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C U E N T O S  y   E P I S O D I O S

A Victoria Benado R.

Cuentos y EpisodiosDUPLEX

Mario era lo que podríamos llamar un hombre común, juzgando por su apariencia externa: de regular estatura, delgado, con calvicie incipiente y un rostro algo seco, en el que destacaban sus grandes ojos negros. Todos le teníamos estimación, porque era un buen compañero de trabajo con disposición de ayudar, si hacía falta; tenía un conversación fácil y cono-cimientos suficientes como para terciar en discusiones serias.

Un día que necesitábamos un lugar tranquilo para planear una campaña de la Agencia de Publicidad en que trabajábamos, me dijo que tenía todo preparado en su casa.

- Primero degustamos los platos de mi patrona, que es buena cocinera, y a la hora del café podremos entrar en materia sin que nadie nos interrumpa.

Fuimos hasta el barrio Norte. La casa era de dos plantas, con un buen antejardín y una enorme paulonia en medio de un cuadrante de trébol enano y varios macizos de rosas.

- Este es Carmelo, un compañero de trabajo - dijo.

- ¿Cómo está Ud.?

- Mucho gusto en conocerla, señora.

- Hija, ¿está todo listo? ¡Tenemos que comer rápido!

La comida era excelente, sencilla y abundante: una entrada de choritos con repollo, amortiguado en una salsa de mostaza y un pato a la naranja, con arrimo de papas doradas y cebollas fritas, cortadas pluma.

Ya con el café comenzamos a enhebrar ideas, analizando toda la infor-mación de que disponíamos: el estudio de mercado, la necesidad del producto, las estimaciones de venta, el segmento social que lo consumiría, y todo eso que debe tener en la cabeza un publicitario. A media tarde, ya habíamos delineado el plan y nos disponíamos a abandonar la casa y volver a la oficina para dar las órdenes preliminares, pero en el mismo momento en que Mario abría la puerta de entrada, llegaba la señora Laura trayendo de la mano a un muchachito de unos doce años.

- Hola, Quique - dijo Mario, al tiempo que le deba un beso de bienvenida -. Saluda a mi amigo.

- ¿Cómo estás, Quique?

Y le alargué la mano, a modo de saludo. El niño, con naturalidad, me la estrechó, diciendo:

- Estoy muy bien, señor. Gracias.

En el camino de regreso le comenté a Mario lo afortunado que era al tener una familia tan simpática y disfrutar de un ambiente hogareño tan agradable y distendido.

- La familia es algo muy importante para mí - dijo - con un cierto tono de picardía. Y, tú, ¿no piensas casarte?

- Ya estoy al borde de convertirme en solterón, pero no he encontrado una buena pareja para mí. ¡Es algo que escasea!

- No te creas; a veces, sin buscar, te topas con ellas.Una semana más tarde, otra vez, para rematar el trabajo necesitábamos un lugar tranquilo. Le dije a Mario:

- Oye, tu casa es el lugar indicado, ¿te acuerdas?

- Hombre sí, pero esta vez tendrá que ser a la suerte de la olla, algo improvisado. Le avisaré a mi mujer.

- ¡Mario, no se trata de comer!

- Algo se hará, algo se hará.

Al bajarnos del auto, hice algunos elogios de la casa, del magnífico aspecto del jardín y de la hermosa paulonia.

- Es un árbol que tiene sus años, pero el jardinero, que es más antiguo, sabe mucho de su oficio. Eso es todo.

Ya en el vestíbulo, hice ademán de quitarme el abrigo, pero Mario, me detuvo:

- Espera, espera. Ahora vamos al piso de arriba.

Hacia el fondo, una escala alfombrada conectaba con la segunda planta. Subí, detrás de Mario, bastante desorientado; en el rellano nos esperaba una mujer, que no era la señora Laura. Mario, sin inmutarse, me dijo:

- Te presento a mi mujer,

- Encantado en conocerla, señora.

- Hija, no pude avisarte antes. Sé que es algo precipitado, pero este amigo es muy comprensivo.

- No tiene importancia, ¡nos arreglaremos!

Una niña de unos diez años vino a reunírsenos. Mario la besó y le acarició el cabello.

