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C U E N T O S  y   E P I S O D I O S

A Victoria Benado R.

CUENTOS Y EPISODIOS

Jorge Orellana Mora

INTRODUCCION
LA DESPEDIDA
EL PADRE NO DESEADO
DUPLEX
EL MAYORDOMO
SORTILEGIO DE DOS PALABRAS*
EL CAPO
LA MILAGRERA
PAREJAS DISPAREJAS
DANIEL Y LOS PERROS
LOS DOS HERMANOS
LAURA
EL PERIODISTA

EL OJOS VERDES

EL ABUELO
TODO UN CASO
DURA LEX
EL CONVENTILLO
EL COMETA PELTIER
LA RAZÓN DEL VINO
DON ANSELMO
NôTRE DAME
DEFENSA PROPIA
EL AMÉN
LA HONRADEZ DE CÉSAR
EL HOMBRECITO DEL TRAJE NEGRO
RATERILLOS
HOMO SAPIENS

Cuentos y EpisodiosLa Médium

 

El ambiente de misterio la había rodeado desde niña.
Su madre, al enviudar, solo heredó unas cuantas deudas de su marido y una hija pequeña. Doña Elena había sido educada para un destino preciso: el matrimonio, o lo que es lo mismo, sabía cómo llevar una casa, pero no cómo ganarse la vida.
En las reuniones sociales doña Elena gozaba de muchas simpatías porque tenía una gran facilidad para tirar las cartas y leer las líneas de la mano, y a ella le divertía hacerlo con sus amigas.
Al enviudar, decidió probar su propia suerte con esas artes y convertirse en pitonisa. Transformó la sala de recibo en su gabinete de trabajo; tapó las ventanas con gruesas cortinas negras, pintó las paredes de rojo obscuro, dibujando en ellas con pinturas doradas los signos del zodíaco, ins-taló una iluminación indirecta y agregó otros detalles, todos, destinados a crear una atmósfera de misterio.
El siguiente paso fue pedir a sus amigas que le enviaran clientes.
En todas las sociedades hay cientos y miles de personas que quieren conocer, por anticipado, lo que les depara el futuro. Es curioso saber que los políticos son muy buenos clientes y que muchos programan visitas mensuales a su augur favorito.
Doña Elena era metódica y este hábito la llevó a confeccionar ficheros con las actividades presentes y pasadas de sus clientes, que le servían de ayuda memoria antes de hacerlos pasar a la consulta.
- No creas, hija, que esto es tan fácil.
- ¿ Y qué pasa si no aciertas, mamá?
- Sería malo, porque mermaría mi prestigio. Por lo menos, tienes que acertar en parte de tus predicciones. Son los propios clientes los que te hacen propaganda, si aciertas.
Con el tiempo, doña Elena volvió a tener su círculo de amistades, pero, ahora, ella las escogía cuidadosamente para organizar reuniones con gente que vivía de, para y por el mundo de la magia.
La vieja casa se fue empapando de todo ese misterio, de una forma de vida que no parecía terrenal y en la que hasta los crujidos de las maderas se interpretaban como el paso de los duendes. En el patio surgían fuegos fatuos, que se confundían con los ojos de la media docena de gatos de doña Elena, que pasaba sus ratos libres leyendo la increíblemente abundante literatura de la adivinación. Ella misma ya estaba totalmente convencida de que no había ficción ni superchería en sus predicciones.
En una de esas reuniones conoció a don Rafael, un espiritista de mucho prestigio y fue él quien le propuso organizar una sesión para probarla como médium. Doña Elena aceptó, entusiasmada.
El grupo lo formaban cinco personas.
Un joven de modales nerviosos, con tic de conejo, ya que respingaba la nariz a cada instante: Quería un tratamiento para una hermana enferma, declarada incurable por la ciencia médica.
A su lado, se sentaba, una mujer de cara muy pálida y profundas ojeras, como las viejas heroínas del cine mudo; seguía, un hombre gordo, de color cetrino, que parecía enfermo del hígado y, por último, el espiritista que haría dormir a la médium; alto y huesudo, con una cara alargada, que lucía un bigote ralo y lacio cerrando una boca muy carnosa.


