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El
cometa Peltier
La
tempestad empujada por un viento huracanado siguió su marcha
hacia el sur, dejando la ciudad a obscuras; las aceras se transformaron
en trampas y, en los cruces de calles, se formaron pequeños arroyos.
Había cesado la lluvia torrencial, aunque seguía cayendo
una fina llovizna.
La hermosa capital provinciana, a obscuras y sumida en un silencio que
crispaba los nervios, parecía una ciudad abandonada. Incluso
el barrio de los noctámbulos estaba silencioso, los pocos clientes
se habían marchardo. Así sucedió, también,
con tres estudiantes.
- ¡Qué noche de perros! - dijo Arturo, el más alto
de ellos.
- ¡Parece una noche de brujas! - replicó un muchacho regordete
-con cierta ironía en la voz.
El tercero fue más explícito.
- No es noche ni de perros ni de brujas, pero es una muy especial: ¡sucede
solo una vez cada 75 años!
- ¿Qué dices? - preguntó el joven regordete.
- Esta noche, se acercará a la tierra el Cometa Peltier y pasará
sobre nuestras cabezas. Yo quiero verlo porque ya no estaré vivo
para su próxima visita.
- Yo me voy a casa - dijo el joven más alto.
-¡Hombre, no seas así! - exclamó el gordiflón.
Acordamos seguirla hasta las cuatro, y recién son las dos.
- Jaime, podemos quedarnos conversando aquí, hasta que llegue
la hora.
- No, Gordo - dijo el interesado en el cometa. Es mejor que vayamos
al cerro y subamos hasta el Mirador. Desde lo alto veremos completa
su trayectoria.
Convencieron al joven indeciso y se encaminaron hacia el cerro, que
estaba al otro lado de la ciudad.
La obscuridad se asocia con lo desconocido. El hombre, en medio de la
obscuridad, enciende su miedo para que lo acompañe. Los jóvenes
iban caminando en silencio. El Gordo sentía la necesidad imperiosa
de hablar para que no notaran su estaba nervioso.
- Esta obscuridad - empezó diciendo - me recuerda la apuesta
que le hicimos el año pasado al fanfarrón de Cabero. Bebíamos
unas cervezas y nos pusimos a hablar de fuegos fatuos, de apariciones
y de todo eso. Cabero afirmó que eran cuentos para niños.
- Escuchen - dijo -, cuando yo tengo un problema serio, me voy al cementerio
a meditar sentado en la tumba de mis familiares. Incluso, he ido de
noche.
Lo llenamos de tantas pullas ante tamaña declaración,
que él mismo nos propuso ir al cementerio en es momento.
Así lo hicimos.
Cabero parecía tranquilo cuando trepó por las molduras
de la reja y saltó al interior. Pasaron dos o tres minutos y,
de pronto, por el crujir de la gramillas comprendimos porque alguien
corría hacia donde estábamos aguardando.
Era Cabero. Trató de trepar la reja, pero, sin fuerzas, rodó
desmayado por el suelo.
En ese momento, oímos una voz que nos sobrecogió:
- ¿Quiénes son Uds.? - preguntó.
Vio a Cabero, en el suelo, desvanecido, y encendió su linterna
para alumbrar el cuerpo que yacía a sus pies.
- ¿Qué hace este joven, aquí?
El cometa Peltier
Tomó a Cabero
por los hombros y lo volvió para observarlo mejor. Los ojos de
Cabero estaban llenos de miedo. Ni siquiera nos reconoció.
- ¿Dónde estoy? - gimió, débilmente.
- En el cementerio. ¿Qué te ha pasado?
- Allí - y le temblaba la voz y la mano indicadora - hay un fantasma.
¡Quiero salir de aquí! - gritó, desesperado.
- ¿Qué han venido a hacer al cementerio a medianoche?
- preguntó el guarda. Le contamos lo de la apuesta.
Con la cara llena de risa, se dirigió a Cabero:
- Es cierto que hay un fantasma, pero es un esqueleto que instalo todas
las noches, antes de irme a dormir. Tiene un mecanismo que lo hace moverse
todo el tiempo, como si bailara. Es para espantar a los profanado-res
de tumbas. ¿Quieren verlo?
Era un monigote de cartón muy bien hecho y montado sobre finos
hilos de nylon; la cuenca de los ojos estaban rellenos de material fosforescente,
que emitía reflejos al menor movimiento.
Fue una lección para Cabero. ¡Ya no es tan fanfarrón!
Caminaban por el Parque de Flores, ya en la subida del cerro.
Entonces habló Arturo.
- Yo soy nervioso y eso me molesta, pero no lo puedo evitar ni dominar;
por eso soy miedoso y si el miedo se apodera de mí, soy otra
persona, ¿comprenden?
- Bueno, Arturo, no tienes que dar explicaciones.
- Siento miedo desde que era niño. Eso se lo debo a María,
mi niñera, que era ignorante y supersticiosa. Siempre me amenazaba
con el Diablo, si yo no quería comer la sopa. Tendría
yo unos cinco años la primera vez que me sentaron a la mesa con
los mayores. Un día, mi padre no quiso tomar la sopa que le sirvieron,
y yo le dije:
- ¡Papá, tómate la sopa si no quieres que venga
el Diablo y te lleve!
- Niño, ¿qué tontería has dicho? ¿Qué
es eso del Diablo?
- María dice que el Diablo se lleva a los que no toman sopa.
- Mira, hijo, ¡no existe el Diablo! ¿Está claro?
- Si, papá - dije yo, muy contento.
- Y Ud. hable con María y dígale que le prohíbo
que asuste a este niño con tamañas barbaridades - le dijo
a mi madre.
Yo decidí burlarme de María.
Me subía al alféizar, por las noches, gritando:
- ¡Ven, Diablo, que te espero, ven si te atreves!
A la tercera noche, en medio de mis desafíos, abajo en el patio,
surgió una figura fantasmal, diciendo:
- ¡Soy el Diablo y te llevaré porque eres malo!
Me desmayé y caí rodando por el techo hasta las canaletas
de desagüe; de ahí me rescató María. Yo lloraba
sin consuelo, pese a que María me aseguraba que no había
visto al Diablo, que solo había sido ella misma oculta en una
sábana blanca.
Desde entonces, el miedo no me ha abandonado jamás y de nada
me han valido mis esfuerzos para dominarlo; por eso les he acompañado
esta noche y estoy aquí para probarme una vez más.
- Hombre, si estás aquí con nosotros - dijo el Gordo -
es que no eres miedoso.
El cometa Peltier
- Soy miedoso, lo
que pasa es que no soy cobarde.
- Eso es verdad - dijo Jaime. El miedo es algo individual y transitorio;
la cobardía es permanente.
- Buena frase -dijo el gordo, irónico.
- Las niñeras y las madre - dijo Jaime - nos incuban el miedo
desde niños. A mí, mi Nana me contó una historia
que parece muy simple, pero si te acuerdas de ella, de noche y en lugar
obscuro, no dejas de sentir un cierto escalofrío en el cuerpo.
- ¿Y cómo es tu historia? - preguntó el Gordo.
- Es, más o menos, así.
<En un noche de invierno, un borracho regresaba a su hogar. Caminaba
con dificultad, con pasos zigzagueantes e inseguros. Repentinamente,
escuchó el llanto de una criatura. Se detuvo, balanceando el
cuerpo para equilibrarse y sonrió pensando que estaba tan borracho
que hasta oía voces. Iba a seguir su camino, pero de nuevo escuchó
el llanto. <Vaya - pensó - parece que es cierto>. Miró
hacia la otra acera, escudri-ñan-do, y al oír otra vez
el llanto cruzó la calzada.
En el umbral de una casa había un envoltorio de papeles de periódicos.
Extreman-do sus precaucio-nes, dobló su cuerpo para coger el
bulto; abrió el paquete y, a la luz del farol callejero, vio
que el bulto era un recién nacido. El borracho se sintió
inundado de ternura y sus ojos se llenaron de lágrimas. <¿Quién
podría ser tan infeliz como para abandonar en la calle a un recién
nacido?>
La criatura, al ver al borracho, le sonrió, e-ntreabriendo su
boca pequeñita, pero a medida que su sonrisa se ensancha-ba,
la boca se hacía más y más grande. ¡Y, entonces,
el borracho pudo ver que la boca tenía unos dientes enormes!
El Diablo, gritó, despavorido; dejó caer el envoltorio
y emprendió veloz huida para alejarse del lugar.
La carrera del borracho alertó a un vigilante nocturno y en el
momento en que éste pasaba a su lado lo agarró de un brazo,
deteniéndo-lo bruscamente.
- ¿Qué le pasa a Ud., por qué corre así?
Al borracho, el susto, le había espantado la curda. La presencia
del policía le devolvió el alma al cuerpo y, todavía,
acezando, le contó lo que acababa de sucederle.
- Yo iba a mi casa, muy borracho. Oí el llanto de una criatura;
pensé que era producto de mi mona, pero el llanto venía
de un bulto de la acera de enfrente; crucé la calle y lo abrí.
Había un recién nacido que solo lloraba y lloraba.
- ¿ Y ver un recién nacido le ha hecho correr como si
lo fuera persiguiendo el Diablo?
- Es que sucedió al horrible.
- ¿Qué fue lo que sucedió?
- No me creerá si se lo digo.
- ¡Déjese de niñerías! ¡Dígame,
qué pasó?
- Al verme, el recién nacido, sonrió ...
- ¿Y eso fue capaz de asustarlo?
- No, fue que al sonreírme, su boca se iba haciendo enorme...
¡y la tenía llena de unos dientes, así de grandes!
Y para indicarle el tamaño, recogió los tres los dedos
centrales de su mano derecha, dejando enhiestos solo el pulgar y el
meñique, es decir, un palmo.
El cometa Peltier
- ¿Dice que
era un recién nacido y que tenía la boca llena de grandes
dientes?
- ¡Tenía unos dientes enormes!
- ¿Serían cómo los míos? - le preguntó
el vigilante sonriendo y abriendo su boca, poco a poco.
¡Y, entonces, el borracho vio que el policía tenía
unos dientes descomunales!>
Bueno, ese es el cuento de mi niñera - terminó diciendo
Enrique
- ¡Un cuento tremendo, especial para mi miedo!
- Sí, es bueno. Su inesperado final, produce escalofríos
- dijo el Gordo.
- Ya dije al comienzo que parece un cuento simple, pero si uno se acuerda
de esta historia caminando por una calle arbolada y solitaria, en una
noche obscura, se tiene una sensación muy parecida al miedo.
Los jóvenes se frotaron la manos, como si sintieran escalofríos,
pese a que ya había dejado de soplar el viento helado anunciador
de las tormentas. Ninguno anunció en voz alta el propósito
de regresar a sus casas, pero en un tácito acuerdo, a modo de
despedida, se dieron un apretón de manos.
En ese momento, se encendieron las luces de la calle y la ciudad recobró
su aspecto habitual. Ya no había nada amenazante, pero los muchachos,
maquinalmente, se fueron caminando por el medio de la calzada.
Tampoco, ninguno miró hacia cielo, ya completa-mente despejado
de nubes. Por eso, ninguno de ellos pudo ver la estela luminosa del
Cometa Peltier cruzando el infinito, puntualmente.
¡Y no volvería a hacerlo hasta dentro de 75 años!
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