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C U E N T O S  y   E P I S O D I O S

A Victoria Benado R.

CUENTOS Y EPISODIOS

Jorge Orellana Mora

INTRODUCCION
LA DESPEDIDA
EL PADRE NO DESEADO
DUPLEX
EL MAYORDOMO
SORTILEGIO DE DOS PALABRAS*
EL CAPO
LA MILAGRERA
PAREJAS DISPAREJAS
DANIEL Y LOS PERROS
LOS DOS HERMANOS
LAURA
EL PERIODISTA

EL OJOS VERDES

EL ABUELO
TODO UN CASO
DURA LEX
EL CONVENTILLO
EL COMETA PELTIER
LA RAZÓN DEL VINO
DON ANSELMO
NôTRE DAME
DEFENSA PROPIA
EL AMÉN
LA HONRADEZ DE CÉSAR
EL HOMBRECITO DEL TRAJE NEGRO
RATERILLOS
HOMO SAPIENS

Cuentos y EpisodiosLA RAZÓN DEL VINO

Las tierras del abuelo, situadas en los faldeos cordillera-nos, no eran generosas en sus rindes y los desniveles obligaban a grandes esfuerzos en los trabajos de prepararla para la siembra. Junto a las casas, las viñas abarcaban poco más de tres hectáreas, lindantes con un bosquecillo de fieros espinos, chatos y ralos, detrás del cual se extendían unos terrenos de pasto duro y seco, del que se alimentaban ovejas y cabras; más allá, unas lomas trigueras y una quebrada por cuyo fondo corría un arroyo que regaba, en el bajo, unos potreros de pasto verde para caballares y vacunos. ¡Tierra inhóspita que cobraba caro el salario de ali-mentar y dejar vivir, pero nada más!
Todos los años pasaba mis vacaciones en estos lugares. Ese verano, muerto el abuelo, debía hacer una visita de cortesía a don Esteban Navarro, su vecino; me acompañaría Segundo, hijo de nuestro mayordomo.
La primera vez que vine a estas tierras, le pedí a Segundo que ensillara mi caballo. Me dijo:
- El jinete debe ensillar su animal, ¿es que no sabe ensillar?
- No con éste tipo de montura - contesté.
- ¿Y qué le enseñan en la escuela, entonces?
No había ningún dejo de ironía en su pregunta.
- Muchas cosas: matemáticas, geometría, biología, inglés.
Guardó silencio. Seguramente, nunca había oído esas palabras.
Y se dispuso a la tarea de ensillarme el caballo.
Primero colocó un saco pelero, luego el abatanado y la montura, y encima un pellón de oveja cruzado por la cincha. Era muy hábil. Metió el hombro por debajo del pescuezo del animal y dándole unas palmadas en el antepecho, lo hizo retroceder.
- Este pingo es un diablo - comentó -, se hincha para que no le apriete la cincha; por eso lo hago moverse, ¿se fijó?
- No, Segundo, no me di cuenta.
Montamos para iniciar nuestro camino. Llegamos hasta los lindes de las tierras del abuelo para enfilar rumbo hacia las casas de los Navarro. Poco antes de llegar, el muchacho me comentó:
- ¡Es bien raro el caballero éste!
Esteban Navarro era un hombre alto, de cuerpo grueso y pesado; me pareció que su cabeza era demasiado pequeña para armonizar con su corpulencia. Su rostro era desa-gradable, la boca casi una línea y los ojillos escondidos tras una tupidas cejas, parecían estar al acecho de algo.
Hablaba a gritos, tratando de imponer autoridad.
- ¡Así que Ud. es el nieto de don Manuel! - exclamó.
- Sí, don Esteban,- dije, alargándole la mano, y agregué-, Mucho gusto.
- ¡A ver! - Traigan vino para festejar a la visita.
- Si no es molestia, don Esteban, preferiría chicha.

La razón del vino

- Dicen que la chicha refresca el hígado - comentó. Yo prefiero el vino; es más trago. ¡Que sea chicha! - ordenó.
Un hombre joven y silencioso trajo una jarra de chicha y otra de vino tinto. Don Esteban se sirvió vino. Alzó la copa para mirarlo al trasluz, lo pasó bajo sus narices olfateando el olor del orujo.
En el campo todo el mundo dice que en el ollejo de la uva el sol templa el sabor de los mostos.
- ¡A la salud de los ausentes! - brindó.
Bebió un largo sorbo, abriendo las mandíbulas y ahuecando la lengua para que el vino bañara toda la cavidad bucal. Lo saboreó antes de dejarlo deslizarse por la garganta; al final, chasqueó la lengua y se restregó los labios con el dorso de su mano izquierda.
Ese día, Navarro había regresado más temprano que de costum-bre, y con hambre. De la alacena sacó media tortilla de rescoldo, queso de chanco y vino. Se sentó a comer y a beber.
El vino le dejaba en la boca rastros de tanino, lo que aumenta-ba su sed y lo obligaba a beber largos tragos. Tenía la jarra a mano para rellenar el potrillo, un vaso ancho, de color verde, y en el silencio reinante oí el sonido cantarino del líquido al caer. Algunas gotas salpicaron la mesa y el hombre las escurrió, con sus dedos gordos, como si quisiera incrustarlas en la madera.
Luego de beber, lanzó al aire un suspiro, que lo mismo podía ser una queja, y se sumió en una total inmovilidad. Uno podía suponer que su estatismo se debía a que algo muy doloroso le calaba el alma y que su espíritu estaba aplastado por una profunda angustia.
En el momento de nuestra llegada, llevaba varias horas bebiendo; por eso, tal vez, no hizo esfuerzo alguno por entablar una conversación, y solo dijo en una oportunidad:
- ¡Sírvase más, joven! No sea corto de genio.
Al despedirnos, me estrechó la mano con fuerza mirándome a los ojos, larga-mente, sin decir nada.
- Cuando agarra trago, no lo deja en varios días - me dijo Segundo. Pasaron varios años, de esos años a los que llamamos monótonos, porque parece que no ha sucedido nada. Sin embargo, durante ese lapso yo había terminado mis estudios del colegio y ahora cursaba tercer año de Derecho en la Universi-dad.
Pero, todo cambió bruscamente.
Mi padre murió en un accidente automovilístico. Yo era el hijo mayor y estaba obligado a cuidar de mi madre y de mis hermanos menores; además, debía terminar mi carrera.
En consejo de familia, se decidió que había que vender las tierras del abuelo para contar con un dinero que financiara nuestras vidas hasta que yo finalizara mi carrera; pero queríamos vender a quien mantuvie-ra en su trabajo a Pedro, nuestro fiel administra-dor.
Esta condición que dificultaba la venta; pero, finalmente, encontré un comprador.
Viajé al campo. Pedro, que no puso trabas, solo dijo:
- Ojalá sea un hombre bueno, como Ud. dice. ¡Aunque nunca se sabe, verdaderamente, cómo son las personas !
- Pedro, le aseguro que es un buen sujeto.
- Si Ud. lo dice, yo le creo. Pero, mire lo que pasó con don Esteban Navarro, ¡que parecía tan hombre!

La razón del vino

- ¿Navarro, el vecino borracho? - pregunté, evocando aquella silueta de gigante, de la que casi me había olvidado, ¿qué pasó con Navarro?
- Güeno, que el Toño se acriminó con él.
- ¿Y cuándo sucedió eso, Pedro?
- Ya van para cinco años ...
- ¿ Y cómo fue?
- Es una historia larga y se cuenta según se mire - dijo en tono despectivo.
Y agregó:
- El Segundo la sabe bien.
Segundo se había transformado en un mocetón, que se mantenía soltero.
- El jutre era un mariposón - me dijo, derechamente.
- ¡No es posible! ¡Ese tremendo hombronazo!
- Bueno, era lunático y le daba a los dos lados. Debido a eso, el Toño se lo cargó.
Me vino al recuerdo aquélla lejana tarde.
Reviví la escena en todos sus detalles. La forma en la que el hombre bebía, su inmovilidad. Recordé haber pensado, entonces, que me pareció que algo muy angustioso atenazaba su espíritu, y le obligaba a beber.
- ¿Toño era el que me sirvió la chicha?
- Seguro, desde que volvió de las minas trabajaba para don Esteban.
- ¿Y Toño también era maricón?
- No, patrón, no - se apresuró a decir Segundo. ¡Dése cuenta de que él era el entrante! ¡El jutre era el mariposón!
Entonces me enteré de que en el campo la homosexualidad solo marca, desde-ñosamente, al que desempeña el rol de mujer; por el contrario, el otro actor, acrecienta su reputación de virilidad. Así lo entendía Segundo.
Me propuse averiguar detalles del crimen, de su desarrollo.
Fui al Juzgado y con el pretexto de ser Licenciado en Derecho, pedí autorización para revisar los legajos y compararlos con las versiones de los campesinos.
Esta es la historia registrada en el juzgado:
Esteban Navarro, cada cierto tiempo, bebía durante varios días, como un deses-perado, hasta que ya no podía controlar el deseo de ser poseído sexualmente.
En el interrogatorio, Toño había declarado:
- ... tomaba y tomaba hasta que se le pasaba la sopaipilla. A mí me daba licor juerte, que me calentaba la sangre.
Un día me preguntó cómo se arreglaba la cosa en la mina si no permitían la presencia de mujeres.
- ¡Aguantándose! - le contesté.
Y entonces me preguntó si lo hacíamos entre hombres.
Le dije que sí, pero sólo cuando apuraba la causa. Ahí jué cuando me lo pidió; yo estaba con muchos tragos encima.
Al día siguiente me mandó al pueblo a entregar una carretada de trigo.Desde entonces, cada vez que se emborrachaba y pasaba eso, al día me mandaba al pueblo con algún encargue - terminó declarando Toño.
La última vez, ya iba para cinco años, a mitad de camino, Toño se dio cuenta de que había olvidado la papeleta de tránsito y tuvo que regresar al fundo para recogerla.
La razón del vino

Al entrar en su rancho, sorprendió a don Esteban haciéndole el amor a la Rosa, su mujer.
El asombro lo paralogizó unos instantess, no obstante, pero al momento supo lo que tenía que hacer. Sin embargo, al coger la echona algo cayó al suelo alertando a la Rosa, que lanzó un alarido de terror.
Pero ya Toño clavaba una y otra vez la filosa herramienta en la espalda de don Esteban hasta causarle la muerte. El cuerpo del hombre protegió a Rosa, que estaba desnuda y no sufrió daño alguno.
Así fue como Toño se enteró de que, evaporado el efecto del alcohol, después de cada noche de mariposón, don Esteban, queriendo sentirse macho, lo convertía a él en cornudo.