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Segunda parte
En pocas oportunidades, el lector llega a conocer aspectos de la
vida de un autor que admira, pese a que estos conocimientos , le ayudarían
a comprender mejor su obra. En el caso de Marcel Proust, a los 21
años, sus biógrafos lo describen como un joven agradable
y conocido de sociedad que, a la vez, era excéntrico, frágil
de salud, víctima de agobiantes alergias, y que solo apoyado
en medicinas y en una voluntad decidida, logró vivir lo suficiente
como para escribir "En busca del tiempo perdido", que no
es un solo libro, sino un trabajo continuado, formado por 16 libros,
sin duda, una de las mejores obras literarias del siglo XX.
Se le ha comparado con Fabre, porque éste analizó las
sociedades de los insectos, lo que Marcel hizo con la sociedad humana.,
pero él no lo hizo como un observador imparcial sino se convirtió
en un comentador analítico; también, fue comparado con
Bergson que consideraba el tiempo como una fuerza creadora, pero,
Proust, más bien calificó al tiempo como una fuerza
destructora y en cuanto a la comparación con Joyce, la diferencia
radica en que éste es subjetivo, mientras que las asociaciones
de Proust no son libres, sino estrechamente ligadas a una cadena de
recuerdos. Además, puede decirse que la obra de Marcel Proust,
es una autobiografía de inusitada vastedad y, por cierto, una
obra maestra de sensibilidad.
Proust nació el 10 de julio de 1871 en Auteuil, un elegante
suburbio rural de París. Su familia pertenecía a la
alta clase media. Su padre, el doctor Adrien Proust, no sólo
ejercía la Medicina, sino que era profesor de la Escuela de
Medicina de París y figura prominente del cuerpo médico
francés. Su madre era Jéanne Weil, una bella y culta
judía alsaciana, que adoraba y mimaba a su pobre hijo desvalido.
Robert, el más joven, heredó la robusta salud, la profesión
y el gran sentido común de su padre; Marcel, dos años
mayor, heredó los nervios y la sensibilidad enfermiza de su
madre. A los nueve años padeció un ataque, diagnosticado
como asma y que sucesos ulteriores contribuyeron a agravar. Proust
se convirtió en un asmático crónico, un ser medio
inválido que siguió siendo -quiso seguir siendo- un
enfermo toda su vida. Se apegaba apasionadamente a su madre. En uno
de los momentos más conmovedores de El camino de Swann, la
primera parte de En busca del tiempo perdido, es la gran tristeza
que experimenta el autor, cuando niño, motivada porque su madre
había olvidado darle el acostumbrado beso a la hora de dormir,
el cual, sin poder dormir, proyecta enviarle una nota para que se
la deslicen en la mano de su madre durante la comida En La Introducción,
escribe "Tanto amaba aquella despedida que llegué al extremo
que se prolongara el rato de expectación durante el cual aguardaba
la aparición de mi madre. A veces, cuando, después de
haberme besado, abría la puerta para irse, ansiaba pedirle
que volviera a mi lado, para decirle "bésame otra vez".
Pero yo sabía que esto le iba a desagradar, ya que el miramiento
que tenía con mi desgracia y su inquietud por ella, siempre
molestaba a mi padre, quien consideraba absurdas todas aquellas ceremonias
y el verla disgustada me robaba la tranquilidad que me infundía
un momento antes, al inclinar su adorable cabeza sobre mi cama, y
acercármela como una hostia, para el acto de la comunión
en que mis labios bebían con deleite la sensación de
su presencia real, y con ella la posibilidad del sueño"
Hay poca diferencia entre el Yo de la novela autobiográfica
y el "Marcel" de la vida real. Cuando fue hombre, Proust
frecuentemente se dirigía a su madre en el mismo tono quejumbroso
y angustiado de niño dolorido. Este es un ejemplo:"La
verdad -escribía en una carta a su madre, -después que
ella le había amonestado por llevar una vida que no sólo
era frívola, sino peligrosa que, tan pronto como me siento
mejor, mi género de vida, que me ayuda a mejorar, te irrita.
No es ésta la primera vez. La otra noche agarré un resfriado
-si se convierte en asma, estoy seguro de que serás benigna,
nuevamente conmigo. Pero es algo triste no tener salud y cariño
al mismo tiempo." El acento de mortificación frecuentemente
se une en Proust a una mezcla de histeria reprimida y propia conmiseración.
Marcel fue criado y educado casi exclusivamente por su madre. Ella
trató de fortalecer su espíritu incitándole al
trabajo -era muy perezoso para sus lecciones-, pero siempre que le
regañaba. Si Marcel tenía un prolongado ataque de tos,
su madre se veía obligada a abandonar el papel de preceptora
trocándolo por el de enfermera. .Él se retiraba a la
biblioteca, donde convertía la vida en literatura; se decía
que tragaba los libros y leía a la gente. Esperaba con ansiedad
las épocas en que su familia veraneaba en Illiers, donde había
una gran biblioteca en casa de su padre. Entretanto recibía
una instrucción irregular.
A los 21 años, Proust era un joven de sociedad, agradable y
muy conocido. Era como su madre, de tez morena aceitunada, de lustroso
cabello negro y soñadores ojos negros "embrujadamente
expresivos". Una sonrisa continua, agradable y acogedora se dibujaba
en sus labios y su risa estallaba al menor pretexto. Daba la impresión
de un niño muy crecido, indolente y extremadamente observador.