- ¡Este es mi tesoro! O, mejor, es uno de mis tesoros - dijo. Después de comer, nos entregamos al trabajo. A mí, me resultaba difícil concentrarme. ¡Estaba viviendo una situación inverosímil! Y, en mi mente, las ideas sobre el trabajo publicitario chocaban con las que pasaban por mi cabeza buscándole una explicación.

Mario no parecía estar alterado. Todo en él era natural, aunque, cada cierto tiempo, me observaba con una sonrisa cargada de misterio.

- Veo que no te concentras, ¿qué te pasa?

- Hombre, no lo sé.

- Sí, lo sabes y no me lo quieres decir. ¿Te ha chocado algo?

- Tú dirás, Mario.

- Muchos piensan que mi situación es anormal; yo te aseguro que es completamente normal. ¡No estás confundido, mi querido amigo! En la otra ocasión estuvimos en la planta baja; ahora estamos en la de arriba.

- Pero, Mario, la otra vez me presentaste a doña Laura como tu mujer .- ... y ahora has conocido a Isabel. ¿Sabes ? Isabel, también es mi mujer y Quique es mi hijo con Laura y con Isabel tengo a Laurita, que se llama así por Laura, mi mujer.

-¡No entiendo nada!

- Sin embargo, se puede entender fácilmente.

- ¿Quieres explicármelo?

- En eso estoy, pero no te enteras porque ni tu mente ni tu educación están preparadas para entender y aceptar esta situación.

- Es posible. Pero, debes admitir que tengo motivos para sentirme desorientado.

- No lo niego, pero, escúchame. Hace catorce años, conocí a Laura, que es psiquiatra; nos enamoramos, nos casamos y vino Quique. Éramos una pareja muy feliz, pese a que Laura y yo trabajábamos en ambientes muy distintos. Nuestra vida en común, como le pasa a muchos matrimonios, iba desde las siete de la tarde hasta el desayuno del día siguiente, más los fines de semana.

- Eso sucede si trabajan marido y mujer.

- Exacto. Bueno, prosigo. Al año de estar casado, en un cóctel publicitario, conocí a Isabel, que es una magnífica creativa. Nos gustamos, nos entendimos y nos enredamos. A los pocos meses, Isabel quedó embarazada.

- ¡Vaya situación! ¿Y qué hiciste?

- Sí, como comprenderás, se me planteó un problema moral muy serio, porque yo no podía permitir que esa criatura no tuviera padre. Le di muchas vueltas y, por fin, me decidí a hablar con Laura y contarle todo con pelos y señales.

- ¿Mario, es que has dejado de quererme? - me preguntó.

- Nada de eso. Te quiero igual que antes, como siempre.

- ¿Y, entonces?

- Lo que me atormenta es la situación de la criatura que tendrá Isabel.

- Y, a ella, a Isabel, ¿también la quieres?

- Sí, también la quiero.

- ¿Y por eso te propones divorciarte de mí?

- Ya te digo, es por lo que viene.

Laura reflexionó durante algunos minutos y me dejó boquiabierto con lo que me propuso:

- ¡Tráela a casa! ¡Quiero conocerla y hablar con ella!

Me quedé mudo de sorpresa con su proposición, pero no podía dejar de hacerlo. Laura se veía muy tranquila, ni siquiera me reprochó el que, durante un año, le hubiera ocultado mi relación con Isabel.

Tuvieron una reunión bastante larga, ellas solas. Nunca supe de qué hablaron. Pero, fue Laura quien me propuso que viviéramos todos juntos y que mi futura hija llevara su nombre.

- ¡Qué notable!

- Oye, aunque no lo creas, lo que me resultó más peliagudo fue encontrar una casa adecuada.

- Cuál era el inconveniente?

- La casa tenía que ser como ésta, con dos pisos de igual extensión y servicios. Aquí, como te darás cuenta, todo es duplex : dos juegos de muebles para dos salas de estar, dos comedores, dos dormitorios de matrimonio y lo mismo con los electrodomésticos. dos televisores, dos vídeos, dos cadenas musicales. Todo en duplicado, ¡sólo yo tengo que dividirme, una semana abajo y otra semana arriba!

- ¡Todo esto me parece increíble! - exclamé.

-¿Sabes? - me preguntó Mario, con un cierto tono irónico

-¿Qué

- Duplex sé muy bien que es una palabra inglesa, pero he pensado que tal vez tenga raíces árabes, porque a mí me ha dado la solución para vivir con dos mujeres.