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A no dudarlo, el Sitio de Troya es la leyenda griega más
difundida de todas las que forman su largo historial y por la que
desfilan los más importantes y conocidos nombres de su mitología.
Además, ella es el argumento de la Ilíada, poema principal
de Homero, que se continuó con el regreso de los vencedores
y la vengativa persecución de los dioses que favorecían
a Troya, especialmente, la de Ulises, cuyo retorno es el argumento
de la Odisea, la otra obra famosa de Homero.
Troya era una rica y poderosa ciudad de la costa asiática,
cuyas murallas habían sido levantadas por los dioses Poseidón
y Apolo. Su rey era Príamo, padre de 50 hijos, entre los que
se contaban Héctor, el más valiente y París,
el más hermoso. Pero, al nacer éste, el oráculo
predijo que sería funesto para su padre. Príamo, mandó
que fuera abandonado en el desierto, pero protegido por los dioses,
el niño creció y se hizo pastor. Un día que guardaba
sus rebaños en el monte, tres diosas - Hera, Atenea y Afrodita-,
fue-ron a pedirle que dijera cuál de las tres era la más
hermosa. Paris eligió por Afrodita, diosa de la belleza; Hera
y Atenea, irritadas, fueron siempre enemigas de los troyanos.
Otro apunte para continuar esta historia. Menelao, rey de Esparta,
se había casado con Helena. Paris fue a Esparta, donde fue
bien recibido, sin embargo, el rey Menelao debió ausentarse
y Paris, aprovechándose de su ausencia, se llevó el
tesoro del rey y, también, huyó con Helena a Troya.
Agamenón, rey de Micenas, no solo era hermano de Menelao, sino
también el más poderoso de los reyes de Grecia. Resolvió
ir a buscar a. Helena. Pidió a los otros reyes grie-gos que
le ayudaran. La diosa Hera recorrió ciudad por ciudad reclutando
enemigos de los troyanos. Logró reunir una flota de cerca de
1.200 naves y un ejército de 100.000 guerreros, venidos de
todas las regiones griegas. Todos los jefes de aquellos guerreros
eran héroes famosos, pero los más célebres eran
Ulises, rey de Itaca, el más astuto y elocuente, y Aquiles,
rey de los mirmidones, el más valiente y resuelto de los griegos.
El oráculo había predicho que Troya solo podría
tomarse con el auxilio de Aquiles, que ahí se cubriría
de gloria, pero perecería ante los muros de la ciu-dad. Su
madre, la diosa Tetís, para impedirle que partiera, lo vistió
de mujer, enviándolo a la corte del rey de Esciros, que le
mantuvo entre sus hijas. Los griegos supieron dónde se ocul-taba
y encargaron a Ulises que fuera a buscarlo. El rey Esciros dijo que
Aqui-les no estaba allí, pero Ulises co-locó en el vestíbulo
una lanza y un escudo e hizo sonar la trompeta de guerra. Al oírla,
las hijas del rey escaparon, pero Aquiles cogió la lanza y
el escudo y se adelantó dispuesto a combatir.
La expedición a Troya se reunió en el puerto de Aulis,
en Beocia y como los vientos eran contrarios, el adivino Calcas anunció
que los dio-ses se oponían a la partida y que para ganar su
favor, Agamenón debía inmolar a su hija, Ifigenia. Agamenón
se resignó al designio, pero en el momento en que iba a matar
a Ifigenia, la dio-sa Artemisa la salvó, poniendo una cierva
en su lugar.
Por fin los griegos desembarcaron en la costa, de Asia, sacaron sus
naves a la playa y rodearon su campamento con una empaliza-da. Pero
los troyanos tenían por aliados a todos los pueblos vecinos,
mandados por el valiente Héctor, uno de los cincuenta hijos
de Príamo. El sitio de Troya duró diez años.
Los ejércitos se batían en la llanura que hay delante
de la ciudad. Los dioses mismos se habían dividido: Zeus, Afrodita
y Ares sostenían a los troyanos; Hera y Atenea favorecían
a los griegos. Un día Ares se mezcló entre el ejército
de loa troyanos y, montado en su carro de guerra, empezó a
matar griegos. Atenea, a su vez, mon-tada en el carro de Diómedes,
condujo al héroe contra el dios. Ares, al ver al héroe
se lanzó sobre él para atravesarle con su lanza. Atenea
desvió el golpe y la lanza de Diómedes, se incrustó
en el vientre de Ares. El dios herido huyó gritando como diez
mil hombres y fue a quejarse a Zeus, que le respondió du-ramente:
'' No vengas a gritar a mi lado, eres el más detestable de
los dioses del Olimpo".
Otro apunte más en esta historia. Aquiles tenía una
cautiva, la hermosa Briseida, a la que profesaba gran .cariño.