La médium

Pidió que apagaran las luces, y dijo:
- Dejen sus mentes vacías y pongan su voluntad solo en llamar al espír.
Se sentó frente a la viuda y mirándola fijamente en los ojos, pronunció algunas palabras ininteligibles.
Pasados unos quince minutos pidió que encendieran las luces y
declaró que doña Elena no tenía condiciones para médium.
La noticia le cayó a la pitonisa como un balde de agua fría; había cifrado espe-ranzas en esa nueva veta para ganar dinero. Y, entonces, se le ocurrió llamar a su hija, que nunca había participado en estas reuniones. El espiritista la observó atentamente.
- El que tenga los ojos más separados de lo normal es importante, muy importante.
Todo volvió a repetirse.
La muchacha se sentía nerviosa, pero, de inmediato, la voz grave del hombre creaba un clima de tranquilidad. Los asistentes, al rato, sintieron que algo especial flotaba en la semipenumbra de la habitación. Lo último que recordó la muchacha fueron esos ojos acuosos que la miraban fijamente, envolviéndola y sumiéndola en una atmósfera diáfana, pura. Creyó que solo había cerrado los ojos por breves momentos, pero se había dormido casi una hora. Al despertarla y encender las luces, parpadeó rápido, muy rápido, para ajustar su visión.
El grupo estaba profundamente conmovido.
Todos reflejaban una gran ansiedad, aunque trataban de aparentar tranquilidad; en cambio, el hombre que la había hecho dormir estaba feliz, radiante. Con extrema delicadeza le preguntó si se sentía nerviosa, si se sentía extraña, si estaba cansada. Solo entonces la invadió el cansancio y un irresistible deseo de dormir.
El espíritu que había venido de lejos era el de un médico alemán, muerto hacía más de cincuenta años. El hombre que la hizo dormir le mostró varios papeles escritos en alemán y le dijo que ella había realizado un trabajo espléndido. No lo pudo creer. Ella no hablaba alemán, no sabía ni una palabra.
- Yo no he hecho eso; esa no es mi letra.
- No lo hizo Ud., niña; lo hizo el espíritu que la visitó.
Todos le aseguraron que ella había escrito esos papeles. Se miró las manos y comprobó que tenía los dedos manchados de tinta verde, del mismo color de la escritura.
El hombre que la había hecho dormir sí que sabía alemán y se puso a traducir los mensajes, que describían la enfermedad - un tumor pegado a la columna vertebral, lo que explicaba que no se reflejara en las radiografías - y el tratamiento para su cura.
No lo podía creer.
No era posible que ella, dormida, se pusiera a prescribir un tratamiento para una enferma declarada incurable. No hablaba alemán, jamás estudió Medicina ni siquiera había logrado el puntaje para ingresar a la Universidad. ¡Solo ella sabía lo que le había costado titularse de Decoradora! Sin embargo, todos aseguraban que ella lo había hecho.
- No es tan fácil encontrar una médium tan buena como usted, señorita -le dijo el espiritista-.
Todos estuvieron de acuerdo.
- Se posesionó muy fácilmente y manejó al espíritu con soltura de veterana - continuó diciendo el espiritista -.

La médium

Doña Elena, propuso organizar otra sesión.
- Estoy de acuerdo- dijo don Rafael. Puede ser la próxima semana y trataremos de conectar con un espíritu diferente. Así podríamos tener más indagaciones a nuestra disposición.
- Me siento muy cansada - dijo la médium.
- Es natural. Ahora, será bueno que vaya a descansar. Beba un vaso de leche y trate de dormir.
No pudo hacerlo.
Se sentía embotada y un dolor cansado le recorría el cuerpo. Entonces, una idea se posesionó de su mente: algo se había roto en ella para dar paso a un fluido ultraterrestre que la dominaba y le producía una lasitud que nunca antes había experimentado.
La muchacha, enamorada de un joven estudiante, había iniciado una completa vida amorosa pocos meses antes y, ahora, el placer sexual que la había encumbra-do hasta el éxtasis, se derrumbó.
Su amante fue el primero en notarlo.
- A ti te ocurre algo que no me agrada. Hacíamos el amor como una pareja que se gusta y busca su placer. ¡Ya no es así! Te noto distante, ya no participas como antes; te dejas estar, como obligada.
- Es que estoy cansada.
- ¡No sigas con esas sesiones de espiritismo!
- No puedo, me reportan buen dinero.
Y terminaron rompiendo.
Ella no podía decirle que el orgasmo sexual que él le había hecho descubrir y que le había proporcionado momentos de tanto placer, era poca cosa si lo comparaba con el nuevo mundo en que vivía: cada sesión la llevaba a universos diferentes, inimaginables.
Los días señalados para descansar de las sesiones de espiritismo, los dedicaba a ir a la piscina y durante horas y horas, quedarse flotando en el agua, respirando acompasadamente para mantenerse en la superficie, con los ojos cerrados y ajena a todo lo que sucedía en el mundo circundante.