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Marcel Proust

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Segunda parte - Primera parte

Antes de alcanzar los treinta años, Proust mostró la tendencia a destruirse a sí mismo.

Casi derrotado por una desesperación disyuntiva, se encontraba vacilante entre la pureza y la necesidad. Por una parte, deseaba hablar y escribir con franqueza; por la otra, se daba cuenta de la necesidad de recatarse. Con la muerte de sus padres, se volvió un hipocondríaco, y fue muy desgraciado. La muerte de su madre fue un golpe del que nunca se recobró. Charlotte Haldane, escribió: "Cuando ella murió quedó huérfano a la edad de treinta años, una edad en la que el adulto normal, por lo general, se ha familiarizado ya con la aterradora impresión de soledad que da el saberse huérfano. Fue entonces,y así permaneció hasta el fin de sus días, un niño abandonado". Nunca la olvidó ni la perdonó; su muerte hizo imposible su relación con otra mujer. Aunque no lo reconociera, esa pérdida fue su liberación. Grabando en aquel niño crecido su imagen para siempre, ella liberó al escritor.

Proust estaba listo para comenzar su gran obra. Había sabido granjearse el favor de la alta sociedad. Su encanto y afabilidad, reforzada por su reputación de autor de agradables trivialidades, despertaron el interés del conde Robert de Montesquiou, el degenerado que era la comidilla del día, ante el cual se hu­milló, y de la princesa Matilde, sobrina de Napoleón, a cuyos pies se arrodilló literalmente besándoselos. No le importaba ser servil, si con ello conseguía su propósito. Inmoderamente am­bicioso y extraordinariamente curioso, Proust lo observaba todo y no olvidaba nada. Sus recuerdos de niño abandonado se COn­virtieron en una leyenda de decadencia y desintegración universal. Las horas muertas y los momentos magníficos, los maliciosos rumores difamadores y las aventuras francamente escandalosas, lo inocente y virtuoso y lo cínico y vicioso, se mezclaban pro­miscuamente. Imperceptiblemente cambiaban las proporciones, transformada en vasto ejemplo del desmoronamiento de las barreras de clase, la lenta compenetración de la poderosa burgue­sía y la decadente aristocracia. Con un ligero disfraz, Proust incluyó a todas las personas que conoció en su Recuerdo de las cosas de antaño. El infame conde Robert de Montesquiou fue el modelo que tomó para el siniestro barón Palamede de Char­lus; ambos· se jactaban exageradamentede sus tiempos, y eran francamente pervertidos, y no se avergonzaban de su indiscri­minada homosexualidad. Charles Haas, el banquero amigo de la familia, se convertía en el misterioso, estoico y admirable Charles Swann. El ama de llaves de Proust, Céleste Albarret, era el prototipo de la sabia criada campesina, Francoise. Proust negó que éstos, como sus otros personajes, hubieran sido toma­dos de la vida real, y sostenía que todos eran imaginarios; pero no hay casi duda de que estos retratos fueron dibujados, reto­cados y, posiblemente, alterados, sirviéndose de modelos vivos.

Elogiado por la exactitud de sus menores detalles, Proust se negaba a aceptar el cumplido. "Aun aquellos que quedaron impresionados favorablemente -escribía- me felicitarán por la exactitud "microscópica" con que (los detalles) los había mos­trado, cuando, por el contrario, yo había empleado un telesco­pio para revelar cosas que parecían ser tan pequeñas debido sólo a que se encontraban a gran distancia, y eran, en realidad, un mundo, cada una de ellas."

Sólo hay un personaje que no llega a convencer jamás: la joven Albertine, de la que el narrador está perdidamente ena­morado, defrauda al lector por la misma razón que defraudó a su creador. Aunque se pretendió que fuera un enigma, es tan sólo un sustituto sintético. Albertine es descrita como una les­biana típica que acepta los regalos de su amante, su protección y su casa, pero que le traiciona burlando su imperiosidad y engañándole a cada oportunidad que se le brinda. Si uno se imagina a la Albertine real como un homosexual y no como una lesbiana, el fracaso de Proust se comprende, si bien no se justifica del todo. "Está generalmente admitido que esa historia alude -escribe Charlotte Haldane-, en efecto, a un muchacho joven con el que el narrador pudo tener algún enlace sentimental." Como la mayor parte de los personajes de Proust son retratos combinados de varios personajes reales, es posible que hubiera más de un "Albert". Pero si recordamos que la imagi­naria Albertine murió en un accidente automovilístico, cobra gran relieve un ensayo que Proust escribió en 1919. Parte del ensayo se refiere a Agostinelli, chofer de Proust (después su secretario), y contiene esta nota aclaratoria: "No podía prever que siete u ocho años más tarde este joven me pediría que se le permitiese publicar uno de mis libros, y que aprendería a volar bajo el nombre de "Marcel Swann", con lo cual su amis­tad ideó combinar mi nombre de bautismo con el nombre de uno de mis personajes, y que a la edad de veintiséis años encon­traría la muerte en un accidente de aviación."

La obra Recuerdo de las cosas de antaño ha sido caracteriza­da como una novela que fue escrita para explicar por qué había sido escrita. En cierto sentido, esto es verdad, ya que a Proust le preocupó lo que había de ser tanto una confesión personal como una crítica social. El crítico tuvo que alabar al advenedizo; el snob hubo de convertirse en satírico. Proust comenzó su descomunal novela un año después de la muerte de su madre, cuando tenía treinta y cinco años, y trabajó en ella hasta el día de su muerte, acaecida diecisiete años más tar­de. Tardó siete años en acabar las primeras mil quinientas páginas. Ninguna revista quiso publicarla como folletín; por fin, Marcel pagó a un editor de poca importancia, y casi desconocido, para publicar la primera parte, El camino de Swann (1913), que apenas fue tenida en consideración por los críticos. Cinco años más tarde apareció la continuación A`lOmbre de Jeunes filles en Fleurs, que le ganaron el Premio Goncourt, y en los cuatro años siguientes vieron vida Le coté de Guermantes, Sodome et Gomorrhe, Le Prisionniere, Albertine Disparue, el Pasado recuperado.

La memoria subconsciente de Proust fue el medio que le dio la victoria sobre el tiempo destructor. Examinándose a sí mismo, se dio cuenta finalmente de la razón por la cual ya no le preocupaban las contradicciones, "indiferente a las vicisitudes del futuro".

Durante la producción de su gran obra, Proust se encerró en un aislamiento neurasténico. Dormía completamente vestido en Invierno, incluso en Verano se ponía jrsey y bufanda y, ya en la cama, agregaba medias, gorro de dormir y guantes.

En cierta ocasión, aventuró a salir de noche, pero a las pocas salidas debió recluirse en su inhóspita habitación. Vivía a base de analgésicos y falsos estimulantes, por lo que su situación empeoró rápidamente. A los 51 años, contrajo una pulmonía, forzándolo, su hermano Robert, médico, lo atendió pero no hizo caso de sus consejos. Por el contrario, sus últimas horas las pasó corrigiendo pruebas, porque quería corregir su descripción del escritor moribundo "ahora que me encuentro en el mismo predicamento."Solo dio término a estas correcciones, hasta que el lápiz se escurrió de su mano.Estaba muerto.

Era el 18 de noviembre de 1922.