Agamenón hizo que se la robaran. Aquiles, exasperado, se retiró
a su tienda y dejo de combatir en el ejército de los griegos.
Ausente él, los troyanos fueron vencedo-res. Héctor
derrotó a los sitiadores y luego, tras una gran carni-cería,
asaltó el campamento de los griegos y se dispuso a incendiar
sus naves. Ningún héroe griego había podido detenerle,
los más va-lientes estaban heridos. Patroclo, el amigo de Aquiles,
fue a supli-car al héroe invencible que defendiera a sus compañeros.
Aquiles no quiso y accedió solamente a prestar sus armas a
Patroclo, quien rechazó a los troyanos y salvó el campamento,
pero fue muerto por Héctor. Aquiles, furioso por la muerte
de su amigo, revistió su ar-madura divina, se lanzó
sobre los troyanos, mató a muchos e hizo huir a los restantes.
Héctor trató de detenerle y Aquiles le dio muerte, ató
su cadáver a la trasera de su carro y le paseó alrededor
de las murallas de Troya.
En auxilio de Troya vino Pentesilea, hija del dios Ares, reina de
las Amazonas, con un ejército de mujeres y, después,
Memnón, hijo de la Aurora, con sus guerreros negros de Etiopía.
Aquiles dio muerte a ambos. Pero Paris lanzó una flecha que,
dirigida por Apolo, hirió a Aquiles en el talón y le
mató. Después de un com-bate furioso, los griegos consiguieron
recoger su cuerpo. Tetis hizo a su hijo magníficos funerales
y ofreció sus armas como premio al guerrero más valiente.
Se le dieron a Ulises. Áyax se enfureció tanto que perdió
la razón. En un rapto de locura se lanzó, espada en
mano, sobre un rebaño de carneros que tomó por jefes
de los griegos y degolló a todos. Cuando volvió en sí,
se avergonzó tanto, que se atravesó con su espada.
Necesitaban los griegos la ayuda de Filoctetes, que poseía
el arco de Hércules y sus flechas envenenadas, pero se había
herido con una de sus flechas, y su herida esparcía un olor
tan infecto olor que sus compañeros lo habían abandonado
en la isla desierta de Lemnos, donde vivía muy malamente desde
hacía diez años. Ulises fue a buscarle y le condujo
al campo griego, donde Macaón le curó. Filoctetes fue
quien mató a Paris con una de las flechas de Hércules.
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Un detalle importante de la leyenda. En la ciudadela de Troya había
una imagen sagrada regalo de Zeus, el dios Paladio, y estaba escrito
que en tanto no saliera de allí, la ciudad sería inexpugnable.
Entonces, Ulises se disfrazó de mendigo, penetró de
noche en la ciudadela y se llevó a Paladio. Siguiendo el consejo
de la diosa Atenea, los griegos hi-cieron un enorme caballo de madera
y en él se metieron cien de los héroes más valientes.
Ulises, Menelao, Neoptolemo, hijo de Aquiles, entre otros; luego quemaron
sus tiendas, se embarcaron, izaron velas y partieron como si renunciasen
al sitio. Li-bres de los griegos, los troyanos, vieron con admiración
aquel gigantesco caballo gigantesco de madera que habían dejado
los sitiadores.
Dudaron qué deberían hacer. Laoconte, dio con la lanza
en los lomos del caballo que sonaron a hueco y, sospechando algún
engaño, aconsejó a los troyanos que desconfiaran. En
aquel momento salieron del mar dos enormes serpientes enviadas por
los dioses enemigos de Troya, enlazaron entre sus anillos a Laoconte
y sus dos hijos y los ahogaron. Los troyanos se dejaron persuadir
y abrieron una brecha en su muralla y por aquella brecha introdujeron
el caballo en la ciudad como trofeo de victoria. La noche siguiente,
en tanto los troyanos celebraban su libertad con festines, los héroes
grie-gos salieron armados del caballo de madera. El ejército
griego, que estaba oculto detrás de la isla de Tenedes, volvió,
desembarcó y entró en la ciudad por la brecha. Los troyanos,
sorprendidos, no pudieron defenderse. La ciudad fue saqueada e incendiada,
los hombres degollados. En cuanto a las mujeres, los griegos vencedores
se las repartieron. Una de las princesas, hija del rey Príamo,
llamada Casandra, la profetisa que había predicho la ruina
de Troya, fue esclava de Agamenón. Otra, Polixena, reservada
para Aquiles, fue degollada sobre su tumba. Al rey de Itaca, Ulises,
correspondió Hécuba, la viuda de Príamo, a Neoptolemo
se le entregó la viuda de Héctor, Andrómana.
El hijo de Héc-tor, el pequeño Astianax, fue arrojado
de lo alto de la muralla. Finalmente, He-lena, entregada a Menelao,
volvió a Esparta y fue adorada más tarde como diosa.
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