LECTURAS Y DATOS INTERESANTES |
C U E N T O S y E P I S O D I O S
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PAREJAS DISPAREJAS Nos
reuníamos los sábados y jugábamos unas mesas de billar hasta que se
completaba el grupo; luego, pasábamos a la mesa. Ése sábado llegué
cuando todos estaban en su sitio. -
Tarde, Juan, vienes tarde - dijo Alejandro. -
Hubo más discursos de lo que se suponía - les informé. Es que ante
el muerto todos pretenden haber sido el más amigo de quien ya no puede
desmentirlos. -
Una actitud muy cínica, ¿no te crees? - comentó Julio. -
Al parecer nunca hay un muerto malo - terció Basilio. -
Si he de decir la verdad, quien me causó mucha pena fue doña Rossina. -
¿Era
su segundo marido? - preguntó Carlos. -
El tercero. Lo curioso es que ninguno de los maridos pasó del quinquenio. -
¿Y
cómo es que eres amigo de una señora tan mayor? Nunca nos lo has contado
- dijo Alejandro. -
La conocí hace ya muchos años, más de veinte; yo le hacía la ronda
a Rosa, su hija, pero ésta nunca me dio boleto. -
¿No
me dirás que retrocediste en el tiempo? - preguntó Julio. -
Vamos, hombre, no seas mal pensado. ¡Fíjate
en la distancia que hay entre una hija y su madre! Aunque doña Rossina
era una mujer hermosa, llena de fuerza y seducción. ¡Debió
ser una auténtica belleza en su juventud! -
No divagues, Juan. Cuenta. -
Todos Uds. saben que estuve unos años en Buenos Aires. Un día recibí
un llamado de doña Rossina, que también se había ido a vivir allí,
desde la muerte de su primer marido. Me invitaba a tomar el té y me dijo que
le gustaría conocer mi opinión sobre una situación que se le había
presentado. Fui a su casa bastante intrigado, porque yo era un joven
de 23 años y no se me ocurría cómo podría aconsejar a una señora que
ya había pasado largamente la raya de los cuarenta. Doña
Rossina es mujer de modales muy finos y sabe atender a sus invi-tados.
Disfruté de un té magnífico con masitas, como llaman los argentinos
a las galletas y pasteles de acompañamiento. En
el momento en que me disponía a encender un cigarrillo, me dijo: -
Juan, creo que estaremos más cómodos en la sala. Yo
la seguí y me sentía cada vez más intrigado tratando de imaginarme
cuál sería el problema que tenía. -
Le dije por teléfono, Juan, que quería conocer su opinión sobre algo
que me está sucediendo. Pese a que Ud. es un muchacho muy joven, tengo
mucha confianza en su criterio por la forma en que le he visto resolver
sus problemas. Pero, para que me dé una opinión fundamentada, creo
que debo darle algunos antecedentes. Y
me contó la siguiente historia: Parejas disparejas -
Yo tenía casi diecisiete años y dos pretendientes, uno, estudiante
de medicina y el otro de ingeniería; ambos decían estar enamorados
de mí, aunque yo solo me sentía atraída por el de medicina, que no
tenía más méritos que ser un magnífico estudiante y, por tanto, promesa
de una brillante profesión. Esto no pareció suficiente a mis padres.
¡Un
simple estudiante de medicina, no era lo que ellos deseaban para su
hija única! Se sintieron alarmados cuando comprobaron que yo estaba
locamente enamorada de Manuel y utilizaron el recurso favorito de
las familias adineradas para espantar a los amores no deseados: un
viaje a Europa. Viajamos
incansablemente y conocí todo lo que está en las rutas turísticas,
y algo más. Por fin, a los dos años, emprendimos el viaje de regreso,
pero lo hicimos vía Nueva York, donde vivía un tío paterno, que me
ofreció una cadena de festejos. En
una de esas fiestas conocí a un hombre de gran simpatía y, como me
enteré mucho después, de una muy considerable fortuna. Durante meses
me cercó, llenándome de regalos y atenciones y, en su momento, me
propuso matrimonio. Mis padres presionaron para que aceptara su proposición.
Yo era muy joven y la vida que él me había mostrado me resultaba muy
grata. Finalmente, acepté el casorio; de esa unión nació Rosa, a la
que Ud., Juan, pretendió en su tiempo. Sin embargo, debo decirle que
no formábamos una pareja feliz, aunque mi marido sí que se sentía
en el cielo; en casi cinco años no alcanzamos a tener esos momentos
agrios que enturbian las relaciones de hombre-mujer, porque, repentinamente,
sufrió un infarto, y murió. Regresé a casa con una hija y convertida
en una mujer de gran fortuna. Yo tenía el secreto anhelo de encontrar
a Manuel, al que nunca había olvidado; pero, éste, en el momento de
enterarse de mi matrimonio, casó precipitadamente con una compañera
de profesión. Una
amiga, sabedora de la situación, nos reunió en una fiesta, y se reencendieron
nuestros antiguos sentimientos. Pero como yo no aceptaba ser la amante
de nadie, Manuel propuso el divorcio a su mujer, católica ferviente,
que se negó en rotundo. -
¿Por
eso se vino a vivir aquí, doña Rossina? -
Sí, Juan, esa fue la razón. Ya está Ud. informado de lo principal
de mi vida y le pido que sea mi consejero en lo que ahora le contaré.
