades. Comía poco y andaba descalzo, cubierto con
pobre manto, sin quejarse del calor ni del frío.
Había consagrado toda la vida a inquirir la verdad y la jus-ticia
para obrar con arreglo a ellas, y a comunicar a los demás
lo que descubría para que se hicieran mejores. Su divisa
era la máxima grabada en el templo de Delfos:
"Conócete a ti mismo".
Pasaba el tiempo en las calles o en las plazas, hablaba con cuantos
le salían al paso haciéndoles preguntas, tratando
de lograr que se dieran cuenta de su propio pensamiento. Después
de cuarenta años de esta vida, no solamente tenía
amigos, sino también muchos discípulos. Al contrario
de los sofistas, que se alababan de saberlo todo, decía:
"Solo sé, que nada sé". Y no obstante, el
oráculo de Delfos había manifestado que Sócrates
era el más sabio de los griegos. Al contrario de los sofistas,
que se hacían pagar sus lecciones, jamás había
querido sacar producto de su sabiduría.
Era enemigo de los sofistas, a los que censuraba no saber distinguir
lo justo de lo injusto y no ocuparse de buscar el bien. Pero los
partidarios de las viejas costumbres le confundían con ellos,
por-que muchas veces se le veía discutir sobre moral. En
la comedia Las nubes, Aristófanes había presentado
a Sócrates como un so-fista que enseña a un joven
a robar a su padre. Además, Sócrates pasaba por ser
enemigo del régimen democrático. Se burlaba del sistema
de mayorías en las votaciones y de la costumbre de nom-brar
los magistrados a la suerte.
Tres ciudadanos se pusieron de acuerdo para entablar un proceso
contra Sócrates. Eran, Anytos, rico cardador, uno de los
jefes del partido democrático, que quería mal a Sócrates
por haber conven-cido al hijo de aquél de que no siguiera
la profesión de su padre, Melitos, un mal poeta y un retórico,
Lycon. Acusaron a Sócrates de no creer en los dioses de la
ciudad, de adorar dioses nuevos y corromper a los jóvenes,
cosas todas que en Atenas eran crímenes capitales.
Juzgó la causa el tribunal de los heliastas. Asistieron 559
jueces; Lyeias, el célebre orador, ofreció a Sócrates
escribirle la de-fensa. Sócrates no aceptó. No quería
salvar la vida y habló sin temor, exponiendo francamente
sus ideas. El tribunal estuvo muy dividido, 278 jueces votaron la
ab-solución, 281 la pena. Restaba resolver cuál había
.de ser ésta. Los acusadores pro-pusieron la pena capital.
El condenado tenía también derecho a proponer un pena
de su preferencia. Sócrates dijo:"Por haberme consagrado
al servicio de mi patria trabajando para hacer a mis conciudadanos
virtuosos, propongo que me con-denen a ser alimentado hasta el fin
de mis días en el Pritaneo, a expensas del Estado".
Esta respuesta irritó a los jueces. Entonces, 361 votaron
por la sentencia de muerte y Sócrates fue condenado a beber
la cicuta. En aquel momento no había regresado todavía
la procesión que Atenea en-viaba a la fiesta de Délos,
y la religión prohibía ejecutar a nin-gún condenado
hasta que hubiera vuelto. Sócrates permaneció trein-ta
días en la prisión, esperando. Pasó dicho tiempo
con-versando con sus amigos acerca de temas filosóficos,
según su cos-tumbre, sin mostrar la menor turbación.
Le propusieron la fuga, pero se negó, diciendo que no quería
desobede-cer las leyes de su patria.Al fin volvió la procesión
de Délos.
Al ponerse el sol, el carcelero le llevó la cicuta. Sócrates
la bebió con calma. Todos los asis-tentes lloraban, hasta
el carcelero. Pronto sintió Sócrates que las piernas
se le ponían tiesas. Dijo, sonriendo a uno de sus discípulos;
"Debemos sacrificar un gallo a Asclepios, no olvides satisfacer
esta deuda".
Murió un momento después (399 a.C.)