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La
Médium
El ambiente de misterio la
había rodeado desde niña.
Su madre, al enviudar, solo heredó unas cuantas deudas de su
marido y una hija pequeña. Doña Elena había sido
educada para un destino preciso: el matrimonio, o lo que es lo mismo,
sabía cómo llevar una casa, pero no cómo ganarse
la vida.
En las reuniones sociales doña Elena gozaba de muchas simpatías
porque tenía una gran facilidad para tirar las cartas y leer
las líneas de la mano, y a ella le divertía hacerlo con
sus amigas.
Al enviudar, decidió probar su propia suerte con esas artes y
convertirse en pitonisa. Transformó la sala de recibo en su gabinete
de trabajo; tapó las ventanas con gruesas cortinas negras, pintó
las paredes de rojo obscuro, dibujando en ellas con pinturas doradas
los signos del zodíaco, ins-taló una iluminación
indirecta y agregó otros detalles, todos, destinados a crear
una atmósfera de misterio.
El siguiente paso fue pedir a sus amigas que le enviaran clientes.
En todas las sociedades hay cientos y miles de personas que quieren
conocer, por anticipado, lo que les depara el futuro. Es curioso saber
que los políticos son muy buenos clientes y que muchos programan
visitas mensuales a su augur favorito.
Doña Elena era metódica y este hábito la llevó
a confeccionar ficheros con las actividades presentes y pasadas de sus
clientes, que le servían de ayuda memoria antes de hacerlos pasar
a la consulta.
- No creas, hija, que esto es tan fácil.
- ¿ Y qué pasa si no aciertas, mamá?
- Sería malo, porque mermaría mi prestigio. Por lo menos,
tienes que acertar en parte de tus predicciones. Son los propios clientes
los que te hacen propaganda, si aciertas.
Con el tiempo, doña Elena volvió a tener su círculo
de amistades, pero, ahora, ella las escogía cuidadosamente para
organizar reuniones con gente que vivía de, para y por el mundo
de la magia.
La vieja casa se fue empapando de todo ese misterio, de una forma de
vida que no parecía terrenal y en la que hasta los crujidos de
las maderas se interpretaban como el paso de los duendes. En el patio
surgían fuegos fatuos, que se confundían con los ojos
de la media docena de gatos de doña Elena, que pasaba sus ratos
libres leyendo la increíblemente abundante literatura de la adivinación.
Ella misma ya estaba totalmente convencida de que no había ficción
ni superchería en sus predicciones.
En una de esas reuniones conoció a don Rafael, un espiritista
de mucho prestigio y fue él quien le propuso organizar una sesión
para probarla como médium. Doña Elena aceptó, entusiasmada.
El grupo lo formaban cinco personas.
Un joven de modales nerviosos, con tic de conejo, ya que respingaba
la nariz a cada instante: Quería un tratamiento para una hermana
enferma, declarada incurable por la ciencia médica.
A su lado, se sentaba, una mujer de cara muy pálida y profundas
ojeras, como las viejas heroínas del cine mudo; seguía,
un hombre gordo, de color cetrino, que parecía enfermo del hígado
y, por último, el espiritista que haría dormir a la médium;
alto y huesudo, con una cara alargada, que lucía un bigote ralo
y lacio cerrando una boca muy carnosa.
La médium
Pidió que apagaran
las luces, y dijo:
- Dejen sus mentes vacías y pongan su voluntad solo en llamar
al espír.
Se sentó frente a la viuda y mirándola fijamente en los
ojos, pronunció algunas palabras ininteligibles.
Pasados unos quince minutos pidió que encendieran las luces y
declaró que doña Elena no tenía condiciones para
médium.
La noticia le cayó a la pitonisa como un balde de agua fría;
había cifrado espe-ranzas en esa nueva veta para ganar dinero.
Y, entonces, se le ocurrió llamar a su hija, que nunca había
participado en estas reuniones. El espiritista la observó atentamente.
- El que tenga los ojos más separados de lo normal es importante,
muy importante.
Todo volvió a repetirse.
La muchacha se sentía nerviosa, pero, de inmediato, la voz grave
del hombre creaba un clima de tranquilidad. Los asistentes, al rato,
sintieron que algo especial flotaba en la semipenumbra de la habitación.