De constitución delicada, por sus modales tímidos y
afeminados, se convirtió en favorito de las damas de mayor
edad. Hizo su aparición en el exclusivo mundo de la aristocracia
en el salón de madame Geneviève Strauss, que había
sido esposa del compositor Bizet y madame Arman de Cailavet, provocativa
inspiradora de Anatole France.
Proust tenía 25 años cuando publicó su primer
volumen Les plaisirs et le tours, que tuvo el prefacio que obtuvo
de France madame Caivallet. La dedicatoria, decía: "A
mi amigo Willie Heath, muerto en París el 3 de octubre de 1893".
Entonces, Proust tenía 22 años, y su dolor fue tan grande
que, pasados tres años, describía de la siguiente manera
a su compañero, con el que se solía encontrar en el
Bois: "Acostumbrábamos vernos por las mañanas;
tú, que me habías visto llegar, esperándome bajo
los árboles, permanecías allí, descansando, como
uno de los jóvenes señores que Van Dyck gustaba pintar.
Parecías participar de su pensativa elegancia
, pero si
el aire distinguido de tu porte pertenecía al arte de Van Dyck,
tenías más de Vinci, por la intensidad misteriosa de
tu vida espiritual. Frecuentemente, con tu dedo levantado, tus impenetrables
ojos, y sonriente en la contemplación de algún enigma
que no revelabas, me parecías el joven Juan Bautista de Leonardo.
En aquella época teníamos el anhelo, casi el proyecto,
de vivir cada vez más próximos el uno del otro, en un
ambiente de comprensión y de hombres y mujeres magnánimos,
protegidos por ellos de los vulgares ataques de la maldad y de la
estupidez
Demasiado débil para desear el bien, demasiado
respetuoso para disfrutar del mal plenamente, conociendo solo el sufrimiento,
he tenido el valor de hablar de ellos con lástima suficiente
para publicar estos ligeros esbozos".
Marcel era bondadoso, delicado y agradecía el más insignificante
favor y la menor atención, y cuán terrible e insensata
tristeza le invadía si se sentía mortificado, o creía
que debía sentirse herido. Le gustaba la compañía
de las muchachas, así como de los jóvenes -ya que no
podía practicar ningún deporte tan agitado como el tenis,
gustaba de planear sus excursiones campestres-, pero ninguna muchacha
tomó en serio sus atenciones, y sus compañeros únicamente
fingían estar celosos de él, para halagarlo.
Cierto es que el constante cariño por su madre, hizo que su
vida emocional fuera equívoca, en cambio. no hubo vacilación
en su vida intelectual. Sabía que iba a ser escritor, aun antes
de ponerse a escribir. Después de cumplir los veinte años,
formó parte de un grupo que, cultivado en los salones de madame
Strauss, floreció en una pequeña revista: Le Bouquet.
Tenía algo del valor y algunas de las pretensiones del The
Yellow Book.
Antes de alcanzar los treinta años Proust mostró tendencia
a destruirse a sí mismo. Casi derrotado por una desesperada
disyuntiva, vacilaba entre la pureza y la necesidad. Por una parte,
deseaba hablar y escribir con franqueza, pero se daba cuenta de la
exigencia social de recatarse y sufrir la lucha entre lo que quería
revelar libremente y lo que debía ocultar al público,
a sus padres y hasta a él mismo. Su vida cotidiana, en esta
situación era muy difícil. Vivía ocasiones y
momentos en que le resultaba literalmente difícil hasta respirar.
Con la muerte de su padre, sucedida en 1903, y la de su madre, dos
años después se volvió un hipocondríaco
y fue muy desgraciado. La muerte de su madre fue un golpe del cual
nunca se recobró. Proust se volvió un huérfano
desamparado a los 34 años y se sintió hasta el fin de
sus días como un niño abandonado.
Durante la producción de su gran obra, Marcel se encerró,
aislándose como un neurasténico, cuyos nervios de irritaban
por las cosas más nimias, como los ruidos de la calle, el polen
de los árboles, incluso, se sentía afectado por la luz
del día. Para evitar escuchar los ruidos, amortiguó
con corcho la habitación que ocupaba y las ventanas las cubrió
de celosías para evitar la entrada de la luz del sol. En el
invierno, dormía completamente vestido y aun, en verano se
forraba con un jersey, medias, gorro de dormir, guantes y bufanda.
Permanecía en cama por más días, los frascos
de medicinas y los pomos vacíos estaban esparcidos por todas
partes, mezclados con sus manuscritos. Y en un desorden completo,
reposaban los veinte grandes cuadernos que contenían las últimas
partes de su obra.
Viviendo a costa de analgésicos y falsos estimulantes, su situación
empeoró rápidamente. Tenía que tomar narcóticos
para descansar; y, después de dormir tres días merced
al veronal, se requería la adrenalina y la cafeína para
que permaneciera despierto. A los cincuenta y un años contrajo
una pulmonía, pero no quiso llamar al médico. Su hermano,
el doctor Robert, tuvo que valerse de la fuerza para atenderle. Proust
se negaba a hablarle y desechaba los medicamentos, quejándose
de que él tenía que trabajar. Su última hora
la dedicó a corregir pruebas. Sobre todo, quería hacer
unas modificaciones a su descripción del escritor moribundo,
Bergotte, "porque -decía- tengo que hacer varios retoques,
ahora que me encuentro en el mismo predicamento".
Marcel Proust murió el 18 de noviembre de 1922.
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