He recibido un telegrama de mi viejo amor, comunicándome que está
libre, porque su esposa ha fallecido hace unas semanas. Me dice que
ha reflexionado mucho sobre la posibilidad de construir, en nuestra
madurez, la felicidad que soñamos cuando éramos jóvenes, y me pide
que nos casemos. Este es el problema. ¿Qué
piensa Ud., Juan? Reflexioné
unos momentos y me dije que una forma de felicidad es vivirla en el
momento en que se nos la ofrece, y no dejarla pasar. -
Doña Rossina - le dije -, si Ud. todavía siente amor por él, ésta
es la ocasión para demostrárselo. ¡Eso es lo que él hace con su proposición! ¡Así
me parece a mí! -
¿Y
te hizo caso, Juan? - preguntó Alejandro. -
Cuatro años duró ese matrimonio y me consta que fueron muy felices.
Pero el quinquenio parece fatídico para ella: el médico murió. -
¿Y
de ese entierro vienes?
- Dijo que se
había casado tres veces - comentó Julio -y éste es solo el segundo
marido. -
Así es, doña Rossina ha tenido tres maridos. Muerto el médico, el
otro estudiante que la había pretendido, ahora ingeniero de mucho
prestigio y también viudo, le propuso matrimonio, aburrido de su vida
solitaria. -
¿También
lo aceptó, Juan? - preguntó Carlos.
Parejas disparejas -
Sí. Esperó a que se cumpliera el plazo del luto y doña Rossina aceptó
que fuera su tercer marido. Tampoco alcanzó a durarle cinco años.
¡De
enterrarlo vengo! Entonces,
intervino Alejandro. -
Yo conozco el caso de una mujer - dijo - que también ha tenido tres
maridos; solo que no los enterraba: se divorciaba de ellos. -
Aquí no hay divorcio. -
Cambia la palabra y el efecto es el mismo, los anulaba. Y sus tres
hijos son amigos míos: Morales Garza, Fuentealba Garza y Ramírez Garza. -
Yo también puedo contarles un caso curioso y creo que es mejor que
los de Uds. - intervino Basilio -. -
Cuenta, entonces, Basilio. - Don Esteban tuvo
doce hijos con su mujer y al enviudar le pare-ció que lo mejor era
seguir la saga y casó con una cuñada a la que le fabricó trece hijos.
¡Por
ahí andan 25 Brieba Alarcón, con apellidos iguales, pero la mitad
de ellos son solo medios hermanos! -
Es raro ese caso - comentó Julio -, pero lo curioso es que el apellido
Alarcón me recuerda a un paisano que casó y enviudó, consecutivamente,
de tres hermanas Manzano. En el pueblo lo apodaron el Pulgón, que
es el bicho que mata a esos árboles. -
Bueno - dijo Dionisio, que había permanecido silencioso todo el tiempo
- lo que Uds. cuentan son casos que han sucedodo en tiempos de paz.
¡Los
países con revoluciones dan mucho material con los perseguidos y los refugiados en embajadas o los que
han vivido en prisiones! -
Es verdad - dijo Juan - con las alteraciones políticas violentas se
producen muchos cambiazos. Conozco amigos que han trocado de pareja
entre ellos mismos y que se tratan con naturalidad en sus reuniones,
por eso que se denomina comportarse civilizadamente. -
Aunque hay sorpresas - comentó Dioniso. -
Cuenta, cuenta, Dionisio; no te lo guardes. -
Es el caso de un amigo mío, que se separó de su mujer y se fue a vivir
a París con una beca de doctorado. Allá conoció una chica que le hizo
renacer la fe en el amor. Lo tenía todo: belleza, inteligencia, buen
carácter y que, además, aceptó ser su amante porque mi amigo seguía
legalmente casado, y la causa les urgía. Aunque, hoy por hoy, tener
o no papeles firmados, no es algo que tenga importancia social o moral. La
muchacha le había contado que su padre, un hombre ya mayor, se había
enredado con una mujer muy joven, apenas un año más que ella. Y poco más supo de su presunto suegro. Mi
amigo finalizó su doctorado y, por tanto, su beca. La
pareja regresó al país. El
padre fue a recibirlos al aeropuerto, se mostró feliz con la llegada
de su hija y satisfecho de la apostura y prestancia de su supuesto
yerno; disculpó a su compañera por no haber venido con él a recibirlos,
pero dijo que esa misma
noche todos comería en su casa. Mi
amigo y su pareja se fueron al hotel a ducharse, cambiar de vestimenta
y a prepararse para asistir a la comida. Llegaron
puntualmente. Y cuando su
presunto suegro llamó a su compañera para ha-cer las presentaciones,
mi amigo se quedó de una pieza:
¡la
amante de su supuesto suegro era su ex-mujer! |