Lo último que recordó la muchacha fueron esos ojos acuosos
que la miraban fijamente, envolviéndola y sumiéndola en
una atmósfera diáfana, pura. Creyó que solo había
cerrado los ojos por breves momentos, pero se había dormido casi
una hora. Al despertarla y encender las luces, parpadeó rápido,
muy rápido, para ajustar su visión.
El grupo estaba profundamente conmovido.
Todos reflejaban una gran ansiedad, aunque trataban de aparentar tranquilidad;
en cambio, el hombre que la había hecho dormir estaba feliz,
radiante. Con extrema delicadeza le preguntó si se sentía
nerviosa, si se sentía extraña, si estaba cansada. Solo
entonces la invadió el cansancio y un irresistible deseo de dormir.
El espíritu que había venido de lejos era el de un médico
alemán, muerto hacía más de cincuenta años.
El hombre que la hizo dormir le mostró varios papeles escritos
en alemán y le dijo que ella había realizado un trabajo
espléndido. No lo pudo creer. Ella no hablaba alemán,
no sabía ni una palabra.
- Yo no he hecho eso; esa no es mi letra.
- No lo hizo Ud., niña; lo hizo el espíritu que la visitó.
Todos le aseguraron que ella había escrito esos papeles. Se miró
las manos y comprobó que tenía los dedos manchados de
tinta verde, del mismo color de la escritura.
El hombre que la había hecho dormir sí que sabía
alemán y se puso a traducir los mensajes, que describían
la enfermedad - un tumor pegado a la columna vertebral, lo que explicaba
que no se reflejara en las radiografías - y el tratamiento para
su cura.
No lo podía creer.
No era posible que ella, dormida, se pusiera a prescribir un tratamiento
para una enferma declarada incurable. No hablaba alemán, jamás
estudió Medicina ni siquiera había logrado el puntaje
para ingresar a la Universidad. ¡Solo ella sabía lo que
le había costado titularse de Decoradora! Sin embargo, todos
aseguraban que ella lo había hecho.
- No es tan fácil encontrar una médium tan buena como
usted, señorita -le dijo el espiritista-.
Todos estuvieron de acuerdo.
- Se posesionó muy fácilmente y manejó al espíritu
con soltura de veterana - continuó diciendo el espiritista -.
La médium
Doña Elena, propuso
organizar otra sesión.
- Estoy de acuerdo- dijo don Rafael. Puede ser la próxima semana
y trataremos de conectar con un espíritu diferente. Así
podríamos tener más indagaciones a nuestra disposición.
- Me siento muy cansada - dijo la médium.
- Es natural. Ahora, será bueno que vaya a descansar. Beba un
vaso de leche y trate de dormir.
No pudo hacerlo.
Se sentía embotada y un dolor cansado le recorría el cuerpo.
Entonces, una idea se posesionó de su mente: algo se había
roto en ella para dar paso a un fluido ultraterrestre que la dominaba
y le producía una lasitud que nunca antes había experimentado.
La muchacha, enamorada de un joven estudiante, había iniciado
una completa vida amorosa pocos meses antes y, ahora, el placer sexual
que la había encumbra-do hasta el éxtasis, se derrumbó.
Su amante fue el primero en notarlo.
- A ti te ocurre algo que no me agrada. Hacíamos el amor como
una pareja que se gusta y busca su placer. ¡Ya no es así!
Te noto distante, ya no participas como antes; te dejas estar, como
obligada.
- Es que estoy cansada.
- ¡No sigas con esas sesiones de espiritismo!
- No puedo, me reportan buen dinero.
Y terminaron rompiendo.
Ella no podía decirle que el orgasmo sexual que él le
había hecho descubrir y que le había proporcionado momentos
de tanto placer, era poca cosa si lo comparaba con el nuevo mundo en
que vivía: cada sesión la llevaba a universos diferentes,
inimaginables.
Los días señalados para descansar de las sesiones de espiritismo,
los dedicaba a ir a la piscina y durante horas y horas, quedarse flotando
en el agua, respirando acompasadamente para mantenerse en la superficie,
con los ojos cerrados y ajena a todo lo que sucedía en el mundo
circundante